... pero sin la militancia
En todos los partidos se repiten estrategias cada vez más alejadas de la democracia interna
El espectáculo de los partidos con los candidatos y las candidaturas, los candidatables y los descandidatados, bordea el esperpento. Lo del presidente Sánchez, tan lejos ya del señor Sánchez, resulta extraordinario; pero no es la excepción a la regla, sino la regla: en todos los partidos se repiten estrategias cada vez más alejadas de la democracia interna. Qué oportuna ha resultado esta semana la presentación de Desprivatizar los partidos de J. A. Gómez Yáñez y Joan Navarro. En sus páginas se apunta algo notorio: ante el incremento del nivel y la complejidad de la competencia, los partidos reaccionan “intentado reducir su pluralidad interna” y “concentrando las decisiones en grupos cada vez más reducidos en torno al líder”.
El presidencialismo de Sánchez con las listas supone además una autorefutación: el hombre que alcanzó el poder con la promesa de devolver el partido a la militancia, se propone consolidarse en el poder contra la militancia. De Sevilla a Teruel, se veta su voto en las listas. No vulnera las reglas, pero sí su compromiso. Aquel Todo para la militancia con que triunfó, ha derivado en Todo para la militancia pero sin la militancia reproduciendo la lógica del despotismo ilustrado, que siempre tuvo más de despotismo que de ilustrado. Al susanismo no le consolará, pero el éxito de Sánchez es también un fracaso puesto que delata su transformismo oportunista.
Rivera ha dado la réplica a Sánchez en Navarra pasando del discurso del cuponazo a una candidatura pro régimen foral. La nueva política, de hecho, ha tardado poco en reproducir las viejas patologías. Ciudadanos, abanderado de la regeneración, se ha retratado con un calamitoso pucherazo. En definitiva, se quejan desde dentro, la dirección bendice candidatos para anunciar triunfos arrolladores. Ahora proliferan las dudas en varias comunidades. Y la política de fichajes —último caso: una senadora cántabra del PP investigada por corrupción— está bajo los focos. El personalismo presidencialista, que Iglesias en Podemos ha elevado a caricatura con su vuÉLve, hace aguas. En definitiva, como anotan Gómez Yáñez y Navarro, “se reduce el control democrático interno y no hay incrementos de teórica ‘eficacia’ que justifiquen tal empobrecimiento”.
En el PP, Casado ha ensayado el cuaderno azul del aznarismo con las listas: a voluntad del jefe y en secreto. Claro que no hay piruetas equiparables al PdeCAT, porque además vienen dictadas por un prófugo con ínfulas delirantes que está destrozando a su medida un partido histórico. Las purgas, de Marta Pascal a Campuzano, se blanquean con la coartada indeclinable del procés. Apenas queda huella del viejo partido de la burguesía pragmática tras ese cesarismo.
Los partidos tienden a reaccionar “como cualquier organización”, es cierto, pero no son una organización más. Como recoge la Constitución, constituyen el instrumento fundamental para la participación política. Y por tanto, como anotan Gómez Yáñez y Navarro, son pieza clave de la salud democrática de un país. Visto lo visto, ¿qué se puede pensar de la salud democrática del país?
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