El veto a Pedro Sánchez
El compromiso aprobado por Ciudadanos es un movimiento coherente con su aspiración para convertirse en el partido grande que aún no es
Ciudadanos protagoniza el ingrato papel del ladrón robado: un segmento significativo de votantes provenientes del PP que podrían convertirle en el primer partido de la derecha, si no de España, estarían ahora fugándose hacia Vox. En un momento de competición en credibilidad por la contundencia contra los independentistas, la dureza taimada de los de Rivera suena más impostada que la banda sonora en los vídeos de Abascal.
En ese sentido, el compromiso aprobado por Ciudadanos de no pactar con el PSOE es un movimiento coherente con su aspiración para convertirse en el partido grande que aún no es. Superadas sus pretensiones como partido bisagra, Ciudadanos trata de erigirse en la fuerza principal de la derecha, sin menoscabar su predominio en el centro. Pero ese plan se ha hecho más insostenible desde la moción de censura. Con razón, los dirigentes de Ciudadanos pronto entendieron que esa moción, en realidad, también iba dirigida contra ellos.
Con todo, está por ver qué réditos produce esta decisión. No solo beneficia al PSOE, al clarificar las fronteras en la competición por el espacio moderado. Tampoco está claro qué efectos tendrá ante el escepticismo de sus potenciales receptores: recordemos que el votante más volátil de derechas que está yéndose a Vox manifiesta un fuerte sentimiento de desconfianza hacia la política y los partidos, cuando no de irritación, y no ofrecerá el beneficio de la duda a las gesticulaciones de campaña. No debería extrañar que ese votante tomara el gesto de Ciudadanos como una mera teatralización más, dando por descontado que, si el día después los naranjas son decisivos, no tendrán problemas en rectificar.
Aunque no tan rápido, porque la contundencia retórica del veto adoptado puede tener más costes de los calculados en las eventuales negociaciones postelectorales. En un escenario de mayoría entre PSOE y Ciudadanos, el veto de hoy elevará el coste del cambio de postura mañana. En un escenario contrario, donde pudieran sumar mayoría con PP y Vox, el veto dificultará una posible marcha atrás de Ciudadanos, y por tanto debilitará su posición negociadora.
Esa es la incógnita de una medida tan racional tácticamente como improvisada estratégicamente. Y es que la innecesaria formalidad con la que se ha aprobado el veto (no en un mitin, sino en una ejecutiva) pone en evidencia su carácter reactivo, casi forzado, dejando al descubierto la vulnerabilidad del actual momento para Ciudadanos. La marcha de Arrimadas del parlamento catalán hacia el Congreso apuntala esa percepción de una campaña a contrapié. Sobre todo, porque empieza a sugerir que el liderazgo de Rivera podría tener los días contados si los resultados de abril desembocaran en un nuevo fracaso de las expectativas suscitadas por un año de pronósticos electorales en ascenso. Ese es el gran riesgo de la jugada: que el veto a Sánchez acabe mutándose en el veto a Rivera.
Juan Rodríguez Teruel es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Valencia. Este artículo ha sido elaborado por Agenda Pública para EL PAÍS.
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