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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Rodearnos de más gente para estar cada vez más solos

Un ciudadano aislado se radicaliza cuando habla, cuando conduce y cuando vota

Jorge Marirrodriga
Dos personas miran sus teléfonos en Tokio.
Dos personas miran sus teléfonos en Tokio. Koji Sasahara (AP)

No sabemos qué nombre darán los historiadores de dentro de varios siglos a nuestra época. Eso si quedan historiadores y no se impone la premisa falaz de que lo importante no es tener conocimientos sino saber dónde buscarlos. Suena bien hasta que uno va al médico. “Es un gran cirujano. No tiene ni idea, pero sabe donde encontrar lo que no sabe”. De modo que, suponiendo que los historiadores hayan sobrevivido, algún nombre tendrán que darle a nuestra época. Quién sabe lo que quedará y les servirá para ello. Casi seguro que no existirá —por demasiado avanzada— una tecnología capaz de leer nuestros medios electrónicos. Un alivio. No seremos la civilización de los gatitos, los memes o los “mira lo que he tomado esta mañana de desayuno”.

Pero a la vez, esta incapacidad técnica para saber lo que escribimos —pruebe el lector con un disquete que tenga en casa, y no han pasado 50 años— también impedirá detectar en el futuro un curioso fenómeno que se multiplica a medida que aumenta la posibilidad de estar conectados: en nuestra sociedad avanzada crece el sentimiento de soledad. Una paradoja. Nos dicen que vivimos en un planeta casi superpoblado y que desde nuestros teléfonos —pequeños y livianos— podemos conectar con cientos de amigos, miles de followers y docenas de grupos de Whatsapp. En suma, una malla de opciones para no estar solos. En teoría es fantástico porque se pueden aprender cosas nuevas o compartir intereses comunes. Cierto que lleva tiempo y esfuerzo, pero eso es un pequeño precio ante el chute de dopamina de los likes. Podríamos ser una civilización de gente sociable y feliz que está sola cuando quiere pero no es solitaria. No es así. Y esto tiene consecuencias.

Según un estudio aparecido en EE UU la mayoría de sus ciudadanos experimentan fuertes sentimientos de soledad o de falta de significado de sus relaciones personales. La Universidad de California añade sal a la herida con cifras que muestran que ese sentimiento se intensifica de generación en generación. Y esta soledad no es inofensiva. Genera angustia, enfado y la demanda de una compensación. Radicaliza a la hora de pensar, hablar, conducir o de votar. El ser sociable se siente estafado, porque se siente solo en lo que cree una maraña de gente riendo o pasándolo bien. Y quiere que alguien pague. Nos estamos volviendo una civilización enfadada.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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