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Gente corriente y democracia

La ola populista reclama una mayor presencia del pueblo en la toma de decisiones. Pero lo que se presenta como un empoderamiento puede acabar siendo una ficción

Manifestación anti Brexit en marzo de 2019.
Manifestación anti Brexit en marzo de 2019. Tayfun Salci (Getty)
Ignacio Urquizu

Cada vez que se ha producido una ola populista donde se presentaba al pueblo como fuente de todas las virtudes y se reclama una mayor presencia de éste en la toma de decisiones, se ha hecho énfasis en la participación directa de la sociedad a través de distintos mecanismos (primarias, referéndum…). Ello implica trasladar la relación triangular de poder que puede existir en una democracia representativa entre los representantes, los representados y los líderes, a una relación bilateral entre dirigentes y ciudadanía. Los representantes dejan de tener la relevancia que tenían, puesto que todo se fundamenta en un vínculo directo entre el líder y el pueblo. Es decir, las olas populistas acaban defendiendo que sólo la ciudadanía puede controlar a sus dirigentes sin necesidad de órganos interpuestos o de representación, lo que elimina los controles horizontales [los checks and balances o pesos y contrapesos].

En los nexos directos entre los líderes y la ciudadanía siempre emergen “emprendedores políticos” que no son elegidos democráticamente

Lo que sabemos por la experiencia y por la literatura es que esta relación bilateral se basa en una ficción. En los nexos directos entre los líderes y la ciudadanía siempre emergen “emprendedores políticos” que no son elegidos democráticamente, pero que pasan a tener un papel fundamental. ¿Qué significa esto? Gran parte de la ciudadanía no dispone del tiempo suficiente para formarse una opinión cualificada sobre diferentes materias, por lo que los “intérpretes” de la realidad pasan a tener un papel fundamental. Aquí entrarían, por ejemplo, los medios de comunicación. Pero en este espacio de “emprendedores políticos” también se encuentran los grupos de interés, en muchos casos con intereses económicos poderosos y que pueden condicionar la formación de la opinión pública. Puesto que los ciudadanos no disponen de los recursos suficientes para conformarse una opinión sobre los asuntos más diversos, los creadores de opinión pasan a ser los verdaderos intermediarios. Los representantes elegidos democráticamente ocupan una posición secundaria (cuando no son descalificados y apartados bajo el argumento de que no representan a la ciudadanía), y los intérpretes de la realidad son los que median entre el líder y el pueblo.

Aquí se abre un debate apasionante: ¿somos más manipulables ahora que hace varias décadas o siglos? En un reciente ensayo, el popular historiador Yuval Noah Harari argumentaba que, gracias a los conocimientos actuales en biología, datos e informática, el ser humano es mucho más manipulable que en cualquier etapa de la humanidad. (…) Sin tratar de resolver el debate que plantea Harari, la cuestión es que sus argumentos refuerzan la idea de que los generadores de opinión e intérpretes de la realidad siempre han tenido un papel fundamental en nuestras sociedades. Si eliminamos a los intermediarios entre la ciudadanía y los líderes, estos intérpretes serán mucho más poderosos.

En definitiva, lo que se presenta como una regeneración democrática y el empoderamiento del hombre medio puede acabar siendo una ficción, puesto que los representantes acaban cediendo el poder de decisión e interpretación de la realidad a “emprendedores políticos” que no tienen un origen democrático. Las olas populistas, al contrario de lo que sus defensores argumentan, acaban debilitando a la ciudadanía y empoderando a poderes no elegidos democráticamente. Debilitar a los representantes y a la idea de representación en defensa del control directo por parte del pueblo es uno de los caminos que conducen al debilitamiento del hombre medio en su ejercicio democrático.

Aunque se plantean como una práctica de empoderamiento de la ciudadanía, finalmente el empoderado es el que tiene recursos para el ejercicio de la política.

Retroceder en la idea de representación acaba socavando los principios de la democracia: el hombre medio deja de gobernarse a sí mismo para estar gobernado por agentes y grupos no elegidos democráticamente.

El segundo de los problemas tiene que ver con la nueva concepción de la democracia, que sirve como base para legitimar una nueva forma de hacer política. Dicen sus defensores que debemos ser ambiciosos a la hora de llegar a todo el mundo, pues nadie puede verse privado de nuestro relato. Además, el objetivo debe ser lo más convincente posible con las amplias mayorías, muchas de ellas alejadas de la política y muy poco informadas. Con este fin se ha desarrollado una forma de hacer política más centrada en las imágenes, en perjuicio de los argumentos.

Frente al ideal republicano de democracia que pone un especial énfasis en la deliberación como fuente de información y capacidad de convencimiento, las nuevas formas de hacer política han dado paso a las imágenes como instrumentos de seducción. La democracia se vacía de contenido al presuponer que el hombre medio no está preparado para ella, puesto que sólo responde a las imágenes y no a la reflexión con contenido. (…)

Se ha desarrollado una forma de hacer política más centrada en las imágenes, en perjuicio de los argumentos

Se sigue presentando al hombre medio como alguien poco preparado para el ejercicio de la democracia, pues en la medida en que tiene poco interés por la política y carece de información suficiente, es mejor dirigirse a él sin argumentos, y sólo con emociones e imágenes. Su papel, por lo tanto, no es el de la reflexión o la deliberación, sino mucho más primario.

En el fondo, quienes sostienen estas ideas parten de la base de la escasa capacidad de la gente corriente para ejercer su papel de ciudadano de forma efectiva y completa, por lo que son considerados objetos fácilmente manipulables. De hecho, con el auge de las nuevas tecnologías, esta argumentación está cada vez más extendida, y es muy frecuente escuchar a analistas y asesores enfatizar el poder de la imagen frente a la capacidad de las ideas, las emociones frente a los argumentos.

Esta visión de la política y del hombre medio cae en el error que trató de denunciar en numerosas ocasiones Isaiah Berlin. Muchos confunden las protestas, los intelectuales o la gente formada con la intelligentsia, pero lo cierto es que son cosas muy distintas. Podemos encontrarnos gente muy educada en los mejores centros o grandes movilizaciones que defiendan con vehemencia cosas irracionales o el statu quo. Para Berlin, ser miembro de la intelligentsia significaba combinar “la creencia en la razón y en el progreso y de una profunda preocupación moral por la sociedad”. Por lo tanto, las virtudes cívicas que nos hacen ciudadanos completos en una democracia no es tener una gran sabiduría o haber leído grandes cantidades de libros, sino poseer una concepción de la sociedad fundamentada en un conjunto de valores como la razón, el progreso y la moral. Ser ciudadano en una democracia no es una cuestión de conocimientos, sino de valores.

Ignacio Urquizu es profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid y exdiputado del PSOE por Teruel. Autor de ‘La crisis de representación en España’, este texto es un fragmento de su nuevo libro, ‘¿Cómo somos? Un retrato robot de la gente corriente’ (Deusto), que se publica el 2 de abril.

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