Política de serrín y estiércol
Hay una sensación de estar al borde del abismo, una percepción autoinducida de alarma social
Las imágenes y las palabras de Rufián contra Borrell no deben hacer olvidar la diatriba insultante del diputado popular Rafael Hernando contra la ministra de Justicia, Dolores Delgado, en la misma sesión del Congreso de los Diputados. También en estas palabras está la política del “serrín y el estiércol” denunciada por el titular de Asuntos Exteriores. La estrategia de la crispación no se debe al grado de exaltación, y hasta de locura, de quien la practica, sino que es una estrategia deliberada porque entiende que le beneficia para sus intereses electorales. Llegó desde los EE UU de Bush II y sus neocons, y la teorizó su principal asesor, Karl Rove.
Los politólogos han definido esa estrategia de la crispación como un desacuerdo permanente y sistemático sobre las iniciativas del antagonista político, presentado desde la otra parte como signo de un cambio espurio de las reglas del juego y, en última instancia, como una amenaza a la convivencia o al consenso democrático (‘La estrategia de la crispación’, Informe sobre la democracia en España 2007, Fundación Alternativas). Se implanta mediante la ausencia total de colaboración con el Gobierno en algunos temas que, en buena parte, se corresponden con los que hasta hace poco tiempo se habían identificado como “temas de Estado” (política antiterrorista, exterior, territorial…), que ocupan el centro de la agenda política. Se recuerdan las palabras, ya lejanas, de José María Aznar cuando, preguntado sobre si la lucha antiterrorista estaría al margen de la dialéctica partidaria, contestó: “No. No me ha entendido usted: cuando digo que nada habrá ajeno a la crítica política, digo nada”. En esa estrategia, la aspereza de las formas degenera en muchas ocasiones en insultos.
Todo ello produce la sensación de estar permanentemente al borde del abismo, como si el país se encontrase en una encrucijada en la que se jugase la propia supervivencia. Hay una percepción autoinducida de alarma social.
Los elementos instrumentales de dicha estrategia se repiten cada vez que es aplicada. Si uno de los partidos en competición por el Gobierno subordina cualquier consideración (para recuperar el poder vale todo, incluso la deslegitimación sistemática del adversario) a ese objetivo y entiende que una atmósfera de crispación le favorece en mayor medida que a su adversario, es muy probable que la promueva bajo los siguientes argumentos: las elecciones no se ganan sino que se pierden y, por consiguiente, es inútil competir desde la oposición con el Gobierno; es más difícil atraer a los sectores identificados con el Gobierno que desmovilizar a una parte de ellos; en consecuencia, la estrategia para ganar consiste en movilizar a los nuestros, radicalizando las declaraciones y las posiciones, para asegurar su lealtad, y en atribuir la radicalización al adversario para desmovilizarlo en lo que se pueda.
Así, el partido que lidere la estrategia de la crispación renunciará a discutir las políticas del Gobierno tratando de deslegitimarlas por todos los medios; rechazará de modo sistemático las iniciativas del Ejecutivo evitando competir con él mediante la contraposición de las suyas propias; se negará a aceptar cualquier oferta de acuerdo por parte de los gobernantes, inclinándose a invertir los papeles, y exigiéndoles a aquellos acuerdos y compromisos basados en sus contrapropuestas, como si le correspondiese a la oposición la dirección de la política nacional.
Existen estos rasgos y otros como la deslocalización de la crítica, trasladándola de la arena parlamentaria a los medios de comunicación y a las redes sociales, de modo que el discurso en el Parlamento busca menos el intercambio de opiniones y propuestas que su eco mediático. Halperin y Harris escriben: “Cada noticia o cada opinión es considerada como un arma o un escudo en el enfrentamiento ideológico diario. Y cada suministrador de información es o bien parte del equipo de casa o del enemigo. Se trata de una concepción radical del papel de la información con ausencia de hechos comúnmente aceptados que enmarquen el debate”.
Que cada lector ponga a estas ideas las siglas que crea.
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