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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

El espacio intermedio

Son muchos los arquitectos que han reivindicado el espacio que no queda ni dentro ni fuera de un edificio. La mexicana Frida Escobedo lo ha vuelto a hacer con su pabellón para la Serpentine Gallery

Pabellón de Frida Escobedo para la Serpentine Gallery de Londres.
Pabellón de Frida Escobedo para la Serpentine Gallery de Londres.David Cabrera (Serpentine)

Muros de aire, el Pabellón de Brasil en la Bienal de Arquitectura, que todavía puede verse en Venecia, se titula con este oxímoron. No lo es tanto si uno piensa en arquitectura y trópico y se da cuenta de que la celosía, el cierre que no encierra, es un elemento que conjuga sombreado, seguridad y ventilación y que, por lo tanto, es el cierre más lógico y económico para muchos edificios que no necesitan un aislamiento mayor. Esa condición paradójica de la celosía —que cierra sin encerrar— se da también en los espacios intermedios. Y son muchos los arquitectos que los reivindican.

El Pritzker Shigeru Ban, que ha combinado una trayectoria de ingeniosas construcciones de emergencia con una investigación de vanguardia doméstica y una más reciente realización de espacios para la exposición, apostó por ese espacio intermedio cuando empezó a construir edificios de mayor tamaño. Lo hizo en una de sus obras más discutidas, el Centro Pompidou de Metz donde kilómetros de fibra de vidrio cubrían una cubierta interior que parecía un gran cesto tejido con láminas de abeto y alerce. “Es el espacio intermedio, ni dentro ni fuera donde nos pasamos la mitad de nuestra vida”, declaró Ban a EL PAÍS. El gran toldo que envuelve su edificio —la cabeza del crustáceo, como él lo definió— daba forma a ese lugar desubicado. Ni el frío del norte de Francia ni la nieve que suele llegar con el invierno disuadieron a los arquitectos. Al contrario, iba a ser esa gran cubierta la que preparara a la gente para entrar al museo y para salir de él.

David Cabrera (Serpentine)

Tampoco el duro invierno impidió que Louis Kahn trabajara esa ambigua franja espacial en una de sus mejores obras domésticas, la casa Fisher que levantó en Hatboro, Pennsylvania, en 1967. Fruto de la unión de dos volúmenes cúbicos conectados por una esquina, la vivienda está construida, en parte, con materiales de exterior en su interior —piedra en la chimenea— y, a la vez, todos los ventanales buscan adentrar el paisaje boscoso que la rodea. Así, son las fachadas de la casa, las carpinterías de los miradores que incluyen asiento y estantes, los elementos que, en esta vivienda, dibujan ese espacio intermedio.

Ni exterior ni interior, ni cubierto ni descubierto, ventilado pero separado, visible pero semioculto, el pabellón de la mexicana Frida Escobedo en los jardines de Kengsinton también reivindica, entre otras cosas, los espacios que no quedan ni dentro ni fuera. No es cuestión de ser difícil. Se trata, por el contrario, de evitar ser simplista. El trabajo de Escobedo lo explica muy bien utilizando recursos muy sencillos: celosía de tejas de hormigón —gruesos muros pero calados—, cubierta reflectante en su parte baja —que multiplica los brillos y transforma el espacio en un enigma— y agua en un suelo interior que, de no estar justo ahí, ni dentro ni fuera, no podría reflejar el paso de las nubes.

David Cabrera (Serpentine)

Son muchos los arquitectos que trabajan los espacios menos obvios. Los que conducen a los lugares, los que quedan en medio, los que todavía no tienen nombre pero hacen posible rincones, sorpresas y misterio.

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