Colorismo y teatralidad en el ‘prêt-à-porter’ de París
Gucci, Saint Laurent y Dries Van Noten sorprenden con sus nuevas colecciones en la semana de la moda
Para algunos es un visionario. Para los demás, el protagonista de una nueva versión de El traje nuevo del emperador. Situado en algún punto entre la genialidad y la impostura, el diseñador de Gucci, Alessandro Michele, ha sido el protagonista del primer tramo de la semana de la moda en París, donde ha concentrado todas las miradas con su nueva colección, pese a no estar incluida en el programa oficial. La marca italiana suele desfilar en Milán, pero ha hecho una excepción a esa regla para presentar la última entrega de la trilogía francesa del diseñador, después de sus colecciones pre-fall y resort, también inspiradas en la cultura gala. Gucci escogió un escenario como Le Palace –mítico club nocturno frecuentado en los ochenta por todos los grandes nombres de la moda parisina, hoy reconvertido en sala de espectáculos–, para escenificar un espectáculo hipertrófico, con tantas ideas por segundo que a veces costaba seguir el hilo.
Michele apostó por su habitual superposición de capas, texturas, cortes, épocas y colores, que colocó sobre los cuerpos desgarbados de modelos pelirrojos y con acné, que parecían salidos de La revancha de los novatos. La clave de la historia se encontraba en la inusual invitación para el desfile: una bolsa de plástico llena de bulbos de jacintos y tulipanes. “Cuando uno los cuida, crecen. Son cosas feas, en apariencia, que se acaban volviendo bonitas”, explicó Michele, en pequeño comité, después del desfile. Entre invitados tan variopintos como Agnès Varda, Jared Leto, Amanda Lear o Martin Parr, había abierto la cita con la proyección de un cortometraje firmado en los 70 por dos figuras del teatro experimental italiano, Leo de Barardinis y Perla Peragallo. Les siguió el paso Jane Birkin, escondida en el patio de butacas, que se arrancó con Baby Alone in Babylone a medio desfile, un tema compuesto por Serge Gainsbourg a partir de una melodía de Brahms. “Más que una cantante, es una presencia, una poetisa, un trovador del Medievo”, dijo Michele para justificar su elección.
Su colección contiene trajes mutantes y piezas fetichistas, estampados frutales y vestidos para una graduación en 1974, chaquetas con la cara de Dolly Parton y bolsos de Mickey Mouse. Todo ello en colores particularmente estridentes y no muy parisinos. En los altavoces, la voz distorsionada de Maria Callas y los versos recitados por Jean Cocteau se mezclaban con el sonido lejano de las sirenas policiales. “El teatro es un lugar de belleza, mientras la guerra sigue ahí fuera”, resumió Michele a modo de explicación. Fue una celebración del poder narrativo de la moda, que tuvo el mérito de renunciar al formato tradicional del desfile. Michele prefirió convertirlo en un teatrillo enloquecido en el que los modelos eran personajes de una sugestiva ficción.
El desfile de Saint Laurent también se distinguió por su teatralidad, aunque fuera de otro tipo. El diseñador Anthony Vaccarello volvió a presentar su colección en el Trocadéro parisino y con la Torre Eiffel parpadeante como telón de fondo, a la que esta vez sumó un renglón de palmeras blancas, que parecían remitir a la costa californiana, y una pasarela inundada de agua, que llegaba hasta el tobillo de sus modelos. Su colección para la primavera-verano de 2019 parte de dos ideas. La primera es redibujar la silueta en la que Vaccarello lleva varias temporadas trabajando, una mujer dura y de piernas interminables, que está vez convirtió en una cowgirl contemporánea, con sombreros de forajido salidos de un western de Sergio Leone y microshorts de cuero que dejaban al descubierto sus extremidades. La segunda es rendir un homenaje emotivo, pero tal vez demasiado literal, a legado de Saint Laurent, con esmóquines de mujer revisitados y blusas que parecían inspirarse en las transparencias de muselina negra que tanta polémica suscitaron hace medio siglo.
Como ya viene siendo costumbre, Vaccarello también rebusca en las colecciones de los ochenta, tal vez menos respetadas, e introduce lazos gigantes y las mangas exageradas, que distinguieron el trabajo del fundador de la firma durante esa década, que a veces llegó a rozar el kitsch. “Es una silueta creada por una variedad de piezas, inspirada en distintas eras e iconos atemporales”, expresaba Vaccarello tras el desfile. “Ese eclecticismo es la libertad de construirse a ti mismo, de expresar tu propia personalidad y respetar tu complejidad”. Desde la primera fila, saludaron su empeño personalidades como Kate Moss, Carla Bruni, Charlotte Gainsbourg, Cindy Crawford y Catherine Deneuve.
Dries Van Noten también sorprendió. El modisto belga, que en junio vendió su irreductible firma al grupo español Puig, presentó en el Palais de Tokyo, templo del arte contemporáneo, una colección que marca un giro relativo respecto a la línea seguida en las últimas temporadas. Asombró por un espíritu más joven y luminoso que de costumbre, como si estuviera pensada para marcar un nuevo inicio. Con una inspiración menos retro que en los últimos tiempos, el modisto utilizó una paleta más veraniega, con un leit motiv en amarillo ácido y otro en verde esmeralda, colores que impregnaron tops con lengüetas de vinilo colgantes, monos de trabajo dignificados, estampados de rayas en azul ultramarino, prendas de seda trabajada como si fuera papel y abrigos de algodón pintados a brochazos. El conjunto remitía a una frase célebre de la pintora Georgia O’Keeffe, que el diseñador pudo haber utilizado como lema del desfile: “Puedo decir cosas con el color para las que no tengo palabras”.
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