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Columna
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Abrazo a garrotazos

Hay un acuerdo tácito entre los dos principales contendientes, PSOE y PP, para convertir estas elecciones en un plebiscito sobre la legitimidad del Ejecutivo socialista

Víctor Lapuente
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en un acto del PSOE de Castilla y León.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en un acto del PSOE de Castilla y León. Pablo Requejo (Europa Press)

Nos hemos mudado y hemos ido a comprar cuadros para el nuevo piso. Mi mujer, los niños y yo enseguida nos hemos puesto de acuerdo en qué imágenes querríamos tener colgadas en casa. Pero seguimos discutiendo sobre los marcos. No hay manera de consensuar el tamaño o el color de las molduras.

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Lo mismo con la política. Casi cualquier lienzo presentado en campaña —por ejemplo, un compromiso para ampliar la baja de paternidad— es bonito. El problema es en qué debate se encuadra: ¿Pobreza infantil? ¿Igualdad de género? ¿Senda de consolidación fiscal? ¿Inmigración?

Y, en la campaña para los comicios del 28 de abril, el gran recuadro de discusión es el Gobierno de Sánchez. Hay un acuerdo tácito entre los dos principales contendientes, PSOE y PP, para convertir estas elecciones en un plebiscito sobre la legitimidad del Ejecutivo socialista. Tanto al PSOE, para quedar primero en escaños, como al PP, para encabezar las opciones de formar Gobierno, les interesa un debate dicotómico.

Por parte de Sánchez, su Gabinete no solo no se echa respetuosamente a un lado en estas semanas de interinidad, sino que está más presente que nunca. Cada uno de los Consejos de Ministros hasta las elecciones no será un viernes social, sino sagrado, con la unción presidencial de todo tipo de medidas redentoras, tan urgentes como milagrosas. Sánchez se proyecta como el presidente de la “mayoría social”, en implícita contraposición tanto a la mayoría parlamentaria que tumbó sus Presupuestos como a unos partidos de derechas que, ganen o pierdan, son antisociales. Su lema: convertir las derrotas parlamentarias en victorias sociales, ergo electorales. El objetivo de Casado es también poner el foco en Sánchez. En su felonía y traición a España por un puñado de votos.

Por eso, el intento de Rivera de superar las dos Españas, la roja y la azul, en una idea tan bonita como fútil. En un referéndum sobre el rojo Sánchez, todos los candidatos se ven forzados a señalar en qué lado de la trinchera están.

Los partidos creen que las elecciones se decidirán más por la movilización de los suyos que por la conversión de los otros. La arenga se impondrá a la persuasión, el frentismo a la confluencia. Así que el cuadro de estas elecciones no será el símbolo del espíritu de la Transición, El abrazo, de Juan Genovés, sino el de nuestros fantasmas, el Duelo a garrotazos, de Goya. @victorlapuente

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