Conversación en Betelgeuse
Si los verdes tienen otro tipo de inteligencia, el teorema de Pitágoras no nos va a servir de gran cosa
Imagina que llegas a Betelgeuse, aparcas como puedes en su planeta habitado (tal vez se llame Mongo) y, tal y como habías acordado, te encuentras con un filósofo betelgosiano en la taberna más célebre de aquel remoto sistema solar. El encuentro es realmente trascendente —el primer contacto de los humanos con una inteligencia extraterrestre—, pero los betelgosianos han insistido en celebrarlo como ellos acostumbran, en un bar donde se degustan los pescados más exóticos y jugosos, el gran orgullo de la gastronomía extraterrestre. Para no partirnos la cabeza, imaginemos que el filósofo betelgosiano es verde y con trompeta en la nariz. El tipo verde te saluda con su garra, te invita a sentarte con un acorde de trompeta y te clava la mirada de sus siete ojos. Deberías decir algo, pero ¿cómo se hace eso? ¿En qué lenguaje, con qué gestos, asumiendo qué conocimiento previo de tu interlocutor?
“Son las matemáticas, estúpido”, respondería el marido de Hillary Clinton. El teorema de Pitágoras es tan cierto hoy como hace 4.000 años, cuando lo formularon los mesopotámicos (sí, mucho antes de que naciera Pitágoras). Las asombrosas propiedades de los números primos tienen que ser las mismas aquí que en el planeta Mongo, como tienen que serlo la geometría euclídea y el cálculo diferencial. Betelgeuse, una supergigante roja destinada a morir pronto, hará girar a sus planetas sobre ella mediante una deformación del tiempo y el espacio que les hace rodar como una canica alrededor del gua. Y sí, seguramente habrá allí un Einstein verde que lo habrá descubierto.
Sin alcanzar la perfección de las matemáticas, el resto de las ciencias nos ofrecen también un amplio abanico lingüístico para entendernos con los marcianos. Betelgeuse, la moribunda gigante roja, estará hecha de hidrógeno y helio, como toda estrella que brille en el cielo nocturno. El planeta Mongo tendrá minerales como los nuestros, y una atmósfera sostenida por los mismos ciclos del carbono, el nitrógeno y el fósforo que hacen habitable la Tierra. Los escritores de ciencia ficción más lúcidos, como el Arthur Clarke de Cita con Rama y sus secuelas, han construido idiomas verosímiles a partir de la tabla periódica, cuyos elementos servirían como los fonemas de un lenguaje universal. Mejor aún: como las partículas de cualquier sistema semántico existente o concebible. Todo eso está muy bien.
Detrás de una solución particular, sin embargo, siempre se oculta un problema gordo. El truco de comunicarse a base de matemáticas y tabla periódica da por hecho que los otros, los betelgosianos verdes y trompeteros, tienen el mismo tipo de inteligencia que nosotros: una mente analítica y sintética, que descompone cada misterio en sus partes esenciales, entiende cada parte y las relaciones entre una parte y otra y después infiere —“induce”, diría un matemático— el principio general que subyace a todo el sistema. Si los verdes no tienen ese tipo de inteligencia, sino otro distinto, el teorema de Pitágoras no nos va a servir de gran cosa.
De hecho, no creo que haya que irse al planeta Mongo para intuir los problemas monumentales que supondría comunicarse con los verdes. Nuestro querido planeta Tierra nos tiene anegados de esas arenas movedizas. Los estrategas de las fake news y sus hordas de seguidores, por poner un ejemplo tonto, se han inventado un nuevo tipo de inteligencia alienígena en que los hechos no importan, los argumentos no cuentan y la mendacidad campa repugnante e impune. Si existe una inteligencia alienígena, ahí la tenéis.
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