Versace lo hizo primero (y lo hizo mejor)
Con un sorprendente desfile 'grunge', la firma italiana devuelve cierta emoción a una previsible semana de la moda de Milán
Hay desfiles de ropa y desfiles de moda. Y lo que distingue a ambos es que los segundos consiguen provocar algún tipo de emoción en quien los contempla. No solo pretenden vender prendas, sino también una marca, una imagen, un universo. Buscan generar deseo, ese sentimiento sobre el que se asienta la industria del lujo y que, en una sociedad de consumo saturada, resulta cada vez más difícil de despertar. Por ello, el riesgo de fracasar es mayor. Lo hizo el viernes Marni, con una declinación de kilt tan desoladora como la escenografía rave que su diseñador Francesco Risso eligió para presentarla.
Al menos, lo intentó. Porque en la semana de la moda de Milán que ha terminado hoy, hubo más desfiles de ropa que de moda: síntoma de la desaceleración que, según distintos estudios, afronta el sector del lujo y que el banco HSBC cifra para este año en una caída del 9 al 6% en su crecimiento.
Versace es de las pocas firmas que siempre ha entendido la moda como un espectáculo. Y sus puestas en escena, como una celebración de la belleza, el poder y la alegría. No en vano, su fundador, el malogrado Gianni Versace, fue el motor del fenómeno ‘top model’. El viernes por la noche, su hermana y heredera, Donatella decidió subir a su pasarela al equivalente contemporáneo a aquellas diosas de la mercadotecnia: Kendall Jenner y las hermanas Bella y Gigi Hadid. También a las míticas Shalom Harlow, reina de los 2.000, y Stephanie Seymour, famosa por sus portadas de Sport’s Illustrated y sobre todo por protagonizar el vídeo de Gun’s & Roses Don’t Cry en 1991. Este despliegue de celebridades no eclipsó, sin embargo, la colección, cuyo punto de partida era en principio tan descabellado como irresistible: el grunge, epítome del nihilismo estético, reinterpretado a través de los ojos de Donatella Versace, adalid de la sexualidad más opulenta. Dos actitudes radicalmente opuestas que definieron la década de los noventa y que el viernes se fundieron en una misa propuesta. De este choque de trenes surgió una serie de afinados looks: jerseys raídos combinados con faldas de piel de pitón y estolas de piel bicolor; vestidos de tartán rematados por los históricos bustiers de cuero de la firma italiana y que dejaban entrever enagüas de encaje; piezas de lencería con escotes drapeados. Menos inspirada resultó la última parte del desfile en la que los colores ácidos y las chaquetas de espiga con cuellos de pelo llevaron el trabajo de Versace hacia otros derroteros más actuales y menos originales. La medusa, símbolo de la casa italiana, fue salpicando medias, camisas y faldas a lo largo de toda la colección para que, entre tanta canción de Nirvana y Hole, nadie olvidara que se trataba de un desfile de Versace. Imposible hacerlo pues toda la pasarela estaba remachada con este icono y, clavado en el suelo, una descomunal imperdible -como con el que Gianni compuso el vestido que catapultó a Liz Harley- presidía la estancia. Aunque Versace se vista de camisa de leñador…
Paul Andrew celebró el sábado su nombramiento como director creativo de Salvatore Ferragamo con un desfile donde reafirmaba la hoja de ruta que ya planteó en febrero de 2018 tras tomar las riendas de línea femenina de la firma. Entonces quiso insuflar cierto espíritu deportivo a la centenaria manufactura florentina y centrar su propuesta en el día, olvidándose de los vestidos de noche por los que su predecesor, Fulvio Rigoni, había apostado. De cara al próximo otoño-invierno insiste en esa vía con americanas de raya diplomática y cintura ceñida por una goma, sudaderas de piel, y magníficos plumíferos de cuero, además de faldas elaboradas con sedas estampadas como los famosos pañuelos de Ferragamo. La carrera del británico ha sido meteórica. En 2017, la firma le contrató para desarrollar su línea de complementos; solo un año después puso en sus manos la colecciones de mujer y, ahora, le confía la coordinación global de la marca y la supervisión del que hasta hace unos días era su homólogo, el diseñador de hombre, Guillaume Meilland. Quizás la Ceo, Micaela le Divelec Lemmi, no debería perder de vista su silla.
En primera fila de Ferragamo estaba Alberto Bonisoli, ministro de Bienes y Actividades Culturales de la república, que habló de la necesidad de crear un gran museo textil. En Italia la moda es una cuestión de Estado: junto con la gastronomía y la producción automovilística articula la marca nacional y constituye una de las principales industrias del país. Según la organización Sistema Moda Italia (SMI), genera unos ingresos anuales de 54.000 millones de euros, casi el cuádruple que en España, donde la cifra de negocio no alcanza los 15.000 y es más frecuente ver un eclipse de sol que a un político en un desfile.
Si Ferragamo tuvo entre sus invitados a un miembro del gabinete del presidente Salvini, Roberto Cavalli contó con Georgina Rodríguez, novia del futbolista Cristiano Ronaldo. Ante sus ojos la marca desplegó una colección para hombre y mujer construida en torno a un estampado en tonos marrones y verde botella que daba forma a vestidos plisados de cuello halter y camisas pensadas para abrirse hasta la cintura. Todo salpicado por incrustaciones de cristal, que tampoco faltaron en el desfile de Elisabetta Franchi. Este temporada, la italiana encuentra en los sesenta más pop la excusa perfecta para estampar su logo urbi et orbe.
El último de su especie
Tras la muerte de Karl Lagerfeld y con Valentino jubilado, Giorgio Armani se convierte en el último representante de la generación de diseñadores que transformó la industria de la moda. Con ellos como referentes, las firmas pasaron de ser casas de costura a marcas globales. La suya es, además, una de las pocas compañías familiares que, junto con Prada y Dolce & Gabbana, continua siendo independiente en un mercado polarizado por dos grandes conglomerados -Louis Vuitton Moët-Hennessy y Kering-. Un club cada vez más exclusivo tras perder hace seis meses a uno de sus miembros históricos, Versace, adquirido por el grupo Capri Holdings, que también posee Michael Kors y Jimmy Choo. Por todo ello, Armani encarna una forma de hacer moda única, casi en vías de extinción. Sin juntas de accionistas ante las que rendir cuentas, el italiano puede permitirse el lujo de defender su visión elegante, atemporal y de factura insuperable. Así lo hizo en su desfile del pasado domingo, donde la única novedad fue la ubicación: el museo Armani Silos.
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