No resulta fácil
CRECEMOS Y ENVEJECEMOS acompañados de personajes de los que no sabemos nada. Tal es el caso de Rania de Jordania, con la que hemos intimado mayormente en la consulta del dentista, en cuya sala de espera hay muchos ¡Hola! y sus derivados. Pero no solo allí, la hemos visto también en las bodas y bautizos reales que salen por la tele. Constituye, en fin, una presencia intermitente en nuestras vidas.
—Rania de Jordania —nos decimos de forma pavloviana cuando aparece en la pantalla. Y aunque cambiamos de canal, la retina se queda con la imagen, que va ocupando también en la conciencia, por acumulación, un sedimento raro de compañerismo. Como si nos conociéramos de siempre.
Rania de Jordania.
Ahí la tienen, una vez más, en este caso para ilustrar un artículo que hablaba de retoques estéticos, de moda y de preocupaciones sociales, pues está en todo: en las preocupaciones sociales, en la moda y en los retoques estéticos.
La Wikipedia, a la que finalmente recurrí para saber de quién hablaba, dice que es defensora de los derechos de los osos polares, además de coronel honoraria de las Fuerzas Armadas de Jordania y, según la revista Harper’s Bazaar, la tercera mujer más bella del mundo (lo era en 2005, al menos, aunque el artículo no menciona a las dos primeras). Bueno, pues ya está. Ya lo sé: Rania de Jordania es famosa. Hay gente a la que la vida no le deja otra salida que la de la fama. Lo pienso a menudo cuando veo ciertos programas de la tele y comprendo que la única condición para ser famoso es la de ser famoso. Lo que no significa que resulte fácil.
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