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Tribuna
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Política que cuesta la vida

En Argentina el aborto, que sigue sin legalizarse, es una condena a muerte para las mujeres

Manifestación a favor de la ley del aborto el miércoles 8 de agosto frente al Senado de Argentina.
Manifestación a favor de la ley del aborto el miércoles 8 de agosto frente al Senado de Argentina.David Fernández (EFE)

El 14 de junio, en Argentina, un millón de personas se juntaron frente al Congreso de la Nación en una vigilia histórica que logró que la Cámara de Diputados avanzara en la legalización del aborto. La demanda se convirtió en un ojo abierto sobre el poder político, en una fogata que ardió como el fuego contra el frío, el viento y el desamparo. Una multitud reclamó por el derecho a decidir. A las 9.27, ya del 14 de junio, el tablero parlamentario marcó 129 votos a favor y 125 en contra. El resultado se festejó en una emoción mojada de lágrimas, cantos, saltos y abrazos.

En la madrugada del 9 de agosto la esperanza se apagó. El Senado impidió —por 38 votos en contra, 2 abstenciones y 31 votos a favor— que el aborto legal, seguro y gratuito, se convierta en un derecho para todas. “Yo quiero que sea legal”, gritaba una joven con un grito desgarrador solo comparable a cuando se llora a un muerto sin que la muerte tenga sentido. El deseo se convirtió en duelo. La política tradicional perdió el sentido del tiempo y de la representación de las jóvenes.

Las hijas singulares y colectivas del feminismo hicieron una revolución. Hablaron en las mesas de sus casas hasta que los padres las escucharon. Lograron que sus madres y abuelas les contaran los abortos silenciados que mantenían en el armario. Marcharon juntas con las pioneras de la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito y con las que gestaron el grito de Ni Una Menos contra los feminicidios, la violencia de género y la clandestinidad de las interrupciones del embarazo.

Las adolescentes movilizaron a los centros de estudiantes y lograron tener voz pública. Ofelia Fernández, de 18 años, expresidenta del Centro de Estudiantes del colegio Carlos Pellegrini marcó, en un discurso, dentro del Congreso de la Nación: “Ahora les toca a ustedes legalizar el aborto en Argentina. Y, si no, ser conscientes de que nos están mandando a morir a su guerra y sin pedirnos permiso. Pero, a esta altura, tendrían que saber que tenemos nuestro propio ejército gritando por el aborto legal. Y lo único más grande que el amor a la libertad es el odio a quien te la quita”.

Ofelia es una referente del nuevo feminismo que tiene voz, pero no voto. En Argentina para ser senadora hay que tener un mínimo de 30 años. Ella (como muchas) tendría que esperar 12 años para llegar a ser senadora. Pero, el promedio de edad de los políticos que rechazaron la ley es de 57 años. Ofelia necesitaría vivir tres veces su propia vida y esperar 3 años más para poder tener voto —en las condiciones de los promedios actuales— y aprobar el aborto legal. Y no ser la única. La representación tradicional está rota. Y manda a las mujeres a un paredón en donde el sexo cuesta la vida.

El 14 de agosto, dos meses después que los diputados/as dieran luz verde al aborto legal, seguro y gratuito, se conoció la muerte de Liz. Ella intentó abortar con un perejil, el símbolo más doloroso de la forma de interrumpir un embarazo de forma casera, arriesgada y clandestina de las mujeres más pobres. Liz llegó al hospital Belgrano, de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, pálida, sin conciencia y con una infección en todo su cuerpo. Le sacaron el útero. No alcanzó. La terapia intensiva del centro de salud no estaba en buenas condiciones. La trasladaron en ambulancia al hospital general de Pacheco.

La gobernadora de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, declaró, el 13 de junio (antes de la votación), que si no se aprobaba el aborto legal se iba a sentir aliviada. Su alivio no le salvó la vida a Liz. Uno de los médicos del hospital donde la recibieron, Alberto Sartori, contó que los médicos sintieron bronca y angustia: “Liz no es la única, ni la primera, ni la última mujer que vemos morir. Pero da más bronca que los senadores perdieron una oportunidad histórica. El aborto clandestino es una pena de muerte contra las mujeres”.

Liz murió a los 35 años. Igual que el 76,7% de las víctimas de la clandestinidad, según cifras del Ministerio de la Salud de la Nación de 2016, en un hospital público. Solo la acompañaba su hermano. Tenía un hijo. Ahora él no tiene a su mamá. La perdió en la guerra de la política del perejil contra las mujeres.

Luciana Peker es periodista especializada en género y autora de los libros Putita Golosa, por un feminismo del goce y La revolución de las mujeres no era sólo una píldora.

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