¿Y si Vox acude en socorro de Sánchez?
El presidente del Gobierno necesita ganar tiempo para que la izquierda pueda movilizarse ante la amenaza de la derecha
Ya no se puede afrontar la ecuación de Cataluña sin el factor Vox, cada vez más destapado sin tapujos vergonzantes. En las primeras encuestas del año, los tercios de Abascal ya se equiparan con Podemos entre 40/45 escaños. Eso significa que Podemos sigue cayendo en barrena —antes o después tendrán que romper con IU y alejarse del nacionalpopulismo catalán— y que la oferta de Vox es definitivamente cautivadora para más gente de lo que se quiere creer. Cataluña ha sido el detonante de su ascenso efervescente, y no parece que ese hervidero vaya a atemperarse. El mensaje de Navidad del president Torra, para 2019, ha sido un “¡apreteu!” con florituras. Apelar a la sublevación es miel para los oídos de Vox. A más tensión, más discurso. Y con el juicio eso empeorará: a más tuits sobreactuados de los rufianes, más pólvora en los whatsapp de los voxeros que siguen percutiendo tralla patriótica. Parafraseando el efecto mariposa, un aleteo en el Ampurdán acaba sacudiendo las urnas en España.
La réplica de un nacionalismo español al nacionalismo catalán era previsible, pero la aparición de Vox se ha convertido en un catalizador poderoso. Y si Vox obtiene esa recompensa, ensanchando significativamente a la derecha por su extremo, es verosímil la mayoría absoluta. Y una mayoría no con la extrema derecha de muleta, sino como tercera pata en un Gobierno tripartito. El asunto empieza a inquietar en el bloque secesionista; y no solo en ERC, sino en el PDeCAT más alejado de los maximalismos de Puigdemont en su burbuja de Waterloo dirigiendo el discurso de Torra como un ventrílocuo. Aunque la CUP o la ANC estén tensando bajo la lógica del "cuanto peor, mejor", el pragmatismo aflora en los partidos institucionales porque el bloque cientocincuentaicinquista en el poder aplicaría medidas de efecto inmediato para restringir la autonomía con “mano dura”, como vende Bolsonaro. Y esto no es una distopía, sino un horizonte lógico.
En este juego, la primera pantalla pasa por los presupuestos. Sánchez necesita ganar tiempo para que la izquierda pueda movilizarse ante la amenaza de la derecha; y por tanto necesita el sí de los indepes a las cuentas. Eso ahora parece más cerca, a medida que se incrementan, en torno al Govern, las voces alarmadas por el auge de Vox con su retórica de En Flandes se ha puesto el sol cada vez más desatada. De hecho, los argumentos sobre la amenaza que supone la extrema derecha para el pacto constitucional son poco eficientes en la medida en que nadie ha quebrantado tanto ese pacto constitucional como el propio independentismo desde el 6 de septiembre de 2017. La única vía para el secesionismo es asumir el principio de realidad y rectificar. Claro que el realismo no ha sido precisamente un rasgo entre los independentistas, pero urge entender que en este game of chickens, ese juego en que dos coches van hacia un precipicio, frenar demasiado tarde puede llevarte al vacío. Ellos llevan las de perder. He ahí otra ironía política: la amenaza de Vox se ha convertido ahora en una esperanza para Sánchez.
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