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Un campamento para niños con TDAH en el que todos son bienvenidos

Frente a otros escenarios, como algunos centros educativos, en los que son vistos con cierto rechazo, aquí encuentran a adultos que los saben tratar y les generan confianza

Dos niños juegan en el sillón de su casa.
Dos niños juegan en el sillón de su casa. Getty

En un paraje poco transitado en plena península entre el río Tormes y la sierra de Béjar, en el salmantino municipio de El Guijo de Ávila, se ofrece a niños y niñas y adolescentes con TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad), un campamento veraniego. El TDAH afecta a cerca del 6% de la población infantil (a los adultos también, pero no se manifiesta de forma tan evidente) y sus síntomas son la hiperactividad, la impulsividad y la falta de capacidad para mantener la atención. El campamento, además, da la posibilidad a otros menores sin trastorno de disfrutar de esta aventura con el propósito de contribuir a la inclusión interpersonal y social de unos y otros y a  jóvenes del Centro de Menores de la Comunidad de Madrid.

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Ahí radica uno de sus logros como nos cuenta Víctor García, Coordinador del mismo: “Tratamos de que no se convierta en un gueto en el que puedan relacionarse chavales parecidos, sino que sea una especie de banco de pruebas con adultos y personas que son un ejemplo para ellos, les ayudamos a regular la intensidad de las relaciones y que lo que trabajen en verano les sirva para el resto del año de cara a que entiendan también a las personas de su clase, de su colegio o IES, y ellos también pongan de su parte a la hora de relacionarse para tener éxito en las relaciones sociales”.

Los vínculos cotidianos para los menores con TDAH son uno de sus principales problemas, pero también con el paso del tiempo, y la ayuda de sus familias, de psicólogos y monitores, y de entidades como la Asociación Nacional de afectados por el TDAH (ANSHDA), se convierten en un reto que superar. Cuando logran establecer nuevas amistades y consolidarlas con el paso del tiempo, chicos y chicas crecen y se sienten felices. Es el caso de Daniel R. Raposo que habla emocionado de cómo “cada año vienen chavales nuevos y es como ir añadiendo más gente a tu lista. Voy teniendo más amigos y me relaciono mucho mejor. Aprendo cosas de otros países, de otros compañeros”.

Este campamento me ha enseñado a que relacionarse con gente es bueno. Al principio cuesta un poco, pero luego conforme vas hablando te mueve más la idea de que si ya conoces a una persona, conocer a otra es muchísimo mejor

Este adolescente, como tantos menores con TDAH, vive un día a día diferente en sus relaciones con los otros de su generación. Por eso cada vez que logra madurar una amistad o iniciar una nueva, su alegría se fortalece y aumenta. Raposo ya va contando los días que quedan para incorporarse al campamento, será su tercer año, y se expresa con ilusión: “Este campamento me ha enseñado a que relacionarse con gente es bueno. Al principio cuesta un poco, pero luego conforme vas hablando te mueve más la idea de que si ya conoces a una persona, conocer a otra es muchísimo mejor. Conoces sus gustos. Este año en una reunión de la organización conocí a un chaval al que le gustaban las mismas cosas que a mí. Le conocí un poco y nos llevamos muy bien”.

La organización y coordinación de un campamento así conlleva contar con un equipo de profesionales competentes y acostumbrados a tratar con personas diferentes.

¿Qué diferencia a este tipo de convivencia de otras?

García nos aporta una de las claves: “La principal diferencia está en el número de personas que trabajamos con ellos y el ritmo de las actividades. En un campamento de cualquier tipo, lo normal es un monitor por cada 10 niños, en nuestro caso es de uno por cada tres o cuatro. Esto nos da una tranquilidad y una libertad a la hora programar muchas actividades”.

Este es el séptimo año que ANSHDA organiza este campamento y el primero en este paraje de singular belleza. Se ha buscado con ello satisfacer las necesidades de los participantes que venían solicitando años atrás poder hacer actividades acuáticas. Estar en plena orilla del río Tormes les facilita satisfacerlas: "Nos acordamos de este pantano que está más resguardado, y al que veníamos en los campamentos que organizábamos con la Comunidad de Madrid. Para hacer rutas también es extraordinario”.

La arboleda que rodea a ese escenario natural, las rocas de la serranía, el cantar de los pájaros, y el sonido de las olas del Tormes, crean una atmósfera que permite a todos desconectar de las rutinas diarias, y contribuyen, por un lado, a que estos menores mejoren cuestiones como la atención o la hiperactividad. “Trabajamos la concentración por dos vías: la rutina del día a día para que ellos recapaciten qué se me está olvidando o no estoy haciendo, más que con el discurso típico de que no te has lavado las manos y no puedes entrar a comer. Eso lo decimos el primer y el segundo día, pero el tercero hacemos un juego en la puerta del comedor, y hacemos una selección de lo que ha hecho la gente que se acuerda. Eso ayuda a que ellos saquen su propio reflejo. Y luego las actividades en las que necesitan tomar decisiones para poder ir accediendo a los siguientes estadios de ellas: las yincanas. Tienen que ir resolviendo pistas y necesitan concentración para acabar la yincana”, nos concreta García.

Y, por otro, promueven actividades con las que desarrollan habilidades emocionales y sociales para hacer frente a los entornos cotidianos.

Los vínculos que se generan con los monitores son extraordinarios. Para los niños con TDAH se convierten en auténticos ejemplos a seguir. Se sienten escuchados y comprendidos

¿Cómo evolucionan las personas con TDAH tras asistir a un campamento de este tipo?

"Los chavales nos comentan que gracias al campamento del año pasado les ha ido mucho mejor, se lo han planteado de otra forma, agradecen los consejos y la chapa que les dimos. Muchos monitores y monitoras han sido participantes en los campamentos, y a los 17 ó 18 años no pueden venir más, y hacen los cursos de monitores y nos los llevamos al campamento también. Encuentran así referencias y les mejora bastante la existencia”.

Los vínculos que se generan con los monitores son extraordinarios. Para los niños con TDAH se convierten en auténticos ejemplos a seguir. Se sienten escuchados y comprendidos. "Frente a otros escenarios, como algunos centros educativos, en los que son vistos con cierto rechazo, aquí encuentran a adultos que los saben tratar y les generan confianza", relata feliz Raposo. “La relación con los monitores es muy buena. Uno de los monitores del año pasado fue como un hermano, me trataba muy bien y le cogí mucho cariño. Era como tener otra familia en el campamento”, añade.

Otra de las peculiaridades de este refugio es que los menores contactan un día a unas horas concretas con sus padres y madres, de esta manera, se busca que socialicen con sus iguales y que sus mayores descansen. El efecto que produce en las familias y en los TDAH es magnífico como atestigua García: Se creó como respiro para familias que llevan mucho trote durante el año con estos chavales, hay mucho fracaso escolar. Los chavales nuevos nos cuentan que vienen de experiencias malas en su tiempo libre: los han expulsado de tres o más campamentos. Ya no solo es la posibilidad de tener unas vacaciones para los hijos, sino que se nota mucho cuando vuelven cómo se ha desarrollado su tejido social". "Cuando tienes un chaval intenso necesitas", continúa, "10 días al año para poder recuperar tu rutina, y no vivir solo para él. Sabes que va a quedarse y además no te van a llamar para decirte: el niño es muy movido, o se ha peleado, o ha dicho una palabrota". Además "hay chicos que cuando llaman a sus padres un día a mitad del campamento, les cuentan lo que han hecho, o que ha hecho un amigo y durante la conversación telefónica se lo pasa para que hablen con él también. Es decir, la falta de costumbre que tienen estas familias de que haya éxito con los hijos, aquí lo logran”, añade.

Para crear todo ese mundo empático también se requiere desarrollar un abanico de actividades que motiven y conecten a los protagonistas y a sus circunstancias. Entre las que generan una respuesta positiva destacamos: el tiro con arco, la escalada, nadar, rutas de senderismo o las tirolinas. Pero hay dos que han causado una atracción simbólica en las personas con TDAH. Una es la yincana guarra que nos comenta Raposo: “Tenías que coger piezas de un cubo lleno de arena metiendo un poco la cabeza para cogerlas. Y luego llevarlas a otro sitio y te tiraban un cubo de agua”.

La otra actividad es la sucesión de veladas nocturnas, que ayudan a que los menores pierdan paso a paso el miedo a expresar sus emociones ante otros, como afirma García: “Se les mueven resortes por dentro y emociones sobre todo con las veladas nocturnas: se dan cuenta de lo importante que es poder expresarse, y cómo me expreso cuando el de al lado se está riendo mientras yo hablo emocionado y llorando”.

En otros momentos también practican el lenguaje de signos, una actividad que exige mucha concentración y que a ojos de determinados profesores de colegios o IES no es posible desarrollar con los TDAH. Sin embargo, aquí lo imposible se vuelve real y cotidiano, como nos cuenta emocionado García: “Todos los años hacemos lenguaje de signos en el campamento porque requiere concentración máxima y los chavales salen hablándolo. Ninguno deja de hacerlo, y pasan a diario una hora y media sentados en la naturaleza aprendiéndolo. Eso es un reto a los ojos de otros para quienes eso nunca se podría haber hecho. Les motiva que lo da un monitor solo, y de una forma que les mola y es dinámico”.

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