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Los aficionados que hacen repicar las campanas manualmente

Eliseu M. Roig sujeta los cabos unidos en el centro del campanario de la catedral de Valencia para tocar un 'tranc', que implica mover las cinco campanas a la vez.
Eliseu M. Roig sujeta los cabos unidos en el centro del campanario de la catedral de Valencia para tocar un 'tranc', que implica mover las cinco campanas a la vez. Raúl Belinchón

Fueron durante siglos las redes sociales de los pueblos: anunciaban los fallecimientos, alertaban sobre incendios, incluso indicaban dónde había que llevar los rebaños. Grupos de aficionados suben hoy a las torres de las iglesias para recuperar su tañido y valor patrimonial

NO SE VISTE de fraile ni es beato. Eliseu M. Roig, de 30 años, es campanero de la catedral de Valencia, donde reside uno de los grupos más vivos de España en la recuperación del toque manual frente al automatizado. Este gestor cultural llega a la torre del Micalet, que acoge las 11 campanas del templo, con la mirada oculta por unas gafas de sol a la última, pantalón de pitillo negro y zapatillas deportivas del mismo color. Los miembros de su asociación, Campaners, huyen de todo lo que suene a trasnochado. Aunque sus instrumentos y partituras son vetustos, los repica gente joven. Eliseu, junto a otros 15 compañeros, coge impulso y salta para voltearlas durante los días de fiesta. Unas 60 veces al año. Suele tocar el Jaume, de unos 1.700 kilos. Lo más cotizado es “parar la María”, cuando gira enloquecida moviendo sus cuatro toneladas de peso. “La agarras y te tiembla todo el cuerpo. Se mueve mucha energía”, afirma.

La campanera, Ana Barba.
La campanera, Ana Barba.raúl belinchon

Aunque no hay antecedentes en su familia, lleva media vida enganchado al tañido del bronce. A la adrenalina de verlas pasar a toda velocidad y a pocos centímetros de la cara. Cuando no tiran de las cuerdas, las activa un motor, como en la mayoría de las catedrales del país. Los grupos de aficionados, que se extienden por España, tratan de rescatarlas del coma en el que quedaron tras su mecanización en los años setenta, que condenó a los campanarios al abandono. A partir de ese momento empezó a desaparecer un sonido que guio a la comunidad y que le dio identidad. Los nuevos campaneros no son nostálgicos, rechazan hacer cualquier tipo de folclore. Tienen claro que tocan para la ciudad que espera la llegada del 5G, donde los toques ya no avisan del cierre de las murallas y el wifi escala hasta las torres.

Las campanas fueron las redes sociales de los pueblos y las ciudades en época medieval, cuando no había luz eléctrica ni relojes. Avisaban de que se había desatado un incendio, de que comenzaba la jornada laboral o de a qué campo tocaba llevar el rebaño. Incluso llamaban a la rebelión. Como la campana de Dolores, que llamó al levantamiento de los mexicanos contra las autoridades españolas en 1810. Ahora que las notificaciones avasallan los smartphones con las últimas noticias, que las guerrillas se organizan en grupos de Facebook y que la iglesia ha reducido su actividad y, con ella, los toques que llamaban al culto, ¿qué papel desempeñan ahora estos instrumentos? Según el equipo de la catedral de Valencia, esta expresión cultural solo puede sobrevivir si se adapta. “No tocamos para llamar a misa, ni en bodas o bautizos. Tradicionalmente solo se tocaba para lo que involucraba a la comunidad, eso es lo apasionante. Ahora lo que sí podemos hacer es expresar los sentimientos de la ciudad en los días de fiesta. Alegrarnos o entristecernos con ella”, explica Francesc Llop i Bayo, antropólogo y maestro de campaneros. Los toques de oración diarios están mecanizados. Cuando los campaneros entran en la sala para hacer el toque manual desconectan el general eléctrico. La catedral de Valencia ha programado 64 toques manuales en fechas señaladas, como la Navidad o Semana Santa. Los Campaners d’Albaida, otro grupo de reconocida tradición en la conservación del toque manual en la región, el pasado 25 de noviembre, en el Día Internacional contra la Violencia de Género hicieron un toque por cada mujer asesinada en 2018. Y este año han tocado para celebrar el centenario del armisticio de la I Guerra Mundial.

En España existe una treintena de agrupaciones que hacen repicar las campanas manualmente

La mejor actualización de software para este medio de comunicación tradicional son los jóvenes que engrosan las asociaciones. En la Comunidad Valenciana el asociacionismo está en ebullición. Hay alrededor de 30 agrupaciones que hacen repicar las campanas manualmente. El modelo se expande a otras ciudades como Zamora, León, Pamplona, Burgos, Santiago de Compostela o Lleida. También por Europa, con grupos potentes en Utrecht (Holanda), Italia e Inglaterra. Antonio Ballesteros, de 33 años, es el presidente de la agrupación zamorana, con alrededor de 100 socios. Se mueven con unas campanas portátiles por toda la provincia para difundir hasta 22 toques característicos de la región. “Hay muchos pueblos donde ya no hay campaneros, pero hemos cogido el problema a tiempo”, afirma. Las asociaciones reemplazan a aquellos personajes, que empezaron a extinguirse con la electrificación. Una “falsa modernización”, según Ballesteros, que se ejecutó a diestro y siniestro, sin respetar la diversidad de toques de cada zona. El resultado: un sonido industrializado. No se tuvo en cuenta el valor patrimonial que arrastran las campanadas. “Se pierde la forma propia de hacer sonar las campanas. Las de Valencia suenan de una forma, las de Madrid de otra, y las andaluzas, y las inglesas, y las italianas, de otras más”, explica Eliseu. Desde Campaners, para proteger la tradición sonora, investigan sobre un campo muy poco estudiado en España. Han creado una web de documentación que alimenta a los adictos al tema.

Eliseu M. Roig coge impulso para voltear el Andreu.
Eliseu M. Roig coge impulso para voltear el Andreu.raúl belinchón

En el estudio de esta práctica está Eliseu. Recorre de arriba abajo las estrechísimas escaleras de caracol de la torre del siglo XV de la catedral de Valencia. Esquiva los grupos de turistas que pagan dos euros por subir a lo alto. Mientras, manipula con agilidad la pantalla táctil del móvil y responde mensajes aquí y allá. Va deprisa. Le queda poco para presentar su tesis doctoral. La afición por esta expresión cultural le viene de antiguo. Cuando tenía 14 años las campanas lo volvían loco y no hablaba de otra cosa. Después de insistirle mucho a su madre, ella buscó en las páginas amarillas y telefoneó hasta que dio con Campaners. Con los años, la pasión lo ha convertido en un estudioso. “Se agota el tiempo para hacer el trabajo de campo. Los campaneros tradicionales van a desaparecer y hay que documentar las variantes de esta expresión que ha servido para crear comunidad”, explica.

“Las campanas podían diferenciar si quien había muerto era hombre o mujer, rico o pobre”, dice Ana Barba, campanera de Yeste

Un ejemplo está en Yeste, un pueblo de unos 2.000 habitantes de la Sierra del Segura (Albacete). Ana Barba, de 42 años, tomó el relevo de su padre hace tres, cuando este subió por última vez a lo alto de la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora. Ahora ella, las palomas y los excrementos son los únicos huéspedes de la torre, como en la mayoría de las iglesias españolas. Los días de fiesta tiene que superar todo tipo de obstáculos antes de llegar al campanario, que está en absoluto estado de abandono. Tras pasar la prueba, ata una cuerda a cada campana. Todas tienen nombre: María, Gloria, Isabel y Juana. Una vez amarradas, las sujeta con pies y manos y se coloca en el centro. “Las campanas contaban al pueblo qué pasaba. Por ejemplo, si tocaban a muerto podían diferenciar si había fallecido un hombre o una mujer por el sonido final, o si se trataba de un rico o un pobre”, explica.

Está ilusionada con mantener una tradición familiar que al menos se remonta hasta su tatarabuelo. Su padre, Federico Barba, de 86 años, al que no le sobra dulzura en las formas, le enseñó el toque manual. Él lo aprendió de niño, cuando era monaguillo y veía a su abuela Segunda. Después instruyó a su madre, Matilde, que fue la campanera oficial del pueblo hasta que falleció. Subía cada día y, a veces, incluso tenía que aplicarse toda la noche. No cobrara, más allá de los detalles de los vecinos. Federico emigró a Barcelona y a su vuelta las campanas ya estaban mecanizadas. “Tocan lo mismo para todo, les quitaron la salsa”, dice tajante. Ahora, cuando su hija se pone al mando de los badajos, los vecinos lo notan. “Ahí va Ana la campanera”, le dice un paseante.

Eliseu M. Roig sujeta el Jaume, una de las campanas de la torre del Micalet de la catedral de Valencia.
Eliseu M. Roig sujeta el Jaume, una de las campanas de la torre del Micalet de la catedral de Valencia.raúl belinchon

Los aficionados, que pululan por todo el territorio nacional, han aceptado a rajatabla una regla. Entre ellos solo hablan de campanas. Ni política, ni fútbol ni religión. En un grupo nacional de WhatsApp, que utilizan para compartir fotos de los escenarios más recónditos, hay integrantes con ideas opuestas. “Gente de Bildu, guardias civiles, de todo. Por aquí nos enviamos vídeos de lugares que de otra forma no conoceríamos”, cuenta Joan Alepuz, campanero de 26 años, que investiga sobre los fundidores industriales valencianos. Con este trabajo conjunto, las asociaciones han conseguido dar pasos en materia de protección. El Consejo de Patrimonio aprobó el pasado octubre la inclusión del toque manual tradicional como “manifestación representativa” del patrimonio cultural inmaterial. Lo que supone la primera protección a nivel nacional. Una media que servirá a los campaneros para defenderse de la ley del ruido, que en los últimos años ha dado la razón a cerca de 500 denunciantes que pidieron callarlas. A las campanas aún les queda mucho que decir. 

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