El paraíso socialdemócrata
José Ramón García Sáiz apura las últimas semanas de su reinado. Cogió la vara de alcalde de La Ribera de Arriba por primera vez en 1987, en plena reconversión industrial, y la soltará en mayo
Hay lugares donde gana el PSOE porque la coyuntura lo ha querido así y lugares donde gana porque nadie sabe qué tendría que pasar para que no ganase. Andalucía era uno de esos sitios, hasta que pasó lo que nadie sabe que tendría que pasar. En la punta opuesta del mapa, Asturias es la otra parcela ibérica que los socialistas podrían reclamar en propiedad, tras tantos años de usufructo. Salvo dos regencias excepcionales (del PP y de Foro Asturias) que suman cuatro años y diez meses, desde 1978, el PSOE siempre ha gobernado, y no es extraño que el CIS diga que seguirá haciéndolo después del 28 de abril. Sin hegemonía, pero con cierta holgura.
Las razones de esta lealtad no pueden agotarse en todos esos mineros y obreros prejubilados con carné de la UGT, ni en que los asturianos sean poco amigos de innovar, ni en las redes clientelares. En Oviedo y en Gijón viven la mitad de los asturianos; casi el 20%, en ciudades pequeñas como Avilés, Langreo o Mieres, y el tercio restante vive en localidades de menos de 20.000 habitantes, en concejos formados por aldeas y casas aisladas. No pocos de esos concejos tienen alcaldes del PSOE que, más que políticos, son jefes de clanes.
José Ramón García Sáiz, uno de esos jefes, apura las últimas semanas de su reinado. Cogió la vara de alcalde de La Ribera de Arriba por primera vez en 1987, en plena reconversión industrial, y la soltará en mayo, habiendo transformado su concejo en una especie de falansterio o paraíso socialdemócrata. “Cuéntale lo del wifi”, le dice al secretario municipal, “es importante lo del wifi”. Y me cuentan lo del wifi, que lo pruebe, que ya veré qué bien funciona en todas las aldeas: hasta en las más remotas, las de arriba del todo de la montaña, hay wifi gratuito.
Pero, además, las carreteras que conectan las parroquias están impolutas, hay centros culturales, biblioteca y un parque con columpios e instalaciones de deporte a la vuelta de cada prado (y eso que, niños, lo que se dice niños, tampoco quedan muchos en este concejo de 1.800 vecinos). También dan becas a los estudiantes más listos, para que vayan a la universidad. El Ayuntamiento incluso compró un palacete abandonado porque no podían consentir que se echase a perder. “Ya veremos lo que haremos, algo cultural, supongo”, dice García Sáiz, pero ya lo hará su sucesor. Él se va a retirar a su casa del fondo del valle.
Son alcaldes como García Sáiz, salidos de la UGT y de aquella Asturias sola en mitad de la Tierra del poema de Pedro Garfias que canta Víctor Manuel, quienes sostienen al PSOE, aunque estos alcaldes sean a menudo escépticos o incordien a la dirección o vayan a su aire o rumien su descontento con ese nuevo partido sanchista lleno de listillos universitarios donde ya no quedan compañeros de los de antes. Son ellos los únicos que se han acercado, siquiera a escala de maqueta, al ideal socialdemócrata.
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