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Nuevos y viejos clásicos en la pasarela de Milán

Daniel Lee debuta al frente de Bottega Veneta con una propuesta conceptual y elegante que brilla en una semana de la moda conservadora

Desfile de Bottega Veneta el 22 de febrero en Milán.
Desfile de Bottega Veneta el 22 de febrero en Milán.Antonio Calanni (AP)
Carmen Mañana
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“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Esa es la frase que resume El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y también la tercera jornada de la semana de la moda de Milán. En una industria cuya razón de ser es la renovación constante sorprende el inmovilismo que parece atenazar a una parte del sector. Las temporadas pasan, pero en marcas como Tod’s o Etro —que han presentado este viernes sus propuestas para el próximo invierno— las colecciones se suceden como en un continuo sin brechas. Algunos lo llaman coherencia y otros falta de riesgo, fruto del serio estancamiento que vive un sector del lujo instalado en la incertidumbre.

Sus propuestas son innegablemente ambiciosas en cuanto a tejidos y elaboración, pero no tanto a nivel creativo. Con magníficos materiales y patrones impecables, construyen prendas que pueden trasladarse directamente de la pasarela a la calle: faldas rectas de cuero, abrigos masculinos, túnicas bordadas. Algunos lo llaman moda real y otros, dictadura de lo comercial. Pero cabe preguntarse si en 2019 esta actitud tiene futuro. Sobre todo, cuando las marcas más relevantes —tanto en términos de negocio como de prescripción— se distinguen por cuestionar toda convención, desde el concepto de belleza tradicional hasta la proporción de los volúmenes canónica. Ahí están los anoraks XXL de Balenciaga y el feísmo ilustrado de Gucci, convertidos en superventas y versionados hasta la saciedad por el imperio Inditex, auténtico termómetro del éxito de cualquier tendencia. Se trata, sin duda, de proyectos distintos que apelan a públicos a veces diferentes, pero el puente entre ambos mundos que tendió Daniel Lee en su debut para Bottega Veneta demuestra que los clásicos también pueden y deben evolucionar.

Aunque si lo raro es ahora la norma, tal vez la transgresión resida precisamente en mantenerse fiel a lo conservador. Y la verdadera revolución, en un mercado saturado por deportivas frankenstenianas y sudaderas mastodónticas, consista en apostar por un simple y perfecto vestido camisero como los que propone Sportmax. En ese caso, Tod’s sería el auténtico Ché Guevara de la moda. El equipo creativo de la firma italiana construye con escuadra, cartabón y nivel hermosas gabardinas de piel de cocodrilo, americanas entalladas en cuero negro y tops de cuello chimenea.

Gabardina de piel de Tod's en su desfile el 22 de febrero en Milán.
Gabardina de piel de Tod's en su desfile el 22 de febrero en Milán.Daniel Dal Zennaro (AP)

Junto al trabajo de la piel, estandarte de la firma italiana, gana protagonismo la lana, ya sea tejida en voluminosos jerséis o en forma paño articulando parcas de grandes solapas. Solo las botas y zapatos, una comedida reinterpretación del calzado de seguridad que se utiliza en obras y laboratorios, sacuden su equilibrada y exquisita colección, mientras los bolsos se proponen inmensos o por duplicado. La mujer a la que apela Tod’s, está claro, lleva su casa a cuestas.

La primera colección de Daniel Lee como director creativo de Bottega Veneta es una declaración de intenciones. El antiguo diseñador de complementos de Céline oscila entre lo comercial y lo vanguardista, y busca que sus prendas sean conceptuales y elegantes al mismo tiempo: la receta que tantas marcas orgullosas de su legado histórico han intentado ensayar para actualizar su discurso y que tantas veces ha terminado en fracaso.

Pero lo visto sobre la pasarela augura a Bottega Veneta muchas alegrías. El británico eleva las hombreras de los trajes masculinos, afila las siluetas y toma el trenzado de piel que se ha convertido en seña de identidad de la casa y lo aplica a americanas trapezoidales, abrigos y faldas de piel y aspecto industrial. Los pantalones y cazadoras moteros se separan del cuerpo, y el típico acolchado que lucen en rodillas y coderas evoluciona y reaparece en los trajes de chaqueta. Los trench cortados al bies se pliegan con gomas en la espalda y los vestidos y jerséis de punto se superponen mostrando un juego de aberturas y cortes de tintes apocalípticos. Los zapatos de salón y los bolsos guateados se graban en la retina: todo un triunfo en un mercado donde la identidad es un bien escaso. De fondo suena un ritmo machacón pero debería hacerlo Kraftwerk. Su trabajo se acerca bastante a lo que a finales de esta década de los veinte deberían ser los nuevos clásicos.

Etro retoma sus estampados bohemios para componer un desfile que pretendía tener cierto aire rockero, pero que, despojado de las medias de rejilla, los pendientes pseudopunk y las hebillas ochenteras, se quedaba en la enésima reinterpretación de sus códigos estéticos: abrigos-capa de cuadros príncipe de gales, palabras de honor, ponchos elaborados con maravillosos tapices de punto, vestidos de terciopelo y aire romántico, túnicas primorosamente bordadas. El saber hacer y la artesanía en su máximo esplendor. Aunque lo verdaderamente memorable del desfile fue su selección de modelos, entre las que no solo se encontraban algunas de las más reclamadas del momento, sino también impresionantes mujeres que en otro tiempo serían etiquetadas como maduras y que hoy habría que definir simplemente como mayores de 50 años.

Una modelo desfila para Etro el 22 de febrero en Milán.
Una modelo desfila para Etro el 22 de febrero en Milán.ALESSANDRO GAROFALO (REUTERS)

Sportmax se mantiene fiel a su carácter deportivo y despliega una serie de gabardinas con bolsos tipo cargo y hombros redondeados, bajo cuyas solapas asoman una suerte de arneses en piel. También propone faldas plisadas, americanas de mangas jamón, vestidos rectos de punto y sudaderas. Los tejidos técnicos se combinan con ricos algodones y lanas.

Nostalgia mal entendida

Marco de Vincenzo bucea en el armario de los años cincuenta en su colección para el próximo otoño invierno. Las trajes de chaqueta se ilustran con rayas irregulares, las estolas desproporcionadas acompañan a vestidos de aires góticos con incrustaciones de cristal, que evolucionan hasta convertirse en mallas de encaje ondulante. Los vestidos-abrigo de visón dan paso a faldas de punto a juego con chaquetas de corte lady, que se combinan con botas militares. El italiano, siempre inquieto y famoso por su dominio del color y la iconografía pop, busca jugar a los contrastes, pero el resultado es una colección irregular, donde a grandes aciertos, como abrigos de piel de potro y una suerte de híbrido entre leotardo y zapato de tacón, le suceden patinazos. Quizá el más gratuito sean sus faldas de tweed rematas en visón, que recuerdan irremediablemente a las que presentó su mentora Miuccia Prada hace ya un par de años.

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