¿Se ha hecho España de derechas?
Los andaluces no han cambiado tanto sus ideas como los temas que primaron al votar: Cataluña y la inmigración, dos de los asuntos abanderados por Vox
El resultado electoral en Andalucía supone un auge de los partidos del centro-derecha y la derecha: lograron el 39% de los votos en 2015 y un 50% en 2018. Sin embargo, la ideología de los andaluces apenas se ha movido. Cuando pedimos a los votantes que se definan no vemos que se hayan derechizado. Tampoco han dado un vuelco en sus opiniones. Según datos del CIS, en Andalucía había más gente deseosa de cambiar al gobierno y más partidarios del centralismo que en 2015, pero no muchos más.
¿Cómo es posible entonces que se produzca un resultado tan distinto? No hace falta, en realidad, que nadie cambie sus ideas. Una persona puede tener las mismas opiniones —por ejemplo, querer mejores servicios públicos y sentirse española—, pero cambiar la importancia que da a cada asunto cuando llegan las elecciones. "A veces no se mueve la ideología sino los temas que valoramos", me explica Berta Barbet, investigadora en la Universidad Autónoma de Barcelona.
El debate este año lo han dominado cuestiones como la inmigración, el feminismo y sobre todo Cataluña. De ahí podría venir el éxito de la derecha en Andalucía, como cree Barbet: “Se debe más bien al hecho de que algunos temas que estos partidos abanderan —cierto es, con posiciones de derecha— se han vuelto más relevantes”.
Cataluña es a mi juicio el gran catalizador. Las elecciones andaluzas han sido las primeras desde el 1 de octubre, cuando llevamos un año escuchando argumentos para permitir, reconducir o atajar la secesión en Cataluña. Es comprensible que algunos andaluces hayan votado queriendo expresar lo que piensan al respecto. También es posible que la cuestión catalana haya dejado en casa a gente de izquierdas. Si las propuestas del PSOE y Adelante Andalucía sobre la cuestión territorial no entusiasmaban a sus simpatizantes, habrán sufrido más abstención. Como me recordaba por correo José Fernández-Albertos, investigador del CSIC, eso podría explicar la aparente paradoja que vemos: “No habría una derechización del electorado en su conjunto, pero los representantes de la derecha tendrían más éxito relativo ahora que antes”.
La otra clave del giro a la derecha es la existencia de Vox. Quizás nadie ha cambiado de ideas; ocurre simplemente que los votantes más a la derecha han encontrado un partido que dice lo que ellos ya pensaban. ¿Es esto un movimiento a la derecha? En cierto sentido sí: la representación se ha derechizado. Pero en otro, no. “Este proceso sería perfectamente posible con la misma distribución de preferencias ideológicas que en el pasado”, dice Fernández-Albertos. Hace un año ya habría gente dispuesta a creer que el independentismo catalán había que atajarlo de raíz o que los inmigrantes merecen menos derechos que los españoles, como me dice Barbet: “Pero nadie estaba liderando este discurso”.
Que la inmigración y Cataluña fueron claves en Andalucía es algo que podíamos intuir desde el principio. Pero ahora empiezan a llegar evidencias, sobre todo si hablamos de Vox. Sabemos, primero, que el partido obtuvo más votos en los vecindarios que eran feudos de la derecha andaluza. Sabemos también que Vox logró mejores resultados en los municipios donde hay más inmigración. Y sabemos, por último, que sus simpatizantes no se han aglutinado por cuestiones como la edad o la posición socioeconómica, sino por ideología: lo que parece unir a los votantes del partido de extrema derecha son argumentos nacionalistas o nativistas. Preguntados por los motivos de su voto, una cuarta parte quería “frenar a los independentistas”, un tercio buscaba “defender la unidad de España” y casi la mitad se decidió por “su discurso sobre la inmigración”.
La irrupción de Vox puede enmarcarse en una corriente global. No tanto un giro a la derecha, o no exactamente un giro a la derecha, sino un repliegue nacionalista. En muchos países occidentes hay una reacción que pide cerrar la sociedad, levantar fronteras físicas o culturales y reivindicar identidades nacionales y diferenciadas. Es algo que permite unir el “América primero” de Donald Trump, el Brexit, las fuerzas de Le Pen en Francia, el antieuropeismo en Italia y Grecia, o el crecimiento de partidos antiinmigración en Suecia o Alemania.
Esta tendencia no estaba ausente en España porque la podíamos conectar con el independentismo catalán, pero ahora se ha hecho evidente con Vox. Las corrientes subterráneas del nativismo existían también dentro de nuestras fronteras; aunque no emergieron con lo peor de la crisis, sino al calor de Cataluña, cuando los balcones se llenaron de banderas.
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