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Columna
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¿Un nuevo camino?

El avance global de la extrema derecha trumpista está siendo contestado por una izquierda norteamericana resucitada y proactiva

Máriam Martínez-Bascuñán
DIEGO MIR

Esta semana, mientras Bolsonaro prometía liberar a Brasil de “amarras ideológicas”, en Estados Unidos se daba el pistoletazo de salida a las primarias presidenciales del Partido Demócrata. Si para el nuevo Frankenstein neoliberal de Latinoamérica la supuesta desideologización de la política pasa por la defensa de la familia, la religión y el combate rifle en ristre contra el socialismo, para los demócratas el rearme ideológico comprende, por fin, la activación de una agenda socialdemócrata que devuelve a las clases medias al corazón de la contienda política.

“No importan nuestras diferencias: porque al final todos queremos lo mismo”, viene a decir en su vídeo de campaña Elizabeth Warren, primera candidata que ha dado un paso al frente. Pero el caso es que las condiciones de partida no son iguales, pues el color de la piel y el género son todavía esenciales en la distribución de oportunidades de nuestro amigo norteamericano. Y no ya tanto por las significaciones sociales adscritas a esos atributos —que también— sino porque la misma estructura social hace que algunos individuos sean más vulnerables a la explotación o la dominación.

Lo apasionante de las primarias es que vencerá quien imponga su agenda, aunque no sea el más votado, relegando a un segundo plano el inevitable baile de nombres. Harris, O’Rourke, Biden o Sanders son algunos de ellos, pero no es esta una elección personalista. Se trata de atender a las condiciones de fondo que han roto la promesa americana para la clase media, y de solventarlas recuperando el lenguaje de la responsabilidad colectiva, una categoría política que mira hacia el futuro, frente a la retórica de la culpa, un grado moral que mira hacia el pasado. El objetivo es encontrar una respuesta a las injusticias sociales y reconocer nuestra interdependencia: somos seres sociales y nuestras vidas están siempre en manos de otros.

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Se activa, así, una agenda genuinamente progresista, al menos mientras el ala radical demócrata domine la discusión, entendiendo aquí por “radicalidad” la reivindicación de la sanidad pública universal, el Green New Deal, la gestión humanitaria de la inmigración o el mal llamado populismo económico, basado en la redistribución de riqueza y la regulación. Reivindican algo largo tiempo olvidado: el poder transformador de las políticas públicas, y no de aquellas que lanzan guerras culturales contra las fuerzas oscuras, sino las que suman luchas justas bajo una estrategia interseccional. Merecen toda nuestra atención: el avance global de la extrema derecha trumpista está siendo contestado por una izquierda norteamericana resucitada y proactiva, libre de su sempiterno desconcierto. ¡Ojalá su onda expansiva sea planetaria!

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