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El libro que pone en cuestión el modelo de cooperación

Capítulo inicial de 'El último cooperante', del médico Iñaki Alegría, escrito tras cinco años batallando contra la desnutrición infantil en Gambo, un pueblo remoto de Etiopía

El pediatra Iñaki Alegría, en el centro, con el resto de miembros del equipo médico del hospital de Gambo, en Etiopía
El pediatra Iñaki Alegría, en el centro, con el resto de miembros del equipo médico del hospital de Gambo, en EtiopíaCortesía del autor
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—¿Dónde está Eftu?— pregunto al entrar en la sala de pediatría del hospital.

El astro rey anuncia un nuevo día para los más afortunados, para otros será el último. Cientos de madres con sus hijos esperan ser visitadas. No me he parado a contarlas. Estoy demasiado preocupado en busca de Eftu.

—¿Dónde está Eftu?—, pregunto de nuevo.

Pienso en Eftu. Por la noche apenas pude conciliar el sueño. Cerraba los ojos y aparecía con total nitidez su mirada. Me levanté. Encendí una vela, pues se había ido la luz, cogí una libreta y empecé a escribir. Empecé a escribir lo que sentía, la angustia, la rabia, la impotencia… No me puedo quitar de la cabeza la primera vez que lo vi, entrando por la puerta, en brazos de su madre, gravemente enfermo. Apenas me pude fijar en la madre; mis ojos se centraron en el pequeño niño que miraba sin ver.

Eftu tenía un aspecto medio moribundo, dos o tal vez tres años de vida, pero sin fuerzas para sostenerse en pie. Su madre lo sujetaba en el regazo, con la mirada triste, perdida, casi sin esperanza, casi… Aún tenía algo de esperanza. Recuerdo cómo tomé una cinta métrica pintada con tres colores, rojo, amarillo y verde y se la puse a nivel de la parte superior del brazo para medir el perímetro braquial y evaluar el estado nutricional. Ajusté la cinta al pequeño bracito y leí el resultado tembloroso. Rojo y 8,2 centímetros, ese era el resultado. Eftu presentaba una desnutrición aguda severa.

Mientras lo examinábamos, un líquido amarillento mojó toda mi bata blanca. Pensé que había orinado, pero la madre me dijo que no era orina, eran heces. Eftu tenía una diarrea que era agua. Apenas podías diferenciar la orina de las heces. Heces de orina le llaman. La situación de Eftu es agónica.

Esta deplorable situación, favorecida por la extrema debilidad como consecuencia de no haber comido decentemente nunca, era causada por una diarrea, seguramente por beber agua contaminada. Evitable. Todo evitable. ¿Por qué sucede? ¿Por qué?

¿Por qué? Me pregunto sin encontrar respuesta en mí. El silencio me acompaña mientras recorro sus vidas con mi mente. Finalmente, oigo una débil respuesta, aquella que sospechaba pero que no quería escuchar:

—Ha muerto.

Se me hiela el corazón. No puedo aceptarlo. No quiero.

La sospecha se confirma. Ha muerto de una enfermedad evitable, ha muerto cuando no tenía que morir, ha muerto cuando tenía toda la vida por delante. Eftu podría haber ido a la escuela, podría haber estudiado medicina, podría haber trabajado aquí curando a su pueblo. Podría haber vivido… Ha muerto por una injusticia social.

Pero ha muerto.

Me invade un sentimiento de rabia, impotencia… Que no desearía a nadie. No entiendo nada. No sé qué hacer. La situación me supera. Sé que… No puedo volver a ser el mismo. No puedo permanecer indiferente. No puedo permitir que sigan muriendo niños cuando no deberían morir, por enfermedades que tienen cura, tratamiento, prevención.

Hay que hacer algo.

Puedo hacerlo.

Voy a hacerlo.

Aquí empieza mi historia.

No lo sabía todavía, pero mi vida iba a cambiar.

Para que ellos puedan tener historia, para que ellos puedan escribir su historia.

Nací para

Nací en 1985. Tenía más probabilidades de nacer en África que en Europa, pero nací en Europa. Solo Dios sabe por qué.

Tenía más probabilidades de nacer en Etiopía que en España, pero nací en España. Solo Dios sabe por qué.

Eso marcó la diferencia. Solo Dios sabe por qué.

Nací en Barcelona un 29 de marzo de 1985. Ese mismo día, en Etiopía nacía otro niño como yo, pero en medio de una gran hambruna en la región.

Nacía entre paredes de adobe. Sin asistencia sanitaria. La madre podía haber muerto en el parto. El niño probablemente moriría a los pocos días.

Nací en Barcelona, en un hospital y en una excelente familia. Eso marcó la diferencia. Solo Dios sabe por qué.

He tenido infancia, una alimentación equilibrada, amor en la familia, amigos y amigas, he ido a la escuela incluso a la universidad. Y sigo vivo.

Mientras yo jugaba sin preocupaciones, otros niños jugaban a sobrevivir buscando comida desesperadamente para no morir.

Mientras yo escupía la comida, otros niños no tenían nada que llevarse a la boca.

No hice nada para merecer nacer donde nací, por tener una gran infancia, por vivir… Solo Dios sabe por qué.

Nací dónde nací. Es una gran responsabilidad. Ahora toca asumir la responsabilidad. Ahora toca igualar.

Todos los niños y niñas merecen las mismas oportunidades independientemente del lugar donde nazcan, de nacer niño o niña, y de la religión que profesen.

Dónde naces te marca, pero lo importante es para qué naces. Cuál es tu misión en la vida… Solo Dios lo sabe.

Pienso que cuando buscamos el bien y el amor del prójimo no nos podemos equivocar.

Nací. Podría haber nacido en cualquier lugar del mundo.

Nací en el mundo y para el mundo.

Nací en… Lo importante no es dónde nací, sino para quién nací.

El viaje que cambió mi vida

No sabes por qué pero hay lugares que te llegan al alma y llenan tu vida para siempre. Etiopía es ese lugar para mí. Era residente de pediatría en el hospital de Granollers, una ciudad a las afueras de Barcelona, cuando pisé por primera vez Gambo.

Aún no lo sabía, pero mi existencia iba a cambiar.

Todavía recuerdo el día que llegué a Gambo. Un escalofrío de alegría recorre mi cuerpo cada vez que lo pienso.

¿Cómo resumir la experiencia allí? En aquella ocasión escribí: “Es una experiencia increíble en todos los sentidos y en todos los aspectos de la vida: médica, personal, humana y espiritual. Sobrecogedor. Deslumbrante. Alumbrante. Impactante. Inolvidable. Vinculante. Excepcional. Aquí comparten cama la vida y la muerte”.

No podía dormir, cerraba los ojos y veía el sufrimiento de Ruziya, Abdulakim… "Una vez has puesto nombre propio a los niños y niñas que mueren de hambre no puedes permanecer indiferente", anoté en un trozo de papel una de las tantas noches en vela en las que no podía conciliar el sueño. Cerraba los ojos y pensaba en Mikaeli, Abdul… En cómo estarían.

Escribía en las noches de insomnio en una libreta a la luz de una pequeña vela. No teníamos luz en muchas ocasiones. Escribía para expresar mi angustia, para liberarme de ella. El papel era y es la voz de mi alma, mi compañero que nunca falla ni me abandona.

Estos escritos terapéuticos los publicaba en el blog que creé para la ocasión: Cooperación con Alegría. A día de hoy sigo escribiendo, lo sigo necesitando, no me puedo acostumbrar al sufrimiento ajeno. No quiero acostumbrarme. Superé el sufrimiento gracias a una excelente acogida en Gambo, al apoyo de la gente de allí, a su amistad. Les estoy agradecido de manera infinita. Sin ellos no hubiese sido posible.

Aún no lo sabía, pero Gambo y sus gentes iban a cambiar mi vida.

Esta es la historia.

Iñaki Alegría es pediatra, fundador de la ONGD Alegría Sin Fronteras y director médico del Hospital General Rural de Gambo en Etiopía. Este es el inicio de su libro‘El último cooperante’, Uno editorial.

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Notas del autor

I. A.

Este libro se desarrolla en Etiopía, más concretamente en la región rural de Gambo, al sur del país. En él intento explicar la evolución de mi pensamiento a lo largo de los más de cinco años viviendo en Etiopía. Llegué con una mentalidad de blanco salvador del mundo, con una mochila de estereotipos y prejuicios; y a través de la convivencia y un baño de humildad viví un proceso de transformación que culminó con el fin del paternalismo y la apuesta  por el final de la cooperación. Etiopía no tiene que imitar a nadie, ni tenemos que decidir qué es el desarrollo.

Lo más triste de África es nuestra ignorancia, pero sobre todo la falta de ganas de querer conocerla. Por eso, esta trata de ser una lectura para romper mitos y estereotipos sobre el continente y sobre el modelo de cooperación a través de la vivencia personal.

La cooperación como hoy la entendemos debe desaparecer por amor, entregar la vida como uno más, poner fin al colonialismo, paternalismo, cooperación vertical e iniciar una nueva etapa de colaboración horizontal.

No, no soy cooperante. Si fuese a Suiza seguiría siendo pediatra, ¿por qué si me voy a Etiopía debería ser cooperante?

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