Hablemos de caca
Dos de cada tres habitantes del planeta no pueden gestionar sus heces de forma segura
Hace unos días Bill Gates confesaba en Pekín, ante un auditorio de 400 personas, que su esposa, Melinda, le llama con frecuencia la atención por su insistencia en hablar durante las cenas familiares sobre saneamiento, váteres y, sí, caca.
Dejando a un lado la relevancia que una conversación doméstica pueda tener para la agenda de desarrollo (la Fundación Bill y Melinda Gates invierte en desarrollo 5.000 millones de dólares anuales), ¿qué hace un gurú, de la tecnología primero y del desarrollo después, obsesionado con algo tan sucio? Gates presentaba en la Reinvented Toilet Expo de Pekín el resultado de varios años de investigación en busca de nuevas soluciones tecnológicas a la crisis global de saneamiento, en las que su Fundación ha invertido la friolera de 200 millones de dólares.
4.500 millones de personas siguen sin tener acceso a un saneamiento seguro. Casi 1.000 millones defecan cada día al aire libre. Los números son abrumadores, pero la cuenta es sencilla: dos de cada tres habitantes del planeta sufren las consecuencias de no gestionar sus heces de forma segura. El otro tercio tiramos de la cadena tras una mirada fugaz.
Hay muchos asuntos más sexis entre las preocupaciones globales, pero pocos que afecten a más personas en el mundo con consecuencias tan dramáticas. También hay pocos a los que les cueste tanto ocupar titulares y trending topics y, por eso, es una buena noticia que alguien como Gates ponga el saneamiento (y la caca) bajo los focos mediáticos, aunque sea por unos días.
La falta de saneamiento está entre los principales problemas de salud en muchas zonas del mundo: la OMS calculaba que en 2016 la falta de saneamiento era la causante de 280.000 muertes por diarrea al año. No tener saneamiento significa niños y niñas con problemas de nutrición y desarrollo, aulas semivacías y hospitales ocupados a causa de enfermedades digestivas, mujeres alejándose cada noche de su casa para orinar o defecar al aire libre en suburbios indios o aldeas africanas.
Pero los excrementos y el saneamiento han funcionado como tabú en la mayoría de las sociedades, y siguen haciéndolo. No hace falta haber pasado por ningún diván psicoanalítico para entender que – una vez cumplidos los doce años – no es cómodo hablar de caca. Porque no es fácil resolver problemas de los que no se habla, oenegés y organismos internacionales llevan años tratando de impulsar la conversación sobre el tema. Este año han logrado comunicarse por WhatsApp con la naturaleza con motivo del Día del Saneamiento que se celebra hoy: “La caca está por todas partes”, se queja Mother Nature, mientras llena el chat con el icono adecuado.
Suele decirse del saneamiento que es un problema complejo, algo que con frecuencia vale como eufemismo para la falta de voluntad política. El Banco Mundia estima necesarios 114.000 millones de euros anuales para alcanzar el acceso universal al saneamiento en 2030, una de las metas incluidas en la Agenda de Desarrollo Sostenible. Poner precio a los derechos humanos apunta en direcciones inquietantes, y el saneamiento lo es desde que fue reconocido como tal por la Asamblea de Naciones Unidas en 2010. Pero los números completos mejoran la perspectiva: según UNICEF, cada euro gastado en saneamiento se multiplica por cinco si se incluye en el cálculo el ahorro sanitario y la mejora de la productividad. La inversión ya no parece tan mala idea, pero los datos dicen al ritmo actual no alcanzaremos el acceso universal al saneamiento hasta 2107.
Mientras esperamos el milagro tecnológico, o a que el saneamiento se convierta en el negocio del siglo, urge multiplicar los esfuerzos para reforzar y extender las políticas públicas de saneamiento, haciéndolas más eficaces y equitativas. Sin duda los mercados juegan un papel relevante para facilitar el acceso en muchos contextos, pero la Agenda 2030 va encabezada por el lema “No dejar a nadie atrás”, y 7 de cada 10 personas que no tienen el derecho al saneamiento garantizado viven en zonas rurales de países empobrecidos, en las que la acción decidida de los gobiernos locales, la cooperación internacional, y la participación y el empoderamiento comunitario son los factores clave para lograr cambios.
El saneamiento es un derecho humano y una meta a la que todos los países se han comprometido a contribuir. A los países ricos (y España lo es, a pesar de todo) les toca aumentar su peso en las políticas de ayuda. La Cooperación Española ha jugado en tiempos recientes un papel significativo apoyando el reconocimiento del derecho humano y su desarrollo, y el Fondo de Cooperación en Agua y Saneamiento (con sus luces y sombras) ha colocado a nuestro país como un actor reconocido para lograr el acceso universal a agua y al saneamiento en América Latina.
Una vez cerrado el ciclo de inanición presupuestaria sufrido por la cooperación española, es el momento de renovar ese compromiso aprovechando los aprendizajes obtenidos, enmarcándolo en la Agenda 2030, y orientándolo hacia las regiones y los colectivos más vulnerables. Si no es ahora, ¿cuándo? Desde ONGAWA proponemos una dotación de 1.000 millones (como la que se comprometió en 2008) para los próximos 10 años, que deberían invertirse en gran parte en programas de agua, saneamiento e higiene en África Subsahariana, priorizando las zonas rurales.
El saneamiento es un buen motivo para que tanto Gobierno como grupos políticos españoles se acuerden de la importancia de una política de cooperación coherente y comprometida. Mientras tanto, y diga lo que diga Melinda Gates, nos toca seguir hablando de caca.
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