El azar y la capacidad
Mucha gente se sumerge en una bañera llena de agua, pero hay que ser Arquímedes para descubrir el principio que lleva su nombre
Hablando de la manzana de Newton, el huevo de Colón, el anillo de benceno, la paloma de Picasso y otros hitos -y objetos- de la inspiración científica o artística, nuestra comentarista habitual flying Flying mencionó el término “serendipia”, todavía poco utilizado en castellano (no figura en el diccionario de la RAE, aunque en el de Manuel Seco aparece la variante “serendipidad”), pero de uso común en inglés y de constante aplicación en la historia de la ciencia y el pensamiento.
El término serendipity fue acuñado por Horace Walpole a mediados del siglo XVIII, a partir de la lectura de un cuento persa titulado Los tres príncipes de Serendip (nombre árabe de Ceilán, la actual Sri Lanka). Estos príncipes, como suelen hacer los de los cuentos (al contrario que los de verdad, que no suelen hacer nada), recorren el mundo en busca de aventuras y realizan todo tipo de descubrimientos inesperados. Y, desmintiendo por una vez a Stendhal (que dijo que no hay nada tan estúpido como un príncipe), los tres ilustres hermanos saben aprovechar con astucia estos felices accidentes. Eso es la serendipia: el inteligente aprovechamiento de un azar favorable.
José Raúl Capablanca, el gran ajedrecista cubano, decía que los buenos jugadores tienen suerte (aunque la frase también se atribuye a otro campeón del mundo, Tigran Petrosian). Y Franklin afirmaba que el genio se compone de una parte de inspiración y nueve de transpiración. Y en la misma línea, Pasteur decía que el azar solo favorece a los espíritus preparados. ¿Cabría decir, parafraseando a Pasteur -sin más que cambiar la colocación del adverbio, que solo el azar favorece a los espíritus preparados? Dicho de otro modo: ¿Eran necesarios el sueño de Kekulé, la manzana de Newton, la lágrima de Fleming…? ¿Juega siempre el azar un papel importante en la consecución de un nuevo logro científico? Someto la pregunta a la consideración de mis sagaces lectoras/es.
La bañera de Arquímedes
Nuestro comentarista habitual Richard Arryn menciona -con toda propiedad- como objeto emblemáticamente vinculado al avance de la ciencia la bañera de Arquímedes. La historia es sobradamente conocida; pero no todo el mundo sabe que la bendita bañera inspiró un doble descubrimiento (o eso se cuenta). Por una parte, el postulado de Arquímedes, que afirma que un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo, experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso de la masa del volumen del fluido que desaloja. Y por otra, al darse cuenta de que el volumen de agua que rebosaba de la bañera era equivalente al de la parte de su cuerpo sumergida, Arquímedes halló la forma de determinar el volumen -y por ende la densidad- de una corona supuestamente de oro puro. ¿Qué otros experimentos podríamos llevar a cabo en/con una bañera?
Carlo Frabetti es escritor y matemático, miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York. Ha publicado más de 50 obras de divulgación científica para adultos, niños y jóvenes, entre ellos Maldita física, Malditas matemáticas o El gran juego. Fue guionista de La bola de cristal
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