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Columna
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Truculencias presidenciales

Una vez elegido el caos como presidente, cabe escoger entre el caos de Trump y la sangre derramada por la tozudez de los demócratas

Lluís Bassets
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Despacho Oval de la Casa Blanca.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, en el Despacho Oval de la Casa Blanca.Carlos Barria (EFE)

Elegir entre Trump y el caos no es posible. Trump es el caos y eso es lo que ya tienen garantizado los estadounidenses mientras siga este presidente en la Casa Blanca. La opción que ofrece Trump es entre el caos actual, él mismo, y una carnicería, la expresión que ya exhibió en el discurso de toma de posesión el 20 de enero de 2017 y que ahora ha desenfundado de nuevo como amenaza a quienes no quieren rendirse a sus chantajes.

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La truculencia es imprescindible para quien quiere aterrorizar a sus conciudadanos, como es el caso de Trump. El poder auténtico es el que da el miedo, le confesó a Bob Woodward, a quien le proporcionó de pasada el título de su libro (Miedo. Trump en la Casa Blanca).

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Trump se ha propuesto tomar la medida exacta de su fuerza después de las elecciones de mitad de mandato del pasado 6 de noviembre, en las que el partido republicano perdió la mayoría en la Cámara de Representantes. Y la forma escogida ha sido abrir una batalla con los congresistas en la que no puede haber componendas, solo vencedores y vencidos.

El motivo del enfrentamiento es una pieza central de su campaña electoral, el muro fronterizo que en su origen quería que pagara directamente el Gobierno mexicano y que ahora quiere que paguen los contribuyentes, mediante un presupuesto de 5.700 millones de dólares, cuya aprobación es incumbencia del Congreso. Si no hay dinero para el muro no lo habrá para nada, y de ahí el cierre de una parte de la administración federal y la suspensión del sueldo para 800.000 trabajadores federales, que va a entrar ya en su cuarta semana.

“¿Cuánta sangre norteamericana tiene que ser derramada para que el Congreso haga su trabajo?”, ha sido una de las truculencias argumentales de Trump en su solemne discurso desde el Despacho Oval, el santuario del poder presidencial donde se pronuncian las palabras más graves y trascendentes. La alocución no ha servido todavía para anunciar la declaración de emergencia nacional, una forma de reclamar unos poderes que, si se da el caso, los congresistas le discutirán hasta dilucidarlos ante la justicia.

El muro es lo de menos y tiene mucho de simbólico. Lo importante es el pulso. La artillería verbal utilizada por Trump para su diagnóstico abarca todos los registros de la amplificación retórica, desde el más político de la “crisis humanitaria y de seguridad” hasta el más personal de la “crisis del corazón y del alma”. Y para llegar a tales extremos, ha utilizado los recursos que tiene siempre a mano, mentir, exagerar y tergiversar hasta el ridículo, con el bondadoso propósito de atemorizar a sus conciudadanos, a los que vende la ausencia del muro como el origen de los peores males: la delincuencia, el terrorismo, la drogadicción e incluso la pobreza. El dilema no puede ser más truculento: una vez elegido el caos como presidente, cabe escoger entre el caos de Trump y la sangre derramada por la tozudez de los demócratas.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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