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Columna
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Tres naciones

Las componendas de la izquierda: Estado plurinacional, nación de naciones escurren el bulto y no convencen

Juan Claudio de Ramón
Manifestantes portan una estelada gigante en Barcelona en la Diada de 2015.
Manifestantes portan una estelada gigante en Barcelona en la Diada de 2015.ALBERT GEA (REUTERS)

Es posible que la teoría exagere la dificultad para definir el concepto de nación. Nación es la palabra que desde hace dos siglos usamos para describir la realidad atemporal de la comunidad política. Comunidad es un conjunto de personas que, por tener algo en común, están dispuestos, al menos retóricamente, a responder solidariamente unos de otros. Pues bien, yo diría que el momento español se caracteriza por la pugna entre tres naciones y su modo de concebir la comunidad política. (Por cierto que España, Cataluña o País Vasco no son nombres de nación, sino de lugar; el lugar donde los españoles, también los que no quieren serlo, se imaginan o dejan de imaginarse como miembros de una nación).

Conocíamos ya a la nación independentista. La forman quienes han dejado de percibirse como integrantes de la comunidad política española. Creen que los lazos de ciudadanía deben reservarse para aquellos con quienes se comparte una lengua particular, que querrían fuera única entre ellos, y unas tradiciones propias, que importa poco saber si son inventadas o no. Cuanto tienen en común con el resto de españoles es una imposición infame, un accidente de la historia del que aspiran a librar a las nuevas generaciones.

La segunda nación es la nación liberal. No es muy antigua. Nace en Cádiz en 1812, como novedad revolucionaria destinada a heredar la soberanía de manos del monarca. Su ideal es el de una comunidad de ciudadanos libres e iguales ante la ley. Sus héroes y leyendas son los forjados en la lucha contra el absolutismo y a favor de la constitución, en la que participaron hombres y mujeres de todas las regiones españolas. En 1978 dio el paso de reconciliarse con la diversidad lingüística del país. En su identidad, sus partidarios aspiran a un equilibrio entre lo común y lo propio. Son autonomistas, o incluso federalistas, pero solo en presencia de una lealtad federal que hoy no creen esté asegurada.

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La tercera nación concibe la comunidad como algo anterior a la ciudadanía. Reivindican una gloria más antigua, teñida por el mito. Dan mucha importancia a las tradiciones, creen que hay una esencia española que atraviesa los siglos sin censura, y solo toleran la diversidad de lenguas y costumbres como expresión de un folclore que no perturbe el primado de lo mayoritario. Confunden común con único y alertan de la asechanza del enemigo exterior. Los abusos de la nación independentista han desatado su mal humor.

La crisis catalana no derechiza España: la renacionaliza; y en esta liza entre tres naciones la izquierda ha perdido el paso. Durante demasiado tiempo creyó que los españoles tenían Estado pero no nación. Sus componendas (estado plurinacional, nación de naciones) escurren el bulto y no convencen. Nación abierta y plural, nación cerrada y defensiva, nación sin compartir y finalmente disgregada. No se me ocurren más finales para esta historia.

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