_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ilegítimas defensas

Las instituciones democráticas tienen arreglo, pero antes que nada deben defenderse de sus defensores

David Trueba
Mariano Rajoy, expresidente del Gobierno, el pasado octubre en Santa Pola.
Mariano Rajoy, expresidente del Gobierno, el pasado octubre en Santa Pola. MORELL (EFE)

Todos conocen ese dicho irónico: mejor, no me defiendas. Lo entonamos cuando alguien pretende hacerse pasar por nuestro valedor y en realidad nos sonroja, nos humilla y nos provoca vergüenza ajena. A nadie se le escapa que a la Constitución española le han salido unos defensores que bajo el autodenominado comando de políticos constitucionalistas no hacen más que perjudicar al texto, leerlo a su manera y rebajarlo de valor para que sencillamente se limite a darles la razón cuando les viene bien. Uno de los aspectos más chocantes es cuando se pasan la tertulia defendiendo la Constitución, pero cargándose su más significado ordenamiento, el de la España autonómica. Su centralismo oportunista no está arropado por la Constitución, sino todo lo contrario. Es el texto quien invita a desarrollar una política de cercanía y representación local. Otra cosa es que en el bazar parlamentario se haya impuesto la subasta de favores regionales en función del voto de apoyo a los Presupuestos del Gobierno, pero en esto son reos del mismo pecado uno y otros cuando les va en ello conservar el poder.

Más información
Dani Mateo: “Estamos llevando ante la justicia a un payaso”
Rajoy vulneró la ley al gobernar diez meses sin control parlamentario

A todos los que les indigna que un cómico se suene los mocos con la bandera española les debería indignar, aún más, que un parlamentario se suene los mocos con el Consejo General del Poder Judicial. El ya famoso telegrama de Ignacio Cosidó a los suyos, asegurándoles que dominaría las salas del Supremo por la boca trasera, es una de esas vejaciones institucionales que por desgracia no provocan el mismo desgarro de vestiduras que otras versiones mucho más superficiales y sin incidencia práctica. En eso consiste la frivolidad, en detenerse sobre lo anecdótico y pasar de largo frente a lo esencial. Por suerte, el juez Manuel Marchena puso las cosas en su sitio con una dimisión anterior a su nombramiento. Si les hizo gracia que un ministro durara seis días, se deberían tronchar al ver que un presidente del Consejo dimite una semana antes de ser nombrado. Ese gesto de Marchena ha marcado un camino para todos los jueces de alto rango, porque entre sus muchas reivindicaciones razonables de despolitización y mejoras laborales, también se podría alegar que la primera de las despolitizaciones empieza por uno mismo. Ahora que tanto se habla de independencia, no está de más recordar que la independencia personal es la versión más asequible y saludable de ese ideal tan manoseado.

Entre medias de esta oleada de constitucionalismo para la galería ha llegado una extraña resolución que ni siquiera los medios supieron cómo enfocar. El Tribunal Constitucional falló la semana pasada contra el presidente Rajoy por su negativa a someterse a iniciativas de Control en el Congreso durante su larguísimo Gobierno en funciones previo a la repetición de elecciones de junio de 2016. El menoscabo al artículo 66.2 de la Constitución ha quedado probado. Lástima que en esta ocasión no se manejaran los tiempos de urgencia que en otras resoluciones del tribunal. Lástima que tampoco se incluya castigo ni esfuerzo de ejemplaridad. Es tardía letra muerta que deja en evidencia que la Constitución no es para quien se la trabaja, sino para quien la agita más en alto. Muy parecido al modo en que recurren los telepredicadores a la Biblia para justificar sus intereses terrenales. Les viene de perillas, que es ese agarradero de las sillas de montar siempre a mano para no caerte en los vaivenes. Las instituciones democráticas tienen arreglo, pero antes que nada deben defenderse de sus defensores.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_