Elisa Leonida Zamfirescu, pionera de la ingeniería que cumplió su sueño con honores
Científica rumana apasionada e innovadora, lideró laboratorios y trabajó hasta los 75 años poniendo en práctica nuevas técnicas de análisis para estudiar los minerales
Elisa Leonida Zamfirescu no conoció en vida al también ingeniero Wernher von Braun, nacido en Alemania el mismo año en que ella se graduó en la Universidad Técnica de Berlín, pero aplicó a la perfección su frase “usa la palabra imposible con la mayor precaución”. A la científica rumana no le pusieron nada fácil hacer realidad su vocación. Sufrió discriminación, humillación y marginación, y hasta tuvo que cambiar de país para cumplir su sueño, pero, gracias a su perseverancia y a sus brillantes calificaciones, logró revertir la situación hasta graduarse con honores y ser un ejemplo de lucha por la igualdad.
Convertida en una de las primeras mujeres ingenieras reconocidas de la historia, echó por tierra todos los cánones que marcaba la sociedad clasista de la época para las mujeres. La ingeniería, como tantas otras actividades y estudios, estaba considerada una tarea pesada e inasumible por quienes tenían que dedicarse al cuidado de la casa y a la educación de los hijos, algo que Elisa se encargó de demostrar que era un prejuicio erróneo y un argumento banal.
Con el paso de los años, no solo hizo realidad su sueño de convertirse en ingeniera con todos los honores, sino que demostró su valía con la dedicación con la que se empleó siempre en su trabajo y las brillantes contribuciones que realizó en el campo de la geología, con nuevos métodos de análisis de los minerales y sustancias. Lideró grupos de trabajo y dirigió laboratorios con pasión porque le preocupaba el bienestar de las personas. Tanto disfrutaba de su trabajo que compaginó la investigación y la docencia hasta después de la edad de jubilación, manteniéndose en activo hasta los 75 años.
Elisa Leonida Zamfirescu nació el 10 de noviembre de 1887, en la ciudad rumana de Galati. Su padre era oficial de carrera y su madre hija de un ingeniero francés. En un ambiente de familia numerosa en el que creció con 10 hermanos, Elisa no fue la única que destacó en su campo: su hermano menor Gheorghe participó en el equipo de escultores que trabajó en la estatua del ‘Cristo Redentor’ ubicada sobre el cerro del Corcovado en Brasil; otra hermana, Adela, fue una oftalmóloga de gran prestigio que llegó a dirigir un hospital en Rumanía; y su hermano mayor, Dimitrie, también fue ingeniero especializado en energía y el creador de un museo técnico que lleva su nombre en la actualidad.
Brillante estudiante en Primaria en su ciudad natal, la afición de Elisa por las matemáticas, la física y la química le permitió terminar sin problemas la Secundaria en Escuela Central para Niñas en Bucarest. Obtuvo el título de bachiller con muy buenas calificaciones y se planteó seguir los pasos de su abuelo y de su hermano, la ingeniería.
Intentó, sin éxito, matricularse en la Escuela Nacional de Puentes y Caminos de la capital rumana, donde fue rechazada por ser mujer. Pero Elisa no se rindió y decidió emigrar a Berlín para inscribirse en la Universidad Técnica en 1909. Allí fue aceptada, tal vez porque su hermano Dimitrie figuraba entre los alumnos destacados del centro y porque hablaba y escribía en alemán de manera perfecta. Sin embargo, también allí tuvo que sufrir humillaciones del decano, que le recordaba que las mujeres tenían que dedicarse a la cocina, a los niños y a la Iglesia, y de sus compañeros, que directamente la ignoraban.
Fue la primera mujer en inscribirse en aquella universidad y pagó un alto precio por ello, pero también hizo realidad lo que tanto anhelaba solo tres años después: en 1912 se graduó con honores, y hasta el propio decano reconoció su valía y capacidad definiéndola como “la más diligente de los diligentes”, convirtiéndose de este modo en la primera ingeniera de Rumanía y en una de las primeras de Europa, ya que la irlandesa Alice Jacqueline Perry se graduó algunos años antes que ella.
Elisa Leonida regresó a Rumanía para iniciar su carrera laboral como asistente en el Instituto Geológico del país, que poco tiempo después pasó a dirigir. Durante la Primera Guerra Mundial se unió a Cruz Roja y fue gerente de un hospital en la pequeña ciudad de Marasesti, lugar de la batalla final entre Rumanía y Alemania en 1917. En estos tumultuosos años también conoció y se casó con el químico Constantin Zamfirescu, con quien tuvo dos hijas.
Después de la guerra, y ya con el apellido Zamfirescu unido al de Leonida, Elisa regresó al Instituto Geológico para dirigir varios laboratorios de geología y participar en diversos estudios de campo, incluidos algunos que identificaron nuevos recursos de carbón, gas natural, cromo, bauxita y cobre. Desarrolló nuevos métodos y técnicas de análisis para estudiar minerales y sustancias como el agua, el carbón y el petróleo, compaginándolo con su faceta de docente de Física y Química en una escuela femenina y en la Escuela de Mecánica y Electricidad de Bucarest.
Conocida por prestar especial atención a la capacitación del personal al que dirigía, pero en el fondo con el que trabajaba codo con codo, y pasar largas horas como mentora de jóvenes químicos, Elisa trabajó incluso después de la edad de jubilación y no se retiró por completo de los laboratorios y de la docencia hasta la edad de 75 años y después de medio siglo de carrera profesional.
Elisa Leonida Zamfirescu falleció en Bucarest el 25 de noviembre de 1973, a los 86 años de edad. La calle donde vivió en la capital rumana pasó a denominarse con su nombre 20 años después de su muerte, en 1993. Pero no es el único reconocimiento a su gran contribución a la ciencia, ya que un premio con su nombre honra cada año desde 1997 a las mujeres con los trabajos más destacados en los campos de la tecnología y la ciencia.
Elisa Leonida fue, sin duda, una de las mujeres que más han ayudado a cambiar la historia de las propias mujeres facilitando su reconocimiento e inserción laboral en los campos científicos y docentes en condiciones de igualdad con los hombres. Quizá ese fue su mejor legado, por encima de su gran trabajo de laboratorio, académico y de campo.
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