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Tribuna
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Sherezades de la política

Las voces femeninas que suenan más fuerte en Argentina son las de las legisladoras que denuncian la corrupción

Norma Morandini
Miles de personas se manifiestan en Buenos Aires con retratos de los desaparecidos en la dictadura, en el 41º aniversario del golpe de Estado.
Miles de personas se manifiestan en Buenos Aires con retratos de los desaparecidos en la dictadura, en el 41º aniversario del golpe de Estado.Eitan ABRAMOVICH (AFP PHOTO)

¿Qué somos las mujeres en la política: un remedo, la sombra del poder masculino o Sherezades que con la palabra que se nos negaba arrullamos a los hombres en el espacio público? Es lo que me pregunto desde que acepté integrar la tercera parte de la representación parlamentaria de mi país, favorecida por la obligación de incluir una mujer cada dos candidatos hombres. La llamada ley de cupo que critiqué como periodista por la arraigada costumbre de incluir en las listas electorales a las esposas, las hijas, las amantes. Como sucede con las arrogancias, terminé burlada. Sin ese impulso democratizador, la incorporación de las mujeres a la vida pública habría tomado más tiempo. Con las elecciones de este año, estrenaremos la flamante ley de paridad que dividirá entre hombres y mujeres las bancas del Congreso de Argentina.

Entre aquella resistida ley de cupo durante el Gobierno de Carlos Menem a esta otra del Gobierno de Mauricio Macri han pasado tan solo 27 años. Un soplo histórico que pone a Argentina entre los países de mayor representación parlamentaria en la región, atravesado culturalmente por matrimonios políticos, desde Eva Perón hasta Cristina Kirchner, sin olvidar a María Estela Martínez, la viuda de Perón que gobernó a la muerte de su marido y se convirtió en la primera mujer presidenta en el mundo en 1974 y con su catastrófico gobierno le dio la razón a los que contraponen la idoneidad a los reclamos de igualdad. Si no fuera por la tragedia histórica de la dictadura de Jorge Videla, las argentinas podríamos ironizar: “La verdadera igualdad va a existir cuando las mediocres también sean ministros”.

En Argentina hay que aprender a dudar. Nada es lo que parece. Dos mujeres presidentas y la mayor representación parlamentaria no siempre significó un avance democrático. El caótico Gobierno de Isabel Perón le abrió las puertas al golpe militar, que por su brutalidad arrojó a las plazas públicas a las mujeres del pañuelo blanco que increparon al poder militar para conocer el paradero de sus hijos desaparecidos. Las madres en duelo dominaron el espacio público. Somos deudores de esa gesta conmovedora.

El sufragio femenino fue impulsado en el inicio del siglo pasado. La primera mujer que votó fue Julieta Lanteri, en 1911. Después se lo prohibió con astucias, como que en el padrón electoral solo podían figurar quienes se registraban en el servicio militar. En 1951 votaron masivamente las mujeres para la reelección de Perón. Por eso el sufragio femenino se le adjudica a Eva Perón.

Sobrevive el modelo de las mujeres nacidas a la política del soplo de una costilla poderosa, el caudillo, especialmente en provincias pobres

En los años setenta, cuando las europeas tiraban los corpiños en la plaza pública en señal de rebeldía, en las universidades argentinas los muchachos peronistas cantaban: “Mujeres son las nuestras, las demás están de muestra”. Las otras eran las burguesas y las comunistas, las bolches. Un sectarismo que llega hasta nuestros días.

Al ingresar en la cuarta década democrática, con una vicepresidenta, una gobernadora en la provincia de Buenos Aires y tres mujeres más al frente de los Gobiernos de Tierra del Fuego, Santa Cruz y Catamarca, las ministras son escasas y faltan en las cúpulas de los poderes en los que son mayoría, como en las universidades o los tribunales. Sobrevive el modelo femenino de las mujeres nacidas a la política del soplo de una costilla poderosa, el caudillo, especialmente en las provincias más pobres y atrasadas. Pero en las plazas públicas ya no hay mudez. Las poderosas marchas del silencio han dado lugar a bulliciosas jóvenes que se autodefinen “las nietas de las brujas que no pudieron matar”, exhiben en la calle el pañuelo verde por la legalización del aborto y lanzan ese grito de vida, “ni una menos”, para protestar contra esa pandemia universal, los femicidios y la violencia contra la mujer por aquellos que dicen amarlas.

Gritos que se hacen oír en el Congreso: el 70% de los proyectos presentados por las legisladoras son para aumentar las penas contra los violadores y los femicidios. Según el primer informe oficial, en 2017 se cometieron 306 femicidios, que son el 13% del total de víctimas de homicidios. No así para el aborto, rechazado el año pasado en el Senado.

Somos más, pero la política sigue siendo un juego de hombres. No hay Sherezades que con sus palabras aquieten las pasiones, modifiquen la cultura política y tiendan puentes para superar la grieta, como se llama en Argentina a la polarización ideológica. Las voces femeninas que suenan más fuerte son las de las legisladoras que denuncian la corrupción. O las que imprecan. Inteligentes como Sherezade salvan sus vidas pero lejos están de usar la palabra pública en defensa de las que todavía susurran y sufren en la alcoba. Si primero fue el verbo, parafraseando a Neruda, en Argentina las primeras palabras femeninas todavía están bajo la atmósfera del miedo y los gemidos. Resta que el sistema de la palabra, la democracia, las saque del lugar de las víctimas y las incorpore como auténticas ciudadanas.

Norma Morandini es periodista, escritora, fue diputada y senadora independiente en Argentina.

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