Los árbitros nos abren la puerta del VAR
Envuelto en polémica desde su llegada al fútbol español, el asistente de vídeo para el arbitraje está a punto de cumplir su primera temporada como el Gran Hermano que todo lo ve. El País Semanal se empotra 48 horas en las inexpugnables salas del VAR para conocer durante una jornada de LaLiga las luces y sombras de una tecnología que remueve los cimientos y el negocio del deporte más pasional. Los árbitros que pilotan la herramienta nos cuentan cómo viven esta revolución.
Si el VAR hubiera llegado antes, yo todavía tendría tupé”. Antonio Mateu Lahoz es un valenciano de frente despejada que nació hace 42 años en Algímia d’Alfara y bien podría presumir de ser uno de los mejores árbitros del mundo. A las 18.30 de un frío día de abril, le queda poco menos de una hora para volver a ejercer su oficio una jornada más. Viste uniforme reglamentario, pero no empuñará silbato ni tarjetas rojas y amarillas. Hoy se sienta a los mandos del VAR. Tres letras en boca de todo el mundo cuyo significado muy pocos parecen tener del todo claro. Tres siglas envueltas en la más furibunda polémica desde su llegada a la máxima categoría del fútbol español, donde está a punto de culminar su primera temporada como video assistant referee o asistente de vídeo para el arbitraje. En esencia, un sistema de edición audiovisual que recibe la señal directa de una veintena de cámaras exclusivas instaladas en cada estadio de Primera División para ejercer de Gran Hermano que todo lo ve. Mateu Lahoz es el hombre encargado de ponerse a los mandos de la máquina que perseguirá todo lo susceptible de escapar a la mirada de su homólogo sobre el césped durante el primer duelo de la jornada número 30 de esta competición cuyo nombre oficial es LaLiga Santander. Antes de sentarse frente a las pantallas a través de las cuales localizará las zonas de sombra del partido entre el Atlético de Madrid y el Girona, Mateu Lahoz apoya su espalda sobre una de las paredes de cristal que encierran la pequeña sala de realización y sintetiza: “Aquí dentro somos el ángel de la guarda del compañero que pita en el campo”.
El VAR que opera en LaLiga se esconde tras una anodina puerta de maderas claras que mide unos tres metros de alto por uno de ancho. Solo pueden abrirla un puñado de árbitros y técnicos de imagen y sonido durante cada jornada de Primera División. Lo hacen tras posar su huella dactilar sobre un lector digital. No hay cartel ni señal alguna que anuncie lo que hay al otro lado de la puerta, ubicada en el diáfano corredor de la planta baja del edificio que ocupa el Comité Técnico de Árbitros de la Real Federación Española en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas, a las afueras de Madrid. Poco antes del partido que vigilará esta tarde desde una de las ocho cabinas del VAR, Mateu Lahoz abandona un momento el cubículo para ir al baño, que está fuera de esta zona de acceso restringido. Una vez suene el pitido inicial, no podrá salir de aquí hasta el intermedio. Tras regresar del baño a paso ligero, posa el dedo índice sobre el lector digital y abre la puerta misteriosa que esconde el resplandor de las pantallas encendidas al otro lado.
Mateu Lahoz: “Aquí dentro somos el ángel de la guarda del compañero que pita en el campo”
La puerta se cierra a la espalda de Mateu Lahoz mientras avanza por el estrecho y pequeño pasillo en forma de L que alberga las ocho cabinas VOR (video operation room) en funcionamiento actualmente en España. Dentro de cada una de ellas hay instalado un terminal VAR de videoarbitraje. Tres de ellos, al mando de los colegiados correspondientes, escrutarán desde aquí los encuentros encadenados de esta tarde: el Atlético de Madrid-Girona, que arranca a las 19.30; el Español-Getafe, a las 20.30, y el Villarreal-Barça, a las 21.30. Antes del primer duelo, Mateu Lahoz tiene que probar las conexiones de vídeo y sonido con el estadio del Atlético de Madrid. Junto a él, Pau Cebrián, matemático de 39 años y fiel escudero en el campo, ejercerá como AVAR o asistente del colegiado a cargo del VAR. Los dos visten con pantalón de chándal y camiseta del mismo color negro que llevarán sus pares en el terreno de juego. De camino a la cabina, la pareja avanza por el enmoquetado pasillo esquivando técnicos que hablan entre ellos y —pinganillos mediante— con otros compañeros que trajinan cables, monitores y sistemas de sonido en los tres estadios en liza durante la jornada de hoy. El desarrollo de la parte tecnológica de este tinglado corresponde a LaLiga; el componente humano que lo maneja, al Comité Técnico de Árbitros bajo el paraguas de la Real Federación Española de Futbol. Precisamente los derechos derivados de esa división de competencias es uno de los frentes en el conflicto abierto entre ambas instituciones.
Cuando la máquina entra en funcionamiento, las primeras pantallas en recibir señal son las del puesto principal de control audiovisual, ubicado justo tras la puerta misteriosa, a la derecha de la entrada. La pared principal de la estancia está forrada con monitores que reciben las imágenes de todas las cámaras dispuestas para el VAR. Entre 15 y 21 de ellas, según la tipología de cada partido, persiguen posibles errores arbitrales sobre jugadas relevantes para el resultado. Todo llega directamente desde los estadios de Primera División hasta este cuartel general de Las Rozas, recorriendo cientos de miles de metros de fibra óptica a través de dos líneas exclusivas que garantizan el viaje de punto a punto sin intermediarios. Desde el control principal de realización, la imagen pasa sin filtrar a la cabina del VAR. Así lo marca el protocolo: las escenas que revisan los árbitros no pueden ser manipuladas salvo por ellos mismos con ayuda del realizador que se sienta a su derecha. “Más o menos, nos comunicamos con el compañero sobre el césped una vez por minuto durante el partido”, dice Mateu Lahoz. “Una de las claves de este sistema es verbalizar lo que el compañero aprecia a pie de campo y lo que nosotros vemos en estos televisores”.
Sobre la mesa de la sala del VAR reinan dos botones redondos con el diámetro de un vaso de tubo. Pulsar el de color verde, situado a la izquierda, permite hablar con el equipo arbitral del estadio, formado por el colegiado y sus asistentes, conectados a su vez entre sí. El botón rojo de la derecha permite, conforme al argot del lugar, hacer marcas. “Posible falta. Posible penalti. Posible gol. Hacemos una marca por minuto”, prosigue Mateu Lahoz. El realizador que le acompaña es quien buscará las mejores imágenes sobre las marcas del piloto. Iván ejercerá hoy como realizador en esta sala para Mateu Lahoz. Juntos llevan a cabo pruebas de vídeo y audio antes del saque inicial. Un circuito cerrado de comunicación en vivo facilitará la conversación entre la sala del VAR y el cuarteto arbitral sobre el césped. Iván toma asiento a la derecha de Mateu Lahoz. A su izquierda, el asistente Pau Cebrián. “Muy buenas, ¿me escucháis todos bien?”, dice este último tras pulsar el botón verde. “Buena suerte por allí, tío”, añade Mateu Lahoz dirigiéndose a su homólogo Ignacio Iglesias Villanueva, de quien está a punto de convertirse en su ángel de la guarda.
Cuando empieza el show, el piloto de esta sala centra su atención en dos aspectos esenciales. Escucha atentamente la retransmisión casi en directo del partido que narra el árbitro del campo mediante el sistema de comunicación interno. Y fija la mirada en dos monitores, uno encima de otro. La pantalla máster, o superior, emite el encuentro en directo; la inferior retransmite la misma señal, pero con tres segundos de retraso. Esta última, además, divide la imagen en cuatro partes proporcionales que corresponden a otros tantos planos diversos como las líneas de fuera de juego y la de portería. El copiloto del VAR ha de atender a otros dos televisores. Una de sus funciones consiste en continuar viendo la retransmisión en directo cuando Mateu Lahoz deba concentrarse en la revisión de algún lance. Ese instante se conoce como “entrar en el túnel”. Un momento trascendental en todo este despliegue de cámaras, kilómetros de cables y decenas de técnicos que requiere una inversión de entre tres y cinco millones de euros por temporada, incluyendo la parte correspondiente al complemento salarial de los colegiados por arbitrar desde el VAR.
Prieto Iglesias: “Nuestro dilema era: ¿en qué se convertirá nuestra figura con la tecnología?”
Al entrar en el túnel, el piloto de esta nave se abstrae de todo lo que sigue pasando a su alrededor, tanto en la cabina como en el terreno de juego. Su mente tiene la vista puesta en la revisión de jugadas en las que puede intervenir según el protocolo fijado por la International Football Association Board (IFAB), que dicta las reglas del fútbol mundial. Una norma básica es que el árbitro sobre el terreno de juego no puede pedir la intervención de la herramienta si alberga dudas sobre una decisión que ha tomado. Es su homólogo en esta sala quien puede solicitar al colegiado que revise en el monitor a pie de campo la moviola sobre un pasaje donde se haya identificado desde este Gran Hermano un error “claro y manifiesto —sin zonas de grises—” sobre lances que determinan el resultado en situaciones de gol, penaltis, tarjetas rojas directas y confusiones de identidad. El colegiado puede hacer caso de lo que le diga el VAR o ir a revisar la escena. Pero la última decisión la toma siempre el árbitro que dirige el partido en el estadio. “Cuando te metes en el túnel a revisar la misma jugada una y otra vez desde distintos ángulos, ya puede entrar un elefante en esta habitación que no te vas a enterar”, dice Mateu Lahoz.
Él no lo sabe todavía, pero hay un túnel esperándole esta tarde. Y determinará el partido que está a punto de arrancar. Lo que sí sabe bien este valenciano fibroso y sagaz es que, si ese momento crucial llega, tendrá que pedirle a Iván, el realizador, que seleccione a la velocidad del rayo las mejores vistas del suceso en tela de juicio. “El esquema mental es la clave para ejecutar el procedimiento”, dice Mateu Lahoz, sentado en el puesto de mando minutos antes de que arranque el Atlético de Madrid-Girona, cascos y micrófono conectados con sus colegas en el estadio colchonero. “Aquí debo actuar de manera sistemática. Primero, localizar una jugada controvertida. Luego, pedir al operador de vídeo lo que necesito ver repetido. Por ejemplo: ‘Los tacos en la rodilla’. Y entrar en el túnel. Desde que descubrí el VAR, también he conocido el significado de la palabra tranquilidad cuando me toca arbitrar en el campo. Yo era un estresado. Con esta herramienta hemos conseguido ampliar el equipo. Antes éramos cuatro árbitros sobre el terreno de juego. Ahora somos cuatro allí más dos aquí”.
En una sala vecina, Eduardo Prieto Iglesias, ingeniero pamplonés de 37 años y encargado de pilotar desde el VAR el Español-Getafe de las 20.30, empieza a trastear los mandos de la nave. Lleva dos decenios ejerciendo como colegiado de fútbol. En los últimos tiempos ha combinado esta actividad con un empleo en una compañía de energías renovables. “El VAR es la mayor revolución que he vivido. La tecnología empezó a desarrollarse en nuestro oficio con el beep de los banderines. El uso de intercomunicadores con el famoso pinganillo para hablar entre los miembros del equipo fue la siguiente aportación. Siempre hemos sido un colectivo muy conservador y hermético. Nuestro dilema era: ¿en qué se convertirá nuestra figura? Hoy seguimos siendo los mismos. Tomamos las mismas decisiones trascendentes, pero fiables. Todos tenemos cuatro o cinco errores históricos a los que damos vueltas en exceso. El VAR es una máquina del tiempo que nos permite volver atrás para cambiar una decisión errónea. Y será completamente distinto con la irrupción de la industria 4.0. Cada vez manejaremos más bases de datos, históricos de jugadas para analizar escenarios… El VAR tiene un potencial tan grande que ahora solo estamos viendo el 5%”.
“A partir de ahora, habrá que acostumbrarse a que no existirá arbitraje profesional sin el VAR”
Minuto 76 del partido en el estadio del Atlético de Madrid. Ignacio Iglesias Villanueva anula por fuera de juego un gol de Godín marcado de cabeza en la portería del Girona. En la sala del VAR, Mateu Lahoz entra con sangre fría “en el túnel”. Revisa a toda velocidad la línea de fuera de juego desde el mejor ángulo que proporcionan las imágenes de la herramienta seleccionadas por Iván, el realizador. Tras mirar una y otra vez la línea milimétrica que traza el sistema, imperceptible en el campo al ojo humano, Mateu Lahoz concluye que no se ha producido fuera de juego. “Gol legal”, dice a su homólogo en el césped. Iglesias Villanueva tapa con una mano el pinganillo de la oreja mientras recibe el mensaje desde el Gran Hermano de Las Rozas que ha detectado el error de su decisión arbitral al anular el gol de Godín. Los jugadores de uno y otro equipo aguantan una angustiosa espera. La intriga queda resuelta en menos de 60 segundos. El tanto sube al marcador. Y determinará el resultado final. El suceso resume a la perfección cómo esta tecnología está removiendo los cimientos, la legislación, el tempo y probablemente el negocio de LaLiga tras 90 años de historia en los que el papel del árbitro se había limitado a vivir entre la sombra permanente de la sospecha sobre sus decisiones. Hasta ahora.
Tras el pitido final en el estadio del Atlético de Madrid, Mateu Lahoz sale de la cabina del VAR con Pau Cebrián. Los dos parecen tener la mirada un tanto perdida tras una hora y media revisando decenas de jugadas repetidas en los monitores. Al otro lado de la puerta misteriosa permanecen sus colegas Eduardo Prieto Iglesias y José Luis González González con sus respectivos asistentes ejerciendo como Gran Hermano de los duelos todavía en disputa. Cuando todo acabe esta noche, aquí dentro quedará un ambiente espeso que rezuma el inconfundible aroma de varias horas de estrés acumulado en un espacio cerrado. Ninguno de los tres colegiados abandona el pasillo del VAR de camino al hotel sin antes reportarse en una sala adyacente ante Carlos Clos Gómez, un personaje clave en esta historia.
Clos Gómez es el encargado de vigilar al vigilante. El Gran Hermano de los Grandes Hermanos del fútbol español. Director del proyecto VAR del Comité Técnico de Árbitros, escruta en directo desde una sala adyacente las reacciones del piloto del VAR a través de una cámara instalada en el techo de cada cabina. “Grabamos todo lo que pasa aquí por integridad, para que se sepa qué ha sucedido en todo momento”, dice Clos Gómez. “Esos vídeos también se utilizan para analizar las actuaciones y seguir formando a los que usan la herramienta”.
Como muchos de sus colegas, este zaragozano de 46 años quiso ser árbitro siguiendo la senda de sus hermanos. “A partir de ahora, habrá que acostumbrarse a que no existirá arbitraje profesional sin el VAR”, dice Clos Gómez. “Todas las Ligas europeas relevantes lo tienen o están a punto de implantarlo. Sirve para ser más justos y tomar mejores decisiones. Cuando yo salía a pitar un Madrid-Barça, lo primero que decía era: ‘A ver si hoy no dejo de ver un gol que metan con la mano, un penalti clarísimo que todo el mundo vea y yo no pueda apreciar por tener a un jugador delante…’. La diferencia ahora es que, al tomar una decisión importante como señalar un penalti, se puede decir al que viene a protestar: ‘Tranquilo, que si me he equivocado me van a llamar desde el VAR”.
—¿Y se está modulando la animosidad por parte de los jugadores?
—Algo ha cambiado. Hay una evolución: en las primeras 30 jornadas de la temporada pasada se registraron 196 tarjetas amarillas por protestar; en el mismo periodo del presente curso han sido 164. El VAR detecta más conductas violentas, como también ocurre con las simulaciones: de 18 tarjetas amarillas acumuladas en las 30 primeras jornadas de la temporada anterior por este asunto se ha pasado a 5 en el mismo tramo de la actual.
A las nueve de la mañana del día siguiente, la mitad de los 20 árbitros que esta temporada ejercen en Primera División realizan un entrenamiento en la Ciudad del Fútbol de Las Rozas. El resto de compañeros están repartidos por la geografía española para pitar los encuentros pendientes de disputar en la jornada número 30, que arrancó la tarde anterior. La fisonomía de estos hombres no dista mucho de la de cualquier otro deportista de élite. Entre ellos, Alberola Rojas, González Fuertes, Gil Manzano y Mateu Lahoz —que repite— se sentarán esta tarde a los mandos del VAR. Todos han de pasar duras pruebas físicas periódicas para seguir impartiendo la ley en la máxima categoría del fútbol español. Dos de los 20 bajarán a Segunda División al finalizar la presente temporada, dejando el mismo hueco a un par de sucesores de la Liga inferior. Su nuevo reto este curso ha sido compaginar las habilidades con el silbato con pilotar el VAR, actividad que también ha supuesto un alza de sus emolumentos, establecidos en 230.000 euros brutos al año más variables. Una vez finalicen el entrenamiento físico de la mañana, a este grupo de colegiados les espera la ducha y un encuentro con el jefe de todo esto.
Carlos Velasco Carballo es el jefe de todo esto. Madrileño de 48 años e ingeniero de formación, preside el Comité Técnico de Árbitros. Es un mesías del VAR. Y apóstol de la causa en España desde que hace un año comenzó el proceso de implantación en LaLiga con vistas a la temporada 2018-2019. “Lo único seguro es que el VAR ha venido para quedarse”, proclama Velasco Carballo. Ese es el mandato que anunció en 2016 la IFAB, el organismo que dicta las normas del fútbol mundial. Las desavenencias entre LaLiga y la Federación provocaron que el VAR aterrizase en Primera División después de que lo hiciera en otros países como Alemania, Italia y Portugal. Su entrada en la Segunda División está prevista para la próxima temporada. Pero las explosivas negociaciones para la renovación del Convenio de Coordinación entre LaLiga y la Federación, en las que ha tenido que mediar el Consejo Superior de Deportes, mantienen pendiente de acuerdo el contrato específico del VAR por un año que expira en junio. Esta nueva tecnología es solo uno de los frentes de la batalla entre ambas instituciones. Mientras que la Federación ofrece a los árbitros que lo manejan, LaLiga proporciona la herramienta a través de Mediapro, proveedor actual del VAR. ¿A quién pertenecería, llegado el caso, la posible explotación económica mediante patrocinio de las imágenes del VAR para las retransmisiones televisivas? Ni el presidente de la Real Federación Española de Fútbol ni el de LaLiga han accedido a responder a la pregunta para este reportaje. Sin entrar en aspectos económicos, el líder del Comité Técnico de Árbitros, Carlos Velasco Carballo, sí deja claro que en cuestión de competencias “el VAR es arbitraje, y todo lo relacionado con el arbitraje corresponde a la Federación”.
Velasco Carballo es también un ingeniero que sueña con desarrollos tecnológicos muy superiores a los del VAR que hoy vemos en España. Pantallas flexibles adosadas al brazo que evitarían tener que ir a la banda para revisar la jugada en un monitor, sistemas eye tracking que siguen la pupila del colegiado sentado en la cabina para que la herramienta desarrolle automatismos… “Esto es jugar a ser Julio Verne, pero… ¿por qué no llevar lentes de contacto donde se proyecten las imágenes?”, vaticina Velasco Carballo. Desde LaLiga, Sergio Sánchez, implicado desde el principio de la llegada del VAR como responsable de directores de partido, asegura que en su entidad son partidarios del impulso de avances con sus proveedores. “Todo ello”, matiza Sánchez, “siempre y en todo caso, bajo los parámetros establecidos por la IFAB en el protocolo del VAR aplicable en cada momento”.
Jesús Gil Manzano: “El fútbol es pasión. Por eso la polémica no desaparecerá con el VAR”
Velasco Carballo no cree que toda esta revolución vaya a promover la figura de un superárbitro más cercano a un androide que a un humano de carne y hueso que comete errores. Pero entre los detractores, muchos vislumbran un nuevo fútbol carente de picardía, incapaz de imitar a la vida. “La polémica no desaparecerá”, proclama Jesús Gil Manzano antes de ponerse a los mandos del VAR. Días más tarde estará en el ojo del huracán por expulsar a Diego Costa tras gritarle, según el acta, el más antiguo de los insultos que lleva recibiendo este gremio desde hace un siglo. A sus 35 años, Gil Manzano es uno de los cuatro colegiados españoles de élite UEFA. Y aplaude la llegada de la tecnología a su oficio, a pesar de quienes ven una razón para parar el ritmo de juego. “El tiempo que se pierde cuando interviene el VAR no es mucho”, dice Gil Manzano. “Y solo lo hace en uno de cada tres partidos. Cada intervención no suele durar más de 90 segundos. Si contabilizas lo que se pierde con saques de banda y esquina, sanción a jugadores con tarjetas… Tampoco creo que la máquina acabe sustituyendo nuestro papel en el campo. Este es un deporte físico, pero no se trata solo de física porque el contacto está permitido. Se trata también de química, algo que determina el árbitro en el césped y no se percibe desde esta cabina donde todo es más frío. El fútbol es pasión. Por eso la polémica no desaparecerá. Antes estaba con el colegiado en el campo y ahora se ha trasladado al VAR”.
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