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Columna
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El correveidile

Acabarán calificando a Urkullu como un metomentodo

Elvira Lindo
Captura de la señal institucional del Tribunal Supremo del lehendakari Iñigo Urkullu, durante su declaración.
Captura de la señal institucional del Tribunal Supremo del lehendakari Iñigo Urkullu, durante su declaración.Tribunal Supremo (EFE)

Cuántas veces se va una a la cama tratando de discernir lo que piensa de las cosas. Y eso que casi todo te lo dan masticado. Ocurre algo y, en un pispás, ya tienes un destacamento de contertulios a favor, y otro en contra. Por eso sé que yo no sirvo para ese oficio. Me tentaron, y confieso que me halagó, pero admito que soy lenta, y necesitaría al menos un mes para saber qué pienso de un asunto. Se me viene a la cabeza, por poner un ejemplo de actualidad bastante rabiosa, lo del célebre relator. Desde que Carmen Calvo soltó dicha palabra, pasé unos días como rumiándola, relator, relator, relator, a ver si así lograba entender si se trataba de una persona que se encargaba de certificar lo dicho o era un individuo taimado de sangre reptilesca, puesto ahí por el Gobierno para certificar la crónica de una muerte anunciada, la de España. Traté de calibrar si debía de estar a favor o en contra de dicho personaje, pero les confieso que hasta la presente, y no quisiera con esto molestar a nadie, yo al relator en sí no le odio. En realidad, es que no he conocido a ningún relator en mi vida. Y lo que me pasó a mí debió de ser común porque en este periódico se publicó un artículo explicándole al pueblo cuáles eran las costumbres y el hábitat del relator, como si tratara de un animalillo peculiar, tan escaso y singular como el topillo.

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Parecía que el relator iba a cambiar nuestras vidas, y fuera eso bueno o malo, tenía algo de liberador, maldita sea; pero pasó lo de siempre, que en cuestión de días, otra voraz polémica, la convocatoria de elecciones, engulló a la anterior. Yo me habría olvidado ya de aquello, porque la dinámica político-tertuliana nos ha acostumbrado a pasar de un cabreo a otro sin solución de continuidad, pero esta semana, siguiendo el juicio del procés, hubo una circunstancia que me recordó al relator y me resultó cómica. El miércoles declaró Rajoy. Eran las cuatro en punto de la tarde. Que daban hasta ganas de actualizar el poema. Y, como era de esperar, le preguntaron por el papel que jugó el lendakari Urkullu en aquellos días en los que a punto estuvo de no pasar lo que pasó. Rajoy no recordaba bien si había hablado con él por Messenger, WhatsApp, móvil o Skype. ¡Habló con tanta gente! A ver, el hombre no se acordaba. No se acordaba o, por mal pensar, el expresidente estaba eludiendo esa palabra, mediador, que habíamos utilizado tantos españoles aquellos días, para alabar la actitud de Urkullu, que lejos de quedarse al margen, había tratado de echar una mano, introduciendo alguna sensatez en el disparate. Pero esta palabreja en boca del pueblo es hoy tabú para la clase política, dado que el mediador podría considerarse, zoológicamente hablando, un pariente próximo del relator, y el relator hasta la presente es como un velocirelaptor.

La cuestión es que el jueves llegó el propio Urkullu y se definió a sí mismo como mediador o intermediador. ¡Vaya! Y no una vez, sino de junio a octubre. De tal forma, que Rivera, aprovechando el tirón, ya que estamos en campaña, le ha pedido explicaciones a Casado, y Casado le ha contestado que de mediador nada, que si acaso fue un “interlocutor”. Acabarán calificando a Urkullu como un correveidile para restarle connotación política a su papel, o como un metomentodo. O como un tío simpático que llama al presidente en el peor momento.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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