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Inés Arrimadas, el vuelo de la musa ‘antiprocés’

Tras labrar su carrera contra el independentismo, la dirigente de Ciudadanos da el salto a la política nacional de la mano de Albert Rivera

Arrimadas, durante el acto de Ciudadanos en Madrid. En vídeo, Arrimadas anuncia su candidatura al Congreso.Foto: atlas | Vídeo: A. García | ATLAS
Àngels Piñol

Quizá porque las elecciones del 28 de abril están a la vuelta de la esquina, Inés Arrimadas (Jerez, 1981) ha pisado el acelerador hasta Waterloo (Bélgica). Tras acudir la semana pasada a Amer (Girona), el municipio de Carles Puigdemont, la política, acompañada de sus fieles, la mayoría diputados, se plantará este domingo ante el número 34 de la Avenue de l’Avocat, donde está la denominada por el independentismo Casa de la República, para decir que esta no existe. No prevé reunirse con el expresident, a quien ha tachado mil veces de "golpista", y no se sabe qué hará: si cumple el mismo guion que ha seguido en las poblaciones catalanes que ha visitado, gobernadas por independentistas, se rodeará de una colmena de cámaras, hará declaraciones y al son de unas palmadas gritará: "¡Libertad, libertad, libertad!". La Moncloa dice que no es un acto sensato pero ella ya ha decidido cruzar el Rubicón y volar a la política española. La precampaña está en marcha.

Llamada en su partido a tareas más elevadas con la brújula puesta en dirección a La Moncloa, nada arredrará a esta gaditana, que se define como andaluza y catalana y que presume de haber logrado algo que parecía imposible: que un partido no nacionalista ganara en Cataluña —en los comicios del 21-D por primera vez con el 25% de los votos y 1.100.000 papeletas— y contribuir a desbancar al PSOE de la Junta de Andalucía junto al PP y Vox. "Y no sé cuál de las dos cosas es más difícil", exclamó hace una semana, en Barcelona, ante la euforia de sus seguidores, flanqueada por Albert Rivera y la senadora Lorena Roldán, candidata a sucederla en el cargo.

Considerada por parte de los ciudadanos antiprocés como una especie de musa y como la personalización de Cruella de Vil para los independentistas, que ya celebran su marcha, Arrimadas dejará en Ciudadanos en Cataluña un vacío de proporciones aún mayores que el cráter que abrió  Rivera cuando se trasladó a Madrid y nombró a esta letrada, afincada en Barcelona, ya entonces una eficaz y solvente diputada, cabeza de lista para las elecciones catalanas del 27 de septiembre de 2015. Junts pel Sí, que luego pilotaría junto a la CUP el referéndum ilegal, sumó 62 escaños, pero Arrimadas ya dio un paso sonado al pasar de 9 a 25 convirtiéndose en segunda fuerza y superando al PSC.

SCIAMMARELLA

Fue su primer aviso. Trabajadora incansable, aplicada y perfeccionista —algunos de sus rivales dicen que es mejor que Rivera—, Arrimadas, omnipresente en los medios, labró su carrera contra el procés hasta lograr un sorpasso tan histórico como amargo en los comicios de 2017 celebrados tras el de 1 de octubre. Ganó —36 sobre 135 diputados—, pero se quedó tan lejos de la mayoría absoluta (68) —70 independentistas— que no sumó ni siquiera con los comunes de Ada Colau.

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Durante este largo año, Arrimadas dinamitó los puentes con los soberanistas y tampoco ha trenzado complicidades con los socialistas y mucho menos con los populares, a quienes negó la cesión de un diputado para formar grupo propio. Resistió de forma granítica cuando ignoro la insistente petición del bipartidismo de que se postulara a la investidura —"¿Para qué?", se preguntó, "¿Para perder?"—, pese a que un año antes Ciudadanos animó sin desmayo y sin éxito a un debilitado Mariano Rajoy a hacer lo propio en el Congreso. Rápida y hábil de reflejos, ahora niega con naturalidad argumental que Ciudadanos haya pactado con Vox, porque el partido de extrema derecha no está en el Gobierno andaluz. Sin embargo, en el pasado acusó a Puigdemont de estar en manos de la CUP. "¿Las críticas? ¡Si me han llamado fascista!", dice impasible. No acudió a la manifestación de Colón. "Fue muy lista cuando dijo que perdió un avión", desliza un veterano socialista.

Con un marcaje implacable contra Quim Torra, con quien no ha querido reunirse, y Roger Torrent, presidente del Parlament —los ha llevado a los tribunales—, Arrimadas radicalizó su estrategia tras la llegada de Pedro Sánchez al poder a quien acusa de haber "humillado" a los catalanes. De verbo ácido, sorprendió cuando dijo que los políticos independentistas están en la "trena" y que el Parlament está "chapado". O cuando empezó en julio a retirar lazos amarillos -algo que no hace ni el PP- , ignorando los insultos y abucheos que le han proferido. Ha exhibido una bandera española desde el atril, ejemplares del Quijote y carteles diciendo que la República no existe. Esos gestos regodean tanto a los suyos como desquician a sus contrarios, hasta el punto de que han acuñado la fórmula de "hacer un Tortosa", en alusión a la actitud de muchos vecinos de esa ciudad que decidieron ignorar su retirada de lazos al entender que se trataba de una provocación.

Casada con Xavier Cima, abogado y exdiputado convergente que trabaja en Madrid, dice quien bien la conoce que hace equipo y que, en contra lo que pueda parecer, no tiene afán de protagonismo porque todo lo hace por su proyecto. Echa de menos a su familia en Jerez, leer novelas y viajar. No es raro que saque tiempo por la noche para ir al gimnasio. Sin aliados en Cataluña —"No ha negociado nada", dicen en el PSC; "Más que un partido, es un movimiento", le reprochan en el PP— no es tampoco extraño que haya puesto los ojos en el Congreso. Posiblemente, Cataluña se le ha quedado pequeña. Al fin y al cabo, en diciembre alzó una cartulina con el número 155 pidiendo la intervención del autogobierno.

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