La caída
Por muy seguro que uno se sienta siempre hay un punto débil e imprevisto por donde llega alguien y te la clava
Así cayó Constantinopla en 1453, por un simple descuido. La triple muralla levantada por el emperador Teodosio se mostraba inexpugnable ante el asedio del ejército otomano, pero un día unos soldados jenízaros trataron de comprobar las fisuras que en el muro exterior habían producido los impactos de los cañones y se encontraron con que alguien imprevisiblemente había dejado abierta la kerkaporta, un paso peatonal solo utilizado por los que regresaban tarde a la ciudad en tiempos de paz. El ejército otomano se coló con sigilo en el recinto por esa pequeña puerta, pasó a cuchillo a la población y en pocas horas acabó con el último reducto del Imperio Bizantino junto con la cultura romana de Oriente. La trágica lección de Constantinopla sigue vigente. La herencia de Grecia, de Roma, del Renacimiento y del humanismo; la conquista de los derechos políticos basados en la Revolución Francesa; todo el edificio democrático que se construyó en Occidente después de dos guerras mundiales con decenas de millones de muertos; el gran pacto entre el capitalismo y el socialismo de los años cincuenta del pasado siglo que promovió el mejor reparto de la riqueza, todo ese caudal de la historia en que se funda Europa parecía estar protegido hasta ahora por las sólidas murallas del racionalismo republicano, pero, como sucedió en Constantinopla, también en la fortaleza europea por un exceso de confianza la kerkaporta ha quedado abierta a merced del enemigo. Hoy los jenízaros más peligrosos, que pueden penetrar por ella, no son los inmigrantes ni el terrorismo yihadista, sino las huestes del populismo de extrema derecha, que ya están dentro pudriendo las raíces de la democracia. La lección de la caída de Constantinopla también te la puedes aplicar a ti mismo. Por muy seguro que uno se sienta siempre hay un punto débil e imprevisto por donde llega alguien y te la clava.
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