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COLUMNA
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Sonámbulos, ya es hora de despertar

Los ciudadanos debemos tomar conciencia de que definir y defender un futuro común también es cosa nuestra. Es mucho lo que está en juego

Cristina Manzano
La ultraderechista francesa Marine Le Pen (d) se reúne con el ministro italiano del Interior, Matteo Salvini (i), en Roma, el pasado 8 de octubre de 2018.
La ultraderechista francesa Marine Le Pen (d) se reúne con el ministro italiano del Interior, Matteo Salvini (i), en Roma, el pasado 8 de octubre de 2018. ALESSANDRO DI MEO (EFE)

Hay un cierto empeño en comparar lo que está ocurriendo en Europa y el periodo de entreguerras: el paulatino ascenso de los nacionalismos, la búsqueda de las identidades, las secuelas de la crisis económica…

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Otros, sin embargo, prefieren remontarse a la Belle Époque. Aquel tiempo fascinante en que se fraguó la transición de un imperio (el británico) a otro (el americano), en que la Revolución Industrial transformó el sistema económico y que acabó bruscamente con la Gran Guerra.

Entre las muchas obras que conmemoran el centenario de la Primera Guerra Mundial, Sonámbulos, de Christopher Clark, bucea en las causas de un conflicto que parecía evitable y describe cómo una especie de hipnosis colectiva arrastró a dirigentes y sociedades a una terrible escalada.

Si no sonámbulas, al menos sí aletargadas, asisten hoy las ciudadanías europeas al ascenso de la extrema derecha y la xenofobia. Decepcionadas con la política tradicional, y más allá del respiro temporal de Países Bajos y Francia, cada pequeño avance electoral de los ultras es recibido con un limitado escándalo público, y poco más.

Pero va siendo hora de despertar y de reaccionar activamente. Como el Brexit, la crisis catalana o Trump demuestran, no basta con mirar los toros desde la barrera.

“Trump está volviendo a hacer América grande de nuevo. Solo que no como él cree”. Así presentaba un reciente vídeo editorial del New York Times el creciente activismo que, de la mano principalmente de mujeres y jóvenes, ha surgido en Estados Unidos.

Allí es algo más fácil, porque el presidente americano sirve de catalizador de las protestas. Aquí, en Europa, la fragmentación nacional del panorama político hace más complicado identificar un objetivo común, aunque se van viendo algunas iniciativas (contra la extrema derecha en Alemania, contra el Brexit en Londres).

Ahora se presenta una buena ocasión. En mayo se celebrarán las próximas elecciones al Parlamento Europeo y la campaña psicológica ya ha comenzado, como lo ha hecho el baile de nombres de posibles candidatos (ninguna candidata, de momento) a presidir la Comisión Europea.

Pese a que estos comicios se suelen jugar en clave nacional, la participación esta vez será crítica. Las fuerzas euroescépticas podrían aumentar su presencia hasta en un 60%, y si bien no tendrían capacidad de impulsar cambios significativos, sí supondrían un desafío permanente a la UE.

En España, además, coincidirán municipales, autonómicas y europeas, con el riesgo de que el mensaje europeo quede diluido por las cuestiones locales. Es una pena que el Parlamento Europeo no aprobara las listas trasnacionales, pero mientras llegan, los políticos deben tomarse en serio y batallar una auténtica campaña europea. Y los ciudadanos debemos tomar conciencia de que definir y defender un futuro común también es cosa nuestra. Es mucho lo que está en juego.

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