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Juancho de ‘Sidecars’: cuando el otro amor es suficiente para mantenerse en la partida

Para qué quedarse en casa de madrugada si no descansaba nunca. Si corría el riesgo de volverse loca ahogada entre remordimientos que parecían saber todo sobre su vida pero nunca habían sido capaces de salvarla a tiempo. Se pintó los labios de color rojo hasta parecer un payaso con la sonrisa rota y salió a la ciudad.

Como cada noche, escogió un barrio distinto donde sentirse extranjera. No miraba mapas, solo se guiaba por el viento del norte, por la cadencia de la melodía que le hablaba a través los auriculares, por los pasos de otros. A veces la música le afligía tanto que no caminaba más allá de dos cuadras y regresaba marchita a su guarida para deshacerse a solas de las lágrimas.

Amaba la luna más que las estrellas porque no ocultaba a los vampiros y sí las miserias de los vivos. Bajó las escaleras de un bar completamente vacío. Se acomodó en la esquina más sombría, pidió el trago más amargo. Cogió con violencia una servilleta y la colocó junto a su bolígrafo desgastado. El tiempo se detuvo frente al lienzo improvisado en blanco. Su mano izquierda comenzó a temblar sobre el papel, no tenía nada que decir.

Por eso, suspiró aliviada cuando un joven con gorra, barba y gafas de sol irrumpió en la escena. Llegó hasta el pequeño escenario del local. Desnudó su guitarra como si fuera de cristal. Eran los locos de atar de una noche de canciones prohibidas. Deseó contemplar sus ojos, aferrarse a su espalda.

A esa hora y en un ambiente tan desgastado, esperaba una canción que retratara la tormenta. Un “olvídame”, un “todo es mentira”, un “contigo o son mí”. Que le reprochara con versos haber elegido el camino fácil, palabras para terminar de ahogarse en el fondo de un vaso siempre medio vacío.

No obstante, la mejor pesadilla es la que no esperas, la que no es previsible ni aduladora, la que provoca un microinfarto con la electricidad de sus estrofas.

Juancho de Sidecars interpretó, dentro del universo de Malditos Domingos, uno de los temas más brillantes de su repertorio, “Amasijo de Huesos” de su último disco Cuestión de Gravedad.

“Qué bonito caminar detrás de ti. Llevarte siempre delante. Cuando giras la cabeza estoy aquí. Y nunca voy a marcharme”, canta con una dulzura en este vídeo que irá sacudiendo poco a poco el polvo de nuestras entrañas.

Una canción de amor sin concesiones, de admiración sin etiquetas, de respeto impoluto, de camaradería extrema en la que no le importa perder un trozo de carne porque en el juicio final ganarán juntos la partida.

La letra nos susurra que todos necesitamos un ejemplo, un cable para enchufarnos y seguir, que haya alguien detrás cuando perdemos, durante el camino, el rastro de las migas de pan.

Ya sabíamos que Sidecars entienden como pocos sobre los latidos del corazón pero aquí muestran los otros afectos esenciales de la vida: los que hacen que merezca la pena luchar por ella. Esta canción es como un abrazo largo, sincero, de los que se congelarán en un recuerdo.

La chica de los labios rojos regresó a casa con la música iluminado sus zapatos. En algún momento, incluso, la vieron bailar sobre un instante de felicidad.

Al alba convirtió la servilleta en una carta que terminaba con un “te echo de menos”. La envió al culpable de sus desvelos que mucho tiempo después contestó, en un ticket de la compra, con dos palabras: “yo también”.

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