Era cierto
Los componentes del Supremo se han comportado como los personajes de una distopía novelesca al elegir, de entre todas, la única opción que permanecía fuera de su propio catálogo moral
Si, como acaba de demostrarnos el Supremo, puede ocurrir lo que no puede ocurrir, todo es posible. Que el hombre no pisara la Luna, por ejemplo, o que los alemanes hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial fingiendo que la habían perdido. Según esta tesis de Phil K. Dick, el mundo actual sería el resultado de aquella victoria invisible. Vean desde esos ojos a Merkel, a Juncker, al FMI, a Trump; observen desde esa perspectiva delirante el euro; contemplen desde tal emplazamiento de cámara las aberraciones sexuales de la jerarquía católica, los miles de niños abusados o violados con la aquiescencia de la autoridad, de las autoridades. Alteren ligeramente su punto de vista para caer en la cuenta del verdadero sentido de los muros de Ceuta o de Melilla, así como del auténtico significado de los muertos del Mediterráneo y de la xenofobia que implica no abordar el problema de otro modo. Háganse cargo, quizá por vez primera, del genocidio metaforizado por cada uno de los cadáveres que brotan en nuestras playas repletas de turistas (100% de ocupación hotelera y con los tanatorios al 80%). Échense las manos a la cabeza al repensar, con una mirada desprovista de prejuicios, el desastre económico de la clase obrera y la menesterosidad progresiva de la media.
Los componentes del Supremo, individuos reales, se han comportado como los personajes de una distopía novelesca al elegir, de entre todas, la única opción que permanecía fuera de su propio catálogo moral. Todo es posible, pues, incluso que el Alto Tribunal (con mayúsculas, creo) sea un anexo de la Patronal Bancaria (también con mayúsculas). Lo que se nos mostraba como caricatura, resulta que era puro realismo costumbrista: en efecto, gobierna el Ibex 35.
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