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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Para ser felices podríamos empezar por el lunes

Cantamos a lo que no tenemos y aspiramos a lo que no podemos alcanzar

Jorge Marirrodriga
Una madre lleva la mochila de su hijo camino del colegio.
Una madre lleva la mochila de su hijo camino del colegio.CARLES RIBAS

Decía ayer una entrevistada por este periódico que “igual tenemos que asumir que no se puede ser feliz siempre y no pasa nada”. Se trata de una persona joven, con iniciativa e interés por el mundo en el que vive y, por tanto, no responde al estereotipo que hemos fabricado los demás sobre una juventud alienada, voluble y sin rumbo. Pero es curioso que apunte a la búsqueda de la felicidad —al menos lo que se nos propone como tal— con el término “pandemia”.

Si encuentran algo de nuestra civilización —cosa que un servidor duda— los arqueólogos de dentro de 5.000 años verán felicidad por todas partes: en la omnipresente publicidad, con consignas famosas como “destapa la felicidad”; en los cuentos infantiles, con su “y vivieron felices para siempre”; en los millones de caritas felices que a diario viajan de un teléfono a otro por todo el planeta; en los libros de autoayuda que se expanden por las estanterías prometiendo la llave de ¡la felicidad!; en textos legales como la Constitución de EE UU, donde se le reconocen al hombre ciertos derechos inalienables, “entre ellos se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”; en las letras de las canciones, que van del edulcorado y edulcorante Felicidad de Romina y Albano al práctico y contundente Yo para ser feliz quiero un camión, de Alaska y Loquillo. Hay excepciones llamativas: En los Evangelios prácticamente no se dice “felicidad”. Dependiendo de la versión, ninguna o una sola vez.

Cantamos a lo que no tenemos y aspiramos a lo que no podemos alcanzar. Somos humanos. Es cierto que esa búsqueda puede convertirse en persecución y esa inquietud, en enfermedad. Y si es generalizada, en una pandemia. Pero, si lo pensamos detenidamente, ese anhelo es el motor que, al final, nos mueve. Tal vez no se puede ser totalmente feliz todo el tiempo. Pero podemos descubrir atisbos de felicidad en las cosas sencillas, ya sea paladear una cerveza o dejar de mirar al suelo y hacerlo a la cara a la gente. Por ahí se empieza.

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Seguramente perseguir la felicidad es doloroso y frustrante y encima puede que la cosa acabe mal. O no. En la duda —y la esperanza— que genera ese “o no” reside lo importante. Chesterton decía que si de verdad vale la pena hacer algo, entonces vale la pena hacerlo a toda costa. Y ya lo canta Meat Loaf: recorrer todo el camino solo es el comienzo. Hoy es lunes. Y no pasa nada.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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