Reflexiones sobre resiliencia urbana
La peligrosidad de banalizar un término tan rico y volverlo hueco de significado
El uso recurrente de la palabra resiliencia dentro del campo urbano genera cierta confusión. La complejidad en su significado nace, quizás, por relacionarse con otros conceptos como sostenibilidad, cambio climático, adaptación, recuperación, seguridad, integración… A pesar de que todos estos términos presentan ciertas similitudes (ya que todos parten de la misma raíz), dependiendo de la disciplina en la que nos encontremos, hay muchos matices pues se pueden detectar ciertas diferencias terminológicas.
Durante los meses de octubre y diciembre, la ciudad condal ha acogido la iniciativa Barcelona Resilience days, llevada a cabo por UN-Habitat, con el fin de divulgar y promover el conocimiento en torno al concepto de resiliencia urbana. Como parte de esta iniciativa, los pasados 10, 11 y 12 de diciembre se celebró el 11º Congreso Internacional de Urbanismo (iFoU) coorganizado por Urban Resilience research Network (URNet), UNHabitat y la Universidad Internacional de Cataluña (UIC Barcelona) donde se quiso enmarcar este concepto y su implementación con el fin de generar un debate y entendimiento entre expertos y estudiosos.
En estas jornadas, la resiliencia urbana se planteó desde cuatro ejes troncales basados en las políticas postdesastre y posconflicto; la gobernanza y planificación sobre cambio climático; el diseño y gestión urbana orientados a la dotación de estructuras y servicios; y finalmente, desde las iniciativas comunitarias y procesos participativos.
Pero, ¿qué es exactamente la resiliencia urbana?
Es importante destacar que el término resiliencia tiene múltiples definiciones y connotaciones. Es un concepto tan fértil, y a la vez, tan complejo, que genera mucha ambigüedad (incluso entre los mismos académicos y expertos quienes, en el mismo congreso, clamaron cierta especificad en su uso y definición).
El término resiliencia, del inglés resilience y este derivado del latín resiliens, puede interpretarse como “saltar hacia atrás”. Es un término que nace en el campo de la psicología, pues fue el neurólogo, psiquiatra y etólogo francés Boris Cyrulnik uno de los que lo divulgó con el fin de ilustrar la reacción de resistencia que tienen algunos materiales tras doblarse y, aun así, estar en capacidad de volver a su forma original.
De este modo, en psicología la resiliencia es entendida como la capacidad que tiene el ser humano sometido a los efectos de una adversidad, de superarla o incluso, salir fortalecido de la misma.
Dentro del ámbito urbano, UN-Habitat define la resiliencia urbana como “la habilidad de cualquier sistema urbano de mantener continuidad después de impactos o de catástrofes mientras contribuye positivamente a la adaptación y la transformación hacía la resiliencia”. Si entendemos la ciudad como un gran asentamiento humano, es decir, un organismo vivo, se sobreentiende que existe un intercambio de energías, flujos, información y de recursos dentro de la misma. Así, la ciudad resiliente es aquella que tiene capacidad para recuperarse rápido de los impactos que sufre su sistema, entendiendo que la urbe es un sistema de sistemas que requiere un buen funcionamiento y balance entre todos ellos.
Si el término resiliencia implica una visión conjunta de ciudad, hoy en día ya se habla de resiliencia ecológica, resiliencia urbana, resiliencia energética, resiliencia comunitaria, políticas de resiliencia, redes para la resiliencia… cuando en realidad, el término resiliencia denota un enfoque holístico que permite un manejo equilibrado e integrado de los riesgos que puedan suceder en la ciudad, a cualquier escala. Y es que, actualmente, hay un abuso excesivo de la palabra que ha hecho que su significado se banalice y difumine.
Ya en 2015, The New York Times magazine publicó este artículo titulado “El profundo vacío de la resiliencia” (The Profound Emptiness of Resilience) en el que Parul Sehgal señalaba que esta palabra es utilizada indebidamente, y cada vez más se contribuye a debilitar su significado.
Resiliencia es una palabra tan rica y potente que espanta escucharla en ciertos discursos donde se habla sobre la ciudad global, la gentrificación o la Smart City. Así mismo, la utilización de este término cuando se debaten conceptos como justicia social y espacial, sostenibilidad, inequidad, infraestructura verde o incluso inteligencia artificial, contribuye a la tergiversación de su significado, generando más confusión.
Resiliencia y sostenibilidad parecen términos idénticos, pero no lo son. La sostenibilidad es un concepto que incide en la necesidad de conservar y mantener todas las funciones y servicios del ecosistema que son necesarias para el bienestar humano. Es decir, se fomenta la ciudad sostenible en términos de eficiencia energética, emisiones contaminantes, gestión y reciclaje de residuos… pero ante cualquier catástrofe o perturbación inesperada (como, por ejemplo, el agotamiento de algún recurso), la ciudad debe ser resiliente para mantener la situación. Así lo enfatizaron algunos expertos como Timon McPhearson (The New School) y Adriana Allen (The Bartlett Development Planning Unit, UCL) en sus ponencias.
Es evidente que, en la actualidad, uno de los principales retos urbanos es el efecto del cambio climático. Y dentro de estas jornadas entre expertos, quedó bien claro que hablar de resiliencia urbana, implica como condición sine qua non el trabajo transdisciplinar con los entes gubernamentales para mitigar los problemas y riesgos a los que las ciudades deben hacer frente. Hoy en día, la resiliencia se ha convertido en un asunto de estado, tal y como lo menciona Parul Sehgal en su artículo, y debemos ser conscientes de que no se puede trivializar un término tan valioso pues, contribuiríamos a volverlo hueco de significado.
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