El descubrimiento de un insólito ‘rembrandt’ que acabó en escándalo
Siglos antes de su nacimiento, Jan Six ya estaba destinado a ser un personaje en el mundo del arte. Su aristocrática familia, que cuenta con un gran patrimonio pictórico, bautiza con ese nombre al primogénito de cada generación. En 2016, Jan Six cumplió su destino: descubrió un rembrandt inédito. Pero tras el éxito estalló el escándalo
EL HALLAZGO que dio un vuelco a la vida de Jan Six se produjo un día de noviembre de 2016. Six es un marchante de arte de 40 años residente en Ámsterdam, que el año pasado atrajo la atención mundial con la noticia de que había rescatado del olvido un cuadro hasta entonces desconocido del más admirado de los maestros holandeses: Rembrandt. Se trataba del primer Rembrandt inédito que salía a la luz en 42 años. El hallazgo no fue fruto de la exploración de remotas iglesias ni del escrutinio de los desvanes de las casas de campo de Europa, sino que surgió mientras su autor repasaba su correo electrónico, como él mismo me contaba el pasado mes de mayo. Six acababa de llevar a sus hijos al colegio (al más puro estilo holandés, es decir, en bicicleta, con un niño sentado en el manillar y el otro en la parte trasera). El tiempo típico de la estación, con su viento cortante y su llovizna, jamás disuadirán a un amsterdamés de pura cepa ‒las raíces del marchante en la ciudad se hunden casi hasta lo más profundo‒ de que monte en su bici, pero para cuando nuestro hombre estuvo de vuelta en su despacho, las consecuencias ya se hacían sentir. Waterkoud ("frío húmedo") es la palabra neerlandesa para describir la humedad helada de los Países Bajos que cala hasta los huesos.
El antídoto para esta sensación está contenido en otro término. Gezelligheid, traducido libremente como ambiente acogedor, es la atmósfera que los habitantes de Holanda hacen todo lo posible por conseguir en el interior de sus hogares. La misma atmósfera que tantas veces retrataron y en la que se recrearon los lienzos de los antiguos maestros del siglo XVII, el Siglo de Oro en el que Six está especializado. Cálidas escenas domésticas, alegres grupos alzando jarras de peltre, bodegones con mesas repletas de alimentos. El estudio de Six, situado en la planta baja de un edificio junto al Herengracht, uno de los principales canales de la ciudad ‒al que el propio Rembrandt iba a pasear‒ goza de su correspondiente parte de gezelligheid. El edificio data de principios del siglo XVII. Antiguas vigas cruzan el techo. A través de las ventanas se ve pasar veloces a los ciclistas y la evocadora y permanentemente sombría superficie del canal, en la que se reflejan los hastiales de las fachadas de los edificios de la orilla opuesta.
Aquella mañana, Six preparó café y se sentó ante una larga lista de correos electrónicos. Empezó por despachar las facturas y otros engorros a fin de entregarse sin estorbos a los catálogos de las próximas subastas de arte. Uno de ellos era el perteneciente a un acto que iba a tener lugar en diciembre en la sala Christie's de Londres. Le echó un rápido vistazo, casi con desdén. Correspondía a la puja diurna, en la que se presentan los objetos menores. Los cuadros y las esculturas de calidad superior siempre se reservan para la noche.
Six revisaba el catálogo de una subasta menor cuando se detuvo ante el retrato de un joven caballero: “Su mirada atravesaba la imagen”
Entonces, me explicaba, paró en seco. La fotografía de colores no demasiado realistas del catálogo mostraba el retrato de un joven caballero de aire ausente con un cuello de encaje y un peinado proto-Led Zeppelin. Lo primero que llamó la atención de Six fue la mirada del personaje (cuya identidad sigue siendo desconocida). "Atraviesa la imagen", explicaba. El experto tuvo la sensación de que ya había visto la obra antes, pero después de un rápido repaso a su biblioteca se convenció de que lo que le había resultado familiar no era la imagen en sí, sino la conjunción de los detalles que delataban que se trataba de un rembrandt temprano. A juicio de Six, algunos de ellos son la humanidad de la mirada, la pincelada "redondeada" y el empleo intencionado de diferentes estilos pictóricos en la misma obra.
El cuadro se fecha en algún momento situado entre 1633 y 1635. El detalle revelador es el cuello de encaje, de un tipo característico que en ese breve lapso fue la última moda para quedar luego rápidamente anticuado. Lo que más impresionó a Six no fue solo el hecho de que Christie's no hubiese advertido que la pintura había salido con toda probabilidad de la mano del maestro, sino que la casa de subastas lo hubiese etiquetado como "del círculo de Rembrandt", es decir, de un alumno. "¿Se da cuenta de dónde está el problema, verdad?" Yo me estaba devanando los sesos para dar con la solución al acertijo cuando mi anfitrión soltó de golpe: "A principios de la década de 1630, Rembrandt todavía no era famoso, así que no existía ningún círculo. Enseguida me di cuenta del patinazo de Christie's".
A partir de ese momento, el marchante se convirtió en un sabueso sobre la pista. Se informó de que la proveniencia del cuadro se remontaba a sir Richard Neave, un comerciante inglés de finales del siglo XVIII que formó una importante colección de arte que incluía obras de Thomas Gainsborough y John Constable. La pintura había permanecido en la misma familia durante seis generaciones. Todo cuadraba. Era lógico que una creación de un artista de primera fila hubiese atraído a un destacado coleccionista. Six estaba tan emocionado que montó en su bicicleta y pedaleó una breve distancia a través del centro de Ámsterdam hasta la casa de Ernst van de Wetering, reconocido mundialmente como la máxima autoridad en Rembrandt. Aún sin aliento, le tendió una fotocopia del cuadro. Como corresponde a alguien cuya opinión carga con el peso de la trascendencia, Van de Wetering suele reaccionar con reserva la primera vez que ve una imagen, pero esta le intrigó. "Parecía un rembrandt, aunque me era totalmente desconocido", me confesó más tarde. Six volvió a pedalear de regreso a su casa y compró un billete de avión.
Cuenta que, cuando llegó a Londres, en la sala de exposición de Christie's había varias personas, así que estuvo mirando otros cuadros hasta que se marcharon. Entonces se dirigió al retrato, lo examinó y lo fotografió. "Estaba impresionado porque, al natural, su aspecto era diferente", aseguraba. "Tenía mucha más profundidad".
El encaje del cuello llamó particularmente su atención. En el siglo XVII, este tejido era un símbolo de estatus, y Six cree que Rembrandt tenía su propia manera de representar esta variedad, conocida como encaje de bolillos. Mientras que otros artistas de la época ejecutaban minuciosamente sus filigranas pintándolas en blanco sobre la superficie del ropaje, Rembrandt hacía lo contrario. Primero pintaba el ropaje, luego cubría de blanco la zona del cuello, y a continuación utilizaba pintura negra para crear los espacios negativos del encaje. Además, a diferencia de los demás pintores, que trazaban meticulosos motivos repetitivos, Rembandt tejía un diseño libre. A un espectador situado a pocos centímetros de una pintura realizada con esta técnica, el cuello le produce el efecto de un laberinto de garabatos. Sin embargo, basta con que retroceda un paso para que el conjunto adquiera sentido. Six identifica en ello uno de los rasgos del genio de Rembrandt. El maestro "se dio cuenta de que, por más que se ajustase al original, en el fondo la reproducción pictórica de un modelo repetitivo ofrecía un aspecto artificial".
Al salir de la sala de Christie's, Six se dirigió a una librería vecina especializada en arte. Allí encontró A Corpus of Rembrandt Paintings, la guía de referencia de la obra completa del artista. Ojeó las obras de la década de 1630 y, cuando encontró lo que buscaba, paró. Era el Retrato de Philips Lucasz, de 1635. La suerte quiso que el original se encontrase precisamente al otro lado de la ciudad, en la Galería Nacional, así que nuestro hombre voló hacia allí y al poco se encontró delante del cuadro, observando alternativamente la pintura y la imagen de su cámara y sintiendo cómo su torrente sanguíneo se aceleraba al tiempo que una corazonada tomaba cuerpo hasta convertirse prácticamente en certeza. "Supe que, quienquiera que hubiese pintado uno, había pintado el otro", resume.
Jan Six es un hombre alto y delgado. Parece como si quisiese evitar ofender con su elegancia, y algo en su expresión habitual dice que lleva una carga. La carga no es ni más ni menos que su verdadero nombre: Jan Six XI. La aristocrática familia del marchante, cuyos orígenes se remontan cuatro siglos atrás, ha llamado Jan al primogénito de casi cada generación. El primer Jan Six, hombre de arte, cultura y política, fue un auténtico representante del Siglo de Oro holandés, la época en la que una explosión de creatividad en las artes, las ciencias y el comercio catapultó al minúsculo país a la vanguardia de la vida y el pensamiento europeos. Aquel Jan Six fue amigo personal del gran Rembrandt van Rijn. Cuando, en algún momento de la década de 1650, decidió encargar su retrato, pidió al artista que le concediese el honor de pintarlo. El resultado es una de las obras más admiradas del maestro, un estudio maravillosamente melancólico de la sofisticación madura y consciente, ejecutado con las toscas pinceladas características del Rembrandt tardío. El historiador Simon Schama lo ha calificado del "más grande retrato del siglo XVII".
El primer Jan Six reunió una vasta colección de pinturas, esculturas y dibujos de muy diversos artistas, pero su núcleo era Rembrandt. Además del retrato de su propietario, cuyo valor asegurado asciende actualmente a 400 millones de dólares, la Colección Six incluye un retrato al óleo de tamaño natural de Ana Wymer, madre del antiguo Jan, cinco dibujos y 50 grabados originales del artista. A medida que la colección fue pasando de generación en generación, se engrosó con la incorporación de obras de Vermeer, Bruegel, Hals y Rubens, así como de los inigualables Tiziano y Tintoretto. Al mismo tiempo se le fue añadiendo un auténtico tesoro de objetos que, aunque menores, poseen también importancia histórica, tales como mobiliario, gemas, medallas, manuscritos, montañas de plata, cristal veneciano, cepillos de dientes con mango de marfil y un anillo de diamantes regalo del zar Alejandro I a la familia. Con todo, la pintura siempre ha sido la razón de ser de la colección, y a lo largo de los años, los Six se mostraron proclives a seguir las inclinaciones de sus progenitores. En la actualidad, la colección incluye nada menos que 270 retratos de miembros de la dinastía.
El primer Jan Six reunió en el siglo XVII una vasta colección de pinturas, esculturas y dibujos, pero su núcleo era Rembrandt
Pasaron los siglos, el patrimonio artístico de otras grandes familias europeas se disgregó, los museos se convirtieron en los principales repositorios de sus piezas, y la Colección Six, que ha permanecido en la residencia familiar, ganó en mística. Por tradición, el Jan Six de cada generación se convierte en custodio de la colección y ocupante de la casa, ubicada en el último siglo en una laberíntica mansión de 56 habitaciones situada junto al río Amstel, en el corazón de Ámsterdam. Sin embargo, Jan XI, el marchante, no es ese Jan, al menos de momento. Su padre, Jan X ‒o, como prefiere ser llamado, el barón Jan Six van Hillegom‒ sigue reinando. En los círculos culturales, el viejo Six, de 71 años, tiene fama de ser un hombre muy celoso de su intimidad (declinó ser entrevistado para este artículo) y también algo quisquilloso. Casi todas las personas con las que he hablado utilizaron el calificativo "difícil" para referirse a él.
Yo lo conocí hace nueve años, cuando estaba investigando para un libro sobre la historia de Ámsterdan y quise ver por dentro la famosa casa Six. Tras un típico almuerzo holandés a base de leche y sándwiches en una cocina que parecía salida de un cuadro de Vermeer ‒carpintería oscura, suelos de barro, luz oblicua‒, el barón me guió a través de su residencia, un delicioso laberinto de salas y antiguas estancias repletas de curiosidades, algunas de ellas de incalculable valor. Aunque las habitaciones abiertas al público y las zonas de vivienda estaban separadas, la sensación de encontrarse al mismo tiempo en una casa y en un museo era palpable. De admirar un Frans Hals se pasaba a advertir la presencia de un libro abierto y unas gafas de lectura en una mesa auxiliar, o una escoba y un recogedor en una esquina. Mi impresión general de la visita fue la de un lugar salido de una novela de Thomas Mann, con su grandeza perdida y su aire de quietud antigua, custodiado por marchitos aristócratas levemente irritados.
Si bien el anciano Six es conocido por su beligerancia, en lo que respecta a su batalla más pública, un litigio de varios años contra el Gobierno holandés por la imposibilidad de llegar a un acuerdo sobre el pago del mantenimiento de la casa, hay quien piensa que el aristócrata tiene algo de razón. "Un político de izquierdas pensó que era ridículo dar dinero a una familia acaudalada y retiró la subvención", explica Frits Duparc, exdirector del Museo Mauritshuis de La Haya, que actuó como mediador en el pleito. "Pero la realidad es que la familia no es tan rica, porque hace tiempo que las obras de arte se transfirieron a una fundación". Esta se creó en parte para mantener unida la colección y, en consecuencia, dentro del país. En el pasado, los Six se vieron obligados a vender varios Vermeers y otros tesoros nacionales para pagar los impuestos.
Al final, en 2008 se resolvió el pleito y se llegó a un acuerdo. La mansión es propiedad de una fundación, la familia tiene derecho a vivir en ella a perpetuidad, y el Estado proporciona los fondos para su mantenimiento. A cambio, la familia tiene que facilitar el acceso público limitado a la colección.
El origen de la obsesión de Jan Six con Rembrandt (él mismo la llama así) está en sus encuentros con el retrato de su tocayo, obra del maestro, en el "salón azul" de la casa familiar. Six puede hablar interminablemente del artista. Sus palabras cautivan y están llenas de emoción. "Lo que hace único a Rembrandt es su capacidad de representar a la persona", sentencia. "Cuando paseo por un museo y de la pared cuelga un Rembrandt, paso a su lado como pasaría junto a una persona, mirándola de reojo y preguntándome quién es, como si fuese alguien conocido. Es un ser humano vivo". Por el contrario, no tiene en demasiada consideración al otro coloso del Siglo de Oro holandés. "Sé que a muchos estadounidenses les encantar Vermeer. Personalmente, no me gusta. Es un truco, pura óptica. Creo que si se pusiese La joven de la perla al lado de cualquier rembrandt se apreciaría la diferencia".
Entre las muchas razones para los siglos de fascinación popular con Rembrandt ‒el volumen, la diversidad y la calidad de su obra, todos ellos impresionantes; la plétora de estilos con los que experimentó; la complejidad de su propia biografía‒, quizá la más incontestable sea la profundidad psicológica de que dotaba a sus personajes, la manera en que sus figuras parecen envolver al observador y arrastrarlo a los afanes particulares de ese momento de sus vidas.
Esta focalización en lo individual fue un rasgo definitorio de la época del artista. El Siglo de Oro holandés marcó un punto de inflexión que lo apartó de los temas estrictamente religiosos. De repente, las personas se interesaron por la vida corriente y por ellas mismas, y los artistas siguieron su ejemplo. La pintura de retratos se convirtió en un negocio. Con todo, Rembrandt aventajó a sus contemporáneos. Muchos de ellos sabían reproducir el aspecto del modelo. La razón de que los ciudadanos de Ámsterdam considerasen tan especial al pintor e hiciesen cola para encargarle sus retratos era que parecía poseer la capacidad de penetrar más allá de la superficie para llegar a la persona.
Tal vez el origen de esta empatía no se encontrase solamente en el genio del artista, sino también en su misma vida. Rembrandt llegó a ser muy pronto el pintor más aclamado del momento, pero rechazó seguir las modas cambiantes y perdió el favor del público. Gastó en exceso y contrajo cuantiosas deudas. Perdió a su esposa poco después de que esta diese a luz y entabló una relación con la niñera del niño, de la que intentó librarse internándola en un manicomio. Más tarde se arruinó. Al parecer, vivió sus últimos años en una miseria de la que solo él fue responsable. Si la Edad de Oro holandesa evidencia un nuevo interés profundo por lo individual, el pintor se aplicó el principio sin compasión. Sus autorretratos, en particular los tardíos, son exploraciones despiadadamente honestas del dolor psíquico que nos infligimos a nosotros mismos.
Las paredes del estudio de Six en Ámsterdam siempre están cubiertas de retratos del siglo XVII. Son obras que ha comprado y está investigando, o que ha encargado que se restauren y que tiene intención de revender. Cuando me presenté allí el pasado verano, Retrato de un joven caballero, el cuadro del catálogo de Christie's, colgaba en una posición destacada. Six, que habla con un murmullo acariciador y se refiere a sí mismo como un "investigador-marchante", me guió por él. "El guante y el puño me entusiasman. Son muy elegantes. ¿Se ha fijado en la pincelada? Rembrandt empezó aquí, se deslizó poco a poco hacia la derecha y trazó una curva. Luego añadió estas pinceladas amplias. A continuación realizó el puño. La parte iluminada la pintó de color porque sabía que, a la luz, no hay líneas negras, mientras que en la sombra, sí. Utilizó con inteligencia la manera en que la luz ilumina la materia en la realidad, difuminándose gradualmente para dar paso a la sombra".
Cuando estaba trabajando en mi libro sobre la historia de Ámsterdam, Six me invitó a visitarlo y me hizo una pequeña demostración extraordinaria. Apagó las luces, encendió unas velas, y los cuadros se transformaron al instante. Adquirieron una nueva energía; los dorados, los rojos y los tonos carne aumentaron su calidez; el centelleo de las llamas parecía insuflar vida a las figuras bidimensionales. Los ojos de Six brillaron cuando vio que había captado lo que quería decir. Los cuadros habían sido creados para la luz de las velas.
El experto me ayudó a penetrar en el mundo de los habitantes del Ámsterdam del siglo XVII de la manera más tangible, a través de las diferencias mínimas en las maneras de ver y de sentir que separan una época histórica de otra. Por otra parte, me di cuenta de que, al mismo tiempo, me estaba revelando algo más, y ese algo era una vida de lucha con su familia por las expectativas que esta tenía depositadas en él como heredero de la Colección Six. Si bien cuando era niño y se dirigía a desayunar, el esplendor de la tradición artística occidental le daba los buenos días, la idea de que en él estaba su destino no lo hacía estremecerse. Mientras que, por lo visto, los herederos anteriores ‒que, aunque fueron ávidos coleccionistas, no eran profesionales del arte‒ aceptaron la responsabilidad con ecuanimidad, Six la rechazó. Su familia forma parte de la nobleza holandesa, pero cuando él era adolescente "intentaba no ser un aristócrata", me contó su íntimo amigo David van Ede. "Se avergonzaba un poco de ello". En vez de tener rembrandts y bruegels colgando en su dormitorio, prefería los carteles de Bob Marley y Guns N' Roses. Odiaba el instituto, se puso a trabajar como cocinero en un restaurante y durante un tiempo pensó que convertirse en chef podía ser su camino de rebelión. Cuando sus padres no estaban, organizaba fiestas en la mansión. "Íbamos allí casi cada fin de semana" recuerda van Ede. "No nos colgábamos de los candelabros, pero fumábamos, bebíamos Heineken, salíamos y nos íbamos a una discoteca de hip hop, parábamos en el Burger King, y a veces luego volvíamos a casa de Jan a dormir. En alguna ocasión hicimos saltar la alarma".
Six sabía lo que se esperaba de él, pero eso lo sacaba de sus casillas. "A nadie le gusta que lo acorralen", me confesaba. "Oyes decir toda tu vida que todo lo que haces sirve para prepararte para que sigas los pasos de Jan Six. Vale, pero, un momento, soy un individuo".
Sin embargo, cuando empezó a tratar con las personas que se presentaban a la puerta de su casa, entrada en mano, para visitar la mansión, se dejó persuadir, al menos en parte. Gracias a esas personas corrientes, Six se dio cuenta de que el arte era su vocación. "A veces algún guía se ponía enfermo y yo echaba una mano", cuenta. "Al principio me asustaba. Luego vi lo felices que eran los visitantes y lo mucho que se interesaban. Cuando se enteraban de que yo era Jan Six y me miraban a mí y luego el retrato de mi antepasado pintado por Rembrandt, me daba cuenta de cómo se emocionaban al conectar el pasado con el presente. Algunos de ellos sabían mucho de arte y yo los escuchaba". Six empezó a ver los cuadros con otros ojos. De ser representaciones planas de personas muertas pasaron a ser expresiones estéticas que actuaban como puertas de acceso a la historia. En particular, el rembrandt que retrataba al primer Jan Six hizo mella en él. "Me percaté de que me importaba que los ojos del cuadro fuesen genéticamente mis ojos".
Six intentó liberarse de la carga de su legado abriéndose al arte sobre el que se sustenta pero relacionándose con él a su manera. Estudió Historia del Arte en la universidad, y después fue contratado por la sucursal de Sotheby's en Londres como joven especialista en los maestros antiguos. Desempeñó bien su trabajo y se introdujo con facilidad en el mundo de la riqueza y la cultura internacionales. Al parecer, con el tiempo la genética familiar surtió su efecto. Geer Mak, un escritor holandés que escribió la historia de la familia Six, me explicaba que algunos de los antiguos Jan Six poseían un sentido de la vista extraordinariamente agudo que los guió mientras reunían su colección. "Igual que el actual", añadía. "Jan Six tiene un talento extraordinario para ver a través de la pintura, para recordar un gesto de otro cuadro que haya visto años atrás, además de una increíble memoria para los pequeños detalles".
A medida que progresaba en su profesión, Six empezó a sentir que tenía derecho a expresarse sobre la colección familiar. Siguieron una serie de choques con su padre, muchos de ellos debido a la posibilidad de ampliar el acceso al público, un asunto que siempre ha sido fuente de problemas. Actualmente, las visitas guiadas a la colección, posibles solamente con cita previa, tienen una lista de espera de un año. El joven Six me esbozó el retrato de un padre introvertido que intenta preservar su legado manteniendo el mundo a distancia, y que, con el tiempo, se ha dado cuenta de que tiene que batallar también con un hijo sociable y extrovertido que cree que la manera de proteger ese legado es precisamente compartirlo con el resto del mundo. Los enfrentamientos exasperaban cada vez más al heredero. "Después, cuando volvía a casa en bicicleta, iba pensando que lo único que intentaba era ayudar a mi padre".
Curiosamente, uno de estos desencuentros giró en torno a los marcos de los cuadros. Algunas grandes obras de la colección, entre ellas el Retrato de Jan Six, tienen ornamentados marcos dorados que les pusieron los Six del siglo XIX cuando la ostentación estaba de moda. El joven Six sostenía que había que devolverles el aspecto que tenían en el siglo XVII, es decir, los marcos lisos, negros y sobrios que, en su opinión, eran el hábitat natural de las pinturas.
Este fue el otro objetivo de la demostración a la luz de las velas que me ofreció Six. "Si a un Rembrandt se le pone un marco dorado, los elementos representados en él retroceden cinco metros, y todo lo que sea dorado se vuelve amarillento", explicaba. "La pintura tiene que competir con la interferencia del marco. Si esta se elimina, emerge la belleza". Su padre, en cambio, insistía en que los cuadros de la colección debían conservar los marcos dorados. Six hijo me decía que creía que su padre estaba convencido de que estaba obligado con la colección, y que eso incluía la manera en que la preservaron sus ancestros. "Cuando se vive durante décadas en una casa y esta se considera el núcleo de la propia existencia, prácticamente se vive para ella", resumía. Por otra parte, él mismo se siente obligado con el arte.
Para evitar más discusiones, Six dio un paso atrás. "Decidí que prefería tener a mi padre como amigo, así que la casa y la colección no tienen nada que ver conmigo. Nuestra relación es mejor cuando mantenemos cierta distancia".
En 1991, la pintura del Siglo de Oro holandés, del Renacimiento italiano y de otras grandes épocas de la historia europea seguían dominando el mercado internacional del arte. Sin embargo, en estos tiempos digitales orientados al presente, en los que el equilibrio de poder mundial no para de cambiar (el año pasado, China se convirtió en el segundo mayor mercado de arte del mundo por detrás de Estados Unidos), los viejos maestros europeos han acabado pareciendo... viejos. En 2018, el 85% de los coleccionistas de arte que ocupan los 200 primeros puestos de la lista de ARTnews declaraban que coleccionaban una u otra forma de arte contemporáneo, mientras que solo el 6% afirmó que se interesaba por los maestros antiguos. Y si bien los grandes nombres ‒Rembrandt, Tiziano, Rafael‒ se siguen vendiendo por verdaderas fortunas, todos los demás han perdido valor. "Si se vende una pintura menor por 3.000 dólares, con el tiempo seguramente pasará a valer 2.000 dólares", reconoce Otto Naumann, un destacado marchante estadounidense que actualmente colabora con Sotheby's. "En la franja de los 300.000 dólares vemos un declive similar. Muchos de los paisajes marinos y los bodegones flamencos hoy valen menos".
El descenso de las ventas tiene que ver con el envejecimiento del sector. Según Frits Duparc, exdirector del Museo Mauritshuis, "apenas hay coleccionistas jóvenes" que se interesen por los antiguos maestros. "La mayoría de los principales coleccionistas son septuagenarios y octogenarios". También se han reducido los programas universitarios importantes, así como el número de profesores universitarios y las plazas de conservadores en los museos. Duparc añade que en Holanda hay exactamente un catedrático dedicado a tiempo completo al arte del Siglo de Oro holandés. Matthew Teitelbaum, director del Museo de Bellas Artes de Boston, informa de que su institución va a crear un nuevo Centro de Arte Holandés con el fin de contrarrestar esta tendencia. No obstante, reconoce que es difícil. "En estos momentos, es un campo de estudio en retroceso. Cada vez hay menos programas universitarios, y las convocatorias de plazas para profesores quedan vacantes". En cuanto a los marchantes que se dedican a los antiguos maestros, Duparc observa que, mientras que hace pocas décadas había docenas de profesionales independientes, hoy en día no queda más que un grupito disperso. La mayor parte de la compraventa ha sido absorbida por las dos grandes casas de subastas, Sotheby's y Christie's.
A pesar de este inhóspito panorama, en 2009 Jan Six decidió establecerse como marchante independiente de antiguos maestros holandeses, especializado particularmente en los retratos. Explica que acabó recelando de la mentalidad empresarial que encontró en Sotheby's, para la cual el patrimonio artístico mundial es una mercancía de lujo. "La mayoría de los marchantes son comerciantes", sentencia. "Lo mismo podrían ser vendedores de coches o agentes en Wall Street. La verdad es que no creo que se dediquen a esto por pasión por la estética". Encontró un elegante local en Ámsterdam, situado a pocas manzanas de sus padres y de la colección familiar, que le sirve al mismo tiempo de estudio, biblioteca y despacho, y abrió su negocio.
Six prosperó en su nueva profesión. Pasó los primeros años viajando entre Nueva York, Londres, París y Ámsterdam, comprando y vendiendo, aumentado su confianza y desarrollando un ojo aún más certero. Su nombre le facilitó el acceso a los coleccionistas más importantes y a los directores de los principales museos de arte del mundo. Se formó en las altas tecnologías de análisis de la pintura, capaces de ofrecer detalles sobre los lienzos, las maderas y los pigmentos que permiten profundizar en el conocimiento de una obra y su creador. Las cosas le iban bien ‒un Govert Flinck por aquí, un Gerrit van Honthorst por allá‒, pero tenía la sensación de que aún no le había llegado su oportunidad.
Lo que a él le importaba era Rembrandt. Six trabajó con ahínco para convertirse en experto. Inició una peregrinación para ver al natural todas y cada una de las 341pinturas del maestro enumeradas en el Corpus, que se encontraban dispersas desde Omaha, en Nebraska, hasta San Petersburgo, en Rusia (por el momento ha visto el 80%), y reunió un archivo de decenas de miles de documentos e imágenes relacionados con el artista. Se podría decir sin miedo a exagerar que se tomó a Rembrandt como algo personal. Cuando hablamos por primera vez del retrato que había descubierto, me dejó muy claro lo que el hallazgo había significado para él. "No tiene nada que ver con mi familia", aseguraba, lo cual, como él sabía bien, era verdad en sentido estricto, y también totalmente falso. "Quiero que entienda que el descubrimiento es independiente de mi padre y de la colección Six. Es pura catarsis. Por primera vez en mi vida, somos solo Rembrandt y yo".
Tras examinar el retrato del joven caballero en la sala de exposiciones de Christie's, Six cogió un avión de vuelta a Ámsterdam y llevó las fotografías que había hecho a Ernst van de Wetering, el especialista en el pintor al que había mostrado la imagen del catálogo. La intriga de Van de Wetering aumentó, pero no quiso decir nada más hasta ver el cuadro por sí mismo. A Six le bastó con eso. Estaba listo para pujar. Se calculaba que el precio de adjudicación se situaría entre 19.000 y 25.000 dólares, una minucia si la pieza era lo que él pensaba. Ahora bien, si alguien sospechaba lo que se traía entre manos, el precio se dispararía. Evidentemente, las obras de Rembrandt se pueden vender por decenas o cientos de millones. En 2015, el Museo Nacional de Holanda, principal depósito del arte y la historia del país y hogar de La Ronda de Noche, de Rembrandt, adquirió, en asociación con el Louvre, un par de retratos de cuerpo entero y a tamaño natural de una pareja de novios fechado en 1634, es decir, precisamente en el mismo periodo al que pertenece el hallazgo de Six. (Ambas figuras llevan el revelador encaje de bolillos). Los museos pagaron 174 millones por el conjunto.
Six llamó a un inversor con el que había trabajado en el pasado (rehusa revelar su nombre) y recibió el visto bueno. Según me contó, el inversor estaba dispuesto a llegar a los cuatro millones de libras (cinco millones de dólares), lo cual seguiría siendo una ganga para un Rembrandt. Al final, Six ganó la puja por 137.000 libras (173.000 dólares), un precio correcto para una obra "del círculo de".
Si alguien sospechaba lo que se traía entre manos, el precio del cuadro se dispararía. Un 'rembrandt' puede valer cientos de millones
Lo mandó limpiar, restaurar y analizar científicamente. Para ello recurrió al mejor equipo del país en análisis de obras de arte con tecnología punta. Petria Nobel, jefa de conservación de pintura del Museo Nacional, me explicaba que en su laboratorio le hicieron un macroescáner de fluorescencia de rayos x, un método que atraviesa las capas de pintura y permite hacer un sofisticado análisis de una obra y, por lo tanto, del proceso del artista, y estudió también muestras de pintura. Como el museo holandés acababa de comprar junto con el Louvre el par de retratos de los novios obra del maestro, el joven caballero de Six se podía comparar en detalle con ellos, en especial con el del novio, llamado Marten Soolmans.
Las pruebas mostraron, como sostiene Six en su libro de 2018 sobre el cuadro, que ambas obras "fueron realizadas exactamente con los mismos materiales; siguen la misma acumulación de capas de pintura; se ajustan al mismo procedimiento de ejecución, consistente en pintar de atrás adelante; y lo más importante, en ambas aparece el singular método del negro sobre blanco empleado para representar los cuellos de encaje". En otras palabras, el marchante afirmaba que su pintura era tan obra de Rembrandt como las que habían costado decenas de millones de dólares.
Los museos, sin embargo, intentan evitar que los marchantes los utilicen como instrumentos para sus ventas, así que Noble no estaba dispuesta a mostrarse tan taxativa. "Teníamos que ser cautelosos con el veredicto que emitiésemos", advirtió. "Hay muchas similitudes, y también queda un buen número de preguntas que requieren más estudios".
Lo siguiente que hizo Six fue reunir un grupo de eminentes especialistas para que respaldasen su atribución del cuadro a Rembrandt. Hay que señalar que algunos mostraron reservas, no porque estuviesen seguros de lo contrario, sino como un paso más hacia el reconocimiento de que, en la historia del arte, existen zonas de indefinición. En el caso de una obra como aquella, aparentemente salida de la nada, no hay manera de alcanzar una certeza absoluta sobre su origen. "Cuando Jan se dirigió a mí con su cuadro, tuve que admitir que no podía refutar sus argumentos", confiesa Gary Schwartz, un biógrafo estadounidense de Rembrandt y una autoridad en el arte holandés del siglo XVII. "Le dije que no iba a expresar dudas sobre la autoría del maestro, pero que no me hacía mucha gracia" ser tan terminante. A continuación, detalla las dificultades concretas que plantea Rembrandt a los responsables de certificar la autenticidad de sus obras, que abarcan la variedad de estilos que cultivó, sus numerosos alumnos o la posibilidad de que, en su taller, hubiese más de una persona trabajando en determinada obra. Un cuadro que se atribuya, por ejemplo, "al taller de Rembrandt" en vez de al artista mismo, tendrá menos valor. Schwartz es uno de los historiadores del arte a los que, cuando se trata de cuestiones de autenticidad de las creaciones de los pintores famosos, le gustaría que la gente se fijase menos en el artista y el valor monetario del cuadro que en la obra en sí misma. Utiliza el término rembrandtidad y defiende que se matice la probabilidad de que un cuadro sea del propio artista. Con respecto a la rembrandtidad de este retrato en concreto, concluía que "la atribución a Rembrandt es la hipótesis a batir, pero cabe la posibilidad de que no sea imbatible".
Los museos intentan respetar la rembrandtidad. La Galería Nacional de Arte de Londres, por ejemplo, etiqueta Viejo en un sillón como "probablemente, obra de Rembrandt", y la Real Pinacoteca Mauritshuis anunciaba recientemente que está poniendo en marcha un estudio exhaustivo de dos de sus supuestos rembrandts para intentar determinar la probabilidad de que sean de mano del maestro. "Creo que la rembrandtidad es una buena idea ", considera Ronni Baer, jefa de conservadores de pintura europea del Museo de Bellas Artes de Boston, "pero la gente no se conformará con ella porque en la atribución hay mucho dinero en juego".
La opinión más importante sobre si el cuadro era o no de Rembrandt fue la de Van de Wetering. El especialista se reservó su veredicto mientras la obra estaba siendo analizada. "Mientras se llevaba a cabo la restauración, estaba cada vez más convencido", me explicó. "Pensaba que la valoración de Jan Six era acertada".
Sin embargo, al final añadió una importante salvedad. Ahora el estudioso piensa que, en un principio, el cuadro de Six formaba parte de una obra mayor. Un indicio es que el rostro está ligeramente borroso. Van de Wetering me contó que Rembrandt utilizaba este recurso en sus retratos de grupo para guiar la vista hacia la figura central de la composición. “La otra figura debió de estar ligeramente más en primer plano”. Es posible que fuese una figura femenina y la composición original posiblemente fuese un retrato de boda que más tarde se dividió. En una entrevista posterior con un periódico holandés, van de Wetering afirmaba que, si se trataba, como creía él, de "un fragmento de una obra mucho mayor", su importancia disminuiría.
El día después de encontrar la pintura en el catálogo de Christie's, en 2016, Jan Six conoció a una mujer llamada Ronit Palache. Él venía de un divorcio complicado y los dos hicieron buenas migas casi inmediatamente. "Una de las primeras cosas que me dijo fue que creía que había descubierto un rembrandt", me contaba Palache el pasado julio. "Cuando empezamos a salir, no paraba de hablar del cuadro".
Palache era editora y relaciones públicas de una editorial holandesa. Cuenta que Six le dijo que proyectaba escribir un tratado académico para acompañar el descubrimiento, y que cuando leyó sus notas las encontró "aburridas". Entonces empezó a incubar una idea. Hete aquí el vástago de una familia famosa en Holanda por su conexión con el gran arte, y con Rembrandt en particular, que ha descubierto un rembrandt él mismo. Como publicista, "lo enfocó desde el punto de vista comercial", explicaba.
Su idea era dar a conocer el cuadro de la misma manera en que se presentaría un libro superventas, con un gran despliegue de medios de comunicación. Al principio, Six se resistía. "Le dije que no era un tema que tuviese mucho público", cuenta. "Normalmente los maestros antiguos son para personas entradas en años que tienen tiempo libre". Palache no se dio por vencida y, al final, Six se dejó guiar por ella. "Me pasaba el tiempo convenciendo a Jan de lo grande que iba a ser esta historia", recuerda.
En mayo de 2018, casi un año y medio después de ver el cuadro por primera vez en Londres, Six apareció en directo en Pauw, uno de los programas de entrevistas más populares de Holanda. Tras una breve introducción, Six y el presentador retiraron la tela negra que cubría el lienzo ante las exclamaciones del público. La aparición en televisión fue el plato fuerte de la campaña en los medios, que incluyó también un artículo de portada en exclusiva para NRC Handelsblad, el periódico de más tirada del país, y un libro sobre el cuadro, titulado Rembrandt's Portrait of a Young Gentleman [Retrato de un joven caballero de Rembrandt], escrito por Six e impecablemente editado. En pocos días, la noticia corrió por el mundo. El libro se convirtió de inmediato en un éxito de ventas en Holanda, y se llevaron a imprenta las ediciones en inglés y francés.
A los holandeses les gusta señalar que son gente fieramente igualitaria y espontánea. En el idioma existen varios dichos sobre el peligro de la soberbia, como por ejemplo, "cuanto más alto es el árbol, más lo azota el viento", o "saca demasiado la cabeza y te la cortarán". El mundo de los grandes maestros también suele preferir la discreción ‒cuando no la modestia‒ a la ostentación. La parafernalia con la que Six dio a conocer su descubrimiento representó un desafío para ambas maneras de conducirse. Sin embargo, en un primer momento, los guardianes del arte tradicional, lejos de poner mala cara a la espectacularidad, quedaron maravillados con la atención adicional que estaba atrayendo su campo. En una conversación que mantuvimos por entonces, Wim Pijbes, exdirector del Museo Nacional de Holanda, calificó la revelación en televisión de "iniciativa muy bien presentada, además de bastante sorprendente".
Cuando Six estaba inmerso en la marea de entusiasmo popular, le pregunté por qué razón participaba ahora en la mercantilización del arte, si había dejado Sotheby's por el disgusto que ello le causaba. Él se encogió de hombros y entonó un mea culpa por Internet: "Soy un hombre de negocios". Sin embargo, después me ofreció una respuesta más introspectiva. "Durante años he estado luchando mentalmente por demostrar que sé algo de pintura por mérito propio. Me alegra que, hasta el momento, en todos esos artículos, desde Estados Unidos hasta China, se haya escrito sobre mí como marchante, no como un Six".
En septiembre de 2018, al cabo de cuatro meses de su espectacular aparición en televisión y casi dos años después de la subasta en Christie's, un marchante holandés de Alkmaar, una ciudad al norte de Ámsterdam, llamado Sander Bijl, habló con un redactor de NRC Handelsblad y declaró que la verdad era que él también había reconocido la fotografía del catálogo como un probable rembrandt. Añadió que había propuesto a Six que comprasen el cuadro juntos, que este se había mostrado de acuerdo, y que ambos se comprometieron a poner un tope de un poco más de 100.000 euros a su puja conjunta, que era la cantidad a la que Bijl podía llegar. Cuando el cuadro se vendió por 153.000 euros, relata, jamás se le ocurrió que el mejor postor hubiese sido Six. Bijl acusó a este de haber cerrado un trato con él para luego hacer una puja más alta por su cuenta a través de un intermediario, a fin de poner contra las cuerdas a un competidor que había advertido el verdadero valor de la obra. Como me dijo otro marchante especializado en maestros antiguos: "En nuestro negocio, eso no se hace".
La entrevista en el periódico en la que Bijl declaraba que Jan Six, el predilecto del mundo de los antiguos maestros holandeses, era un tramposo tuvo resonancia en toda la comunidad internacional del arte. Más tarde, Bijl me contó que no le había quedado más remedio que denunciar lo ocurrido para proteger su propia reputación, ya que pensaba que era perjudicial para su imagen que los marchantes y otros miembros del sector pensasen que se le había escapado un rembrandt. Le enfurecía que en la revelación televisada del retrato por parte de Six y en las siguientes apariciones de este en los medios de comunicación, hablase del proceso de descubrimiento, investigación y compra como una empresa estrictamente individual, en la que el aristócrata solo contó con la ayuda de los conocimientos de van de Wetering y la financiación de su anónimo patrocinador. "Jan Six iba por ahí pregonando su descubrimiento como si fuera solo suyo y preguntándose si todos sus colegas eran idiotas o es que él era muy listo. Sabía perfectamente que lo habíamos visto los dos". Bijl me remitió una cadena de mensajes de WhatsApp enviados por él a Six antes de la subasta de Christie's, que incluían capturas de pantalla de partes del lienzo, en los que daba detalles de su propio examen del mismo. En apariencia, los mensajes demostraban que Bijl había visto la pintura personalmente antes de que Six lo hiciese en la sala de exposiciones de Christie's.
Un marchante declaró a la prensa que él también había reconocido la fotografía del catálogo y que Six le había engañado
El pasado septiembre, Six me dijo que nunca había llegado a un acuerdo con Bijl para comprar el cuadro. Sin embargo, me pareció que insinuaba que le había dado falsas esperanzas. "Me aterrorizaba que Sander pusiese a la casa de subastas sobre aviso de que tenían algo especial", justificaba. "Entonces Christie's retiraría el cuadro de la subasta, algo que ya me ha pasado antes. Le pregunté qué quería hacer". Six me aseguró que lo que le quiso decir con eso era qué proyectaba hacer Bijl, pero que este se lo tomó como un acuerdo de colaboración en el asunto del cuadro. El pasado octubre, Six declaró al periódico De Volkskrant que había dejado margen a Sander para que se creyese su propia historia.
Las últimas novedades despertaron un interés especial entre los holandeses debido a los paralelismos entre ambos marchantes. Los dos tienen más o menos la misma edad. Martin Bijl, padre de Sander, es uno de los mejores restauradores de Holanda que, a lo largo de su trayectoria profesional, ha devuelto el esplendor a numerosos rembrandts. Al igual que Six, Bijl creció rodeado de antiguas obras de arte holandesas. No obstante, la posición social de ambos es diferente. "Soy la clase de marchante que tiene un estand en todas las ferias de arte", puntualizaba Bijl. "Jan Six no se molesta en esas cosas. Yo soy el pequeño Sander Bijl de Alkmaar, y él es el aristocrático Jan Six de Ámsterdam".
A raíz de la acusación de Bijl, Six me facilitó otra información que parecía restar importancia a la disputa entre los marchantes. Tiempo atrás yo le había preguntado por un rumor que corría, según el cual él habría descubierto un segundo rembrandt. Nuestro protagonista lo negó. Ahora decía que era verdad. Six reconocía que había descubierto ese otro rembrandt dos años antes de ver el retrato en Christie's, pero que había acordado no hacerlo público hasta finales de 2019, momento en que la obra se convertiría en la pieza estrella de la reapertura del Museo De Lakenhal de Leiden, la ciudad natal de Rembrandt, coincidiendo con el 350º aniversario de la muerte del artista. Six me confió que la acusación de Sander Bijl había cambiado la situación, y añadió que, a fin de explicar lo ocurrido entre ambos, se veía obligado a hacer pública la noticia de que había descubierto un segundo rembrandt, cosa que hizo el 14 de septiembre mediante otra teatral revelación en Pauw.
También me contó que se fijó por primera vez en el cuadro, que representa una escena bíblica en la que aparece Jesús rodeado de niños y un grupo de adultos que observan, en 2014, en el catálogo en Internet de una casa alemana de subastas. Sintió que los años que había pasado examinando rembrandts habían quedado compensados en un instante. Lo que llamó su atención fue un posible autorretrato de Rembrandt muy joven en uno de los personajes secundarios. El detalle entusiasmó a Six no solo por su gran parecido con otros autorretratos del artista, sino también porque concordaba con una costumbre del maestro en sus primeros años, consistente en incluir una imagen de sí mismo en sus cuadros. La pintura tenía un precio de salida de entre 20.000 y 27.000 dólares, pero el marchante Otto Naumann también había advertido que se trataba de un probable rembrandt y estaba decidido a comprarlo. Al final, Six y su inversor anónimo acabaron pagando dos millones de dólares por él. Se cree que fue ejecutado en un momento muy temprano de la carrera del artista, posiblemente cuando tenía tan solo 19 años, y que es la primera obra suya sobre lienzo que se conoce.
El cuadro había sido repintado profusamente por un artista posterior que había vuelto a cubrir los ropajes con diferentes colores y había vestido el cuerpo de un niño desnudo. Para intentar devolverle un aspecto similar al que quiso darle el maestro, Six decidió que se eliminase lo añadido. También en esta ocasión consultó con van de Wetering, que se empeñó en que encargase la restauración, extremadamente delicada, a Martin Bijl. "Yo no quería, pero Ernst insistió", se lamentaba, al parecer afirmando de manera implícita que si quería el plácet del experto no tenía más remedio que trabajar con el padre de Sander Bijl. Six me contó que llegó a un acuerdo con Martin Bijl para que restaurase la pintura, y que fue mientras se llevaba a cabo el minucioso trabajo cuando descubrió el retrato en el catálogo de Christie's y se lo enseñó a Van de Wetering.
Poco después, Sander Bijl, hijo del restaurador, mandó a Six un mensaje de WhatsApp que decía: "Jan, creo que has hablado con Martin y Ernst del retrato que está a punto de ser subastado". Sin embargo, Six no había comentado nada del retrato al restaurador. Según me explicó, ese mensaje le demostró claramente que van de Wetering había traicionado su confianza al informar a Martin Bijl de que Six iba tras un nuevo rembrandt, y que el padre se lo había contado a su hijo. En septiembre de 2018 repitió esta afirmación en Pauw, así como que van de Wetering lo había presionado para que encargase el trabajo a Martin Bijl. "De repente, Sander intentó trabar amistad conmigo", me explicaba Six, y a hacer insinuaciones de adquirir el retrato conjuntamente. Mientras tanto, siempre según el marchante, el padre pedía más dinero para acabar la restauración del primer cuadro. Ya no quería solo unos honorarios por hora, como se estableció en el acuerdo original, sino un porcentaje de los beneficios de la venta del cuadro. "Era una forma de chantaje", sentencia Six.
Escribí un correo electrónico a Martin Bijl para que respondiese a la acusación. No me contestó, pero su hijo, sí. Me dijo que su padre había pedido más dinero después de que Six le hubiese pedido que acelerase la restauración, lo que le habría obligado a rechazar otros clientes. También me remitió una cadena de mensajes de WhatsApp entre Six y su padre que indicaba que la relación era cordial.
Sander Bijl no niega que se enterase del interés de Six por la obra a través de su padre, el cual, efectivamente, se había enterado a través de van de Wetering, pero añadió que estas conversaciones son normales e inevitables en el mundillo de los antiguos maestros holandeses. No obstante, señala que cuando su padre le habló del interés de Six por el retrato, él ya se había dado cuenta de que Christie's iba a vender un posible rembrandt como la obra de un pintor menor. Bijl hijo puso a mi disposición un correo electrónico que envió a Christie's en noviembre de 2016 pidiendo una fotografía del cuadro a alta resolución, fechado unos días antes de la fecha en que Six me dijo que lo había visto por primera vez, dándome a entender, en otras palabras, que ya había reparado en él. Según me contó, él y Six habían hecho negocios en alguna ocasión ‒a principios del año pasado compró al amsterdamés un par de obras de pequeño formato‒, así que le pareció normal proponerle la idea de adquirir el cuadro conjuntamente.
Cuando, el pasado diciembre, hablé por teléfono con Sander Bijl después de que los medios de comunicación hubiesen polemizado un par de meses sobre su disputa con Six, me insinuó que el origen del empeño de su colega en negar su participación en la compra de la obra se encontraba en los demonios interiores del aristócrata. "Tiene un problema con la carga que representa el apellido Six y cree que tiene que demostrar algo. ¿Acaso tengo yo que pagar por sus problemas de familia? No. Me engañó".
Además de los titulares del estilo "Jan Six, descubridor de un nuevo Rembrandt, acusado de engaño", Six recibió otra desagradable sorpresa. Van de Wetering, al que el primero había admirado desde los comienzos de su vida profesional, dio una virulenta respuesta pública a las afirmaciones de Six de que el experto lo había presionado para que recurriese a Martin Bijl y de que había violado su confianza. Mientras que pocas semanas antes van de Wetering me había dicho que Six y él tenían "una gran amistad", tras las acusaciones del marchante declaró a NRC Handelsblad: "Six ha mostrado su verdadera naturaleza. Ahora sé que es capaz de mentir", y declaró que la amistad entre ambos había acabado. No obstante, en la misma entrevista hizo una elogiosa valoración del segundo hallazgo de su examigo. Según el experto, la pintura de tema bíblico se trataba de "un gran descubrimiento" que "mostraba una fase del desarrollo del joven Rembrandt".
Six y yo volvimos a reunirnos en octubre. Su actitud era desafiante. El marchante lleva el pelo largo, y cuando se exaspera, tiende a caerle en la cara como una cortina. Vuelve a colocarlo en su sitio mientras pronuncia su defensa. Insiste en que lo único que intentaba Sander Bilj era sacar provecho económico del éxito de Six. "Cuando Dan Brown escribió El código Da Vinci se enfrentó a multitud de pleitos", alegaba. "La verdad es que tengo suerte de tener solo a un tipo persiguiéndome". Rechaza mi insinuación de que su obsesión con Rembrandt podía haber ofuscado su criterio profesional. Ni siquiera da crédito a la prueba aparentemente irrefutable de que Bijl se había percatado por sí mismo de que el retrato era un posible rembrandt, y expresa su amargura por el hecho de que la conspiración de otros, motivada, en su opinión, por los celos y la codicia, hubiese empañado su hazaña personal y profesional y hubiese eclipsado un éxito sin precedentes. "Hasta ahora nadie en la historia de la humanidad había descubierto dos rembrandts".
A pesar de su pérdida de importancia en el mercado y en los planes de estudios, los antiguos maestros holandeses siguen teniendo un gran atractivo para el gran público. El éxito del libro y la película La joven de la perla, que resisten al paso de los años, y la novela de Donna Tartt El ruiseñor ‒cuyo argumento gira en torno a un cuadro del artista del siglo XVII Carel Fabritius y se va a llevar a la gran pantalla‒ tienen su correspondencia en la afluencia de visitantes a las exposiciones en los museos. Desde que los museos Nacional de Holanda y la Pinacoteca Mauritshuis volvieron a abrir sus puertas hace algunos años tras su renovación, ambas instituciones han visto multiplicarse aproximadamente por dos las cifras de visitantes. "En el ámbito de los antiguos maestros, creo que la pintura holandesa es mucho más accesible que la religiosa italiana o el Barroco con su pompa, por poner dos ejemplos", señala Ronni Baer, conservadora del Museo de Bellas Artes, para explicar su popularidad. "Cualquiera puede entender una naturaleza muerta o un interior".
Los elogios que algunos expertos en los antiguos maestros neerlandeses, conscientes de la popularidad de la obra de estos entre la gente corriente y deseosos de revertir su pérdida de valor en el mundo académico y en el mercado, dedicaron a Jan Six cuando este hizo sus descubrimientos, seguramente obedecieron a que vieron en él un atractivo joven defensor de la causa. Es cierto que tiene abolengo, pero, más allá de este, Six capta a la perfección lo que hace especial a esta escuela. Al apartarse de los temas estrictamente religiosos y poner de relieve el mundo que los rodeaba con sus bodegones, sus paisajes y los retratos que se hicieron mutuamente, los pintores de la época crearon unas obras artísticas que constituyen escaparates de lo que somos realmente. Las personas que dedican su vida a este campo del conocimiento lo hacen por convicción y lo consideran una misión. "Tenemos que luchar por la importancia del arte holandés", proclama Emilie Gordenker, directora de la Pinacoteca Mauritshuis, en cuyas salas cuelgan La joven de la perla, de Vermeer, y El ruiseñor, de Fabritius. "Debemos asegurarnos de que las historias de estos cuadros sigan teniendo importancia".
Tras la debacle de Six, algunos de los personajes más destacados en este ámbito ‒directores de museo, conservadores, investigadores‒ manifestaron su decepción con él, aunque ninguno quiso que sus palabras constasen por escrito. "Es un asunto muy triste porque la gente ya sospecha que los marchantes de arte son poco de fiar", opinaba uno de ellos. "Puedo decirle que hay quien se refiere a Jan Six como Ícaro".
Uno de los marchantes considera que Six cometió un error de inexperto en su manera de manejar la polémica. "Debería haber intervenido de inmediato para resolver la cuestión discretamente". Aunque pensase que tenía razón, sugiere el marchante, lo prudente habría sido llegar a un acuerdo a fin de proteger la propia reputación. "La gente tiene que confiar en ti y en tus cuadros". Para subrayar lo que quería decir, me contó que había preguntado a un destacado comprador si quería que pidiese el precio de uno de los dos cuadros descubiertos por Six, a lo que este respondió que no mientras estuviesen envueltos en la polémica.
No obstante, en el mundo en general, las controversias acaban diluyéndose. La última vez que hablé con Jan Six en febrero, su estado de ánimo era totalmente diferente. Para conmemorar el 350º aniversario de la muerte de Rembrandt, que se celebra este año, la cadena de radiodifusión NPO le pidió que grabase una serie de televisión en cinco capítulos en la que Six pasea por las calles en las que vivió el pintor, se detiene ante el edificio de Leiden en el que fue al colegio y medita delante de diversas obras de arte. En ella, Six hace lo que mejor sabe hacer, que es comunicar su pasión, en este caso a un público muy amplio, lo cual es algo nuevo para él. "Hay cientos de miles de espectadores viéndome por la tele y disfrutando", cuenta. "De repente, toda clase de personas se ponen en contacto conmigo. Algunas tienen un cuadro antiguo y quieren que lo vea. Justa ahora acaba de llamarme una mujer. Me dijo que iba a cumplir 75 años y que su hermana gemela era una apasionada de Rembrandt. Me preguntó si había alguna posibilidad de que me pasase por su casa el día de su cumpleaños y hablase 10 minutos del artista. Me pareció muy dulce y desde luego que iré. Todo esto me ha animado mucho".
La experiencia televisiva ha puesto algo de distancia entre él y "la burbuja", como se refiere a la élite del arte, y le ha permitido empezar a dejar atrás este año apasionante y atroz. "Era algo épico y fantástico", afirma, "y entonces todo cambió. Me di cuenta de que estar tan obsesionado con un pintor no es necesariamente algo bueno. Aunque, por supuesto, sigo estándolo".
Si en alguna ocasión va paseando por el centro de Ámserdan, hay un punto desde el cual es posible establecer contacto visual con Jan Six. Con el primero, claro. En la mansión Six, su retrato está situado de tal manera que, estirando un poco la cabeza, se puede ver desde la acera de enfrente. El cuadro cuelga en una habitación del primer piso, mirándole a uno desde arriba. A Jan Six XI le gusta hablar de la manera en que Rembrandt entendía las miradas. La de su ancestro y tocayo parece atrapada en una espiral de melancolía, en una conciencia fatigada y cómplice de las frustraciones y limitaciones de la vida humana.
Esa fue revelación que recibió el Jan Six XI adolescente al contemplar el retrato de su antepasado, la que lo encaminó hacia la búsqueda de su propia identidad, distinta de la de sus ancestros: que una persona que vivió hace tres siglos y medio fuera capaz de transmitir, aplicando pintura sobre un lienzo, la esencia humana de una manera absolutamente inteligible en nuestros días, y que, quizá por eso, la identidad, con todos sus defectos e inseguridades, sus estallidos de discernimiento y sus reservas de empatía, por individual que sea, es al mismo tiempo universal.
The New York Times Magazine. Traducción de News Clips.
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