La montaña rusa de tus propias emociones que, a veces, no te deja vivir.
Si viniéramos con manual de instrucciones, sería infinitamente más fácil. Afortunadamente no traemos. Y digo afortunadamente porque la única manera de aprender a salir de todo cuanto pueda sucedernos es pasando por todas las fases que sean menester. No queda otra. Quizás haya quien prefiera que su vida sea lo más rutinaria posible, incluido el sexo. Aquí, permítanme que tenga mis dudas. Puede que sea cosa mía, pero jamás podría prolongar una relación con el aburrimiento entre las sábanas. Los biorritmos son los ritmos de nuestra vida. Y, por alguna razón que se me escapa, han sido capaces de hacerse un hueco en nuestra forma de medirnos a nosotros mismos, salpicando todo nuestro ser. Se nos nota que nos ha dejado nuestra pareja y todos al vernos señalan la mala cara que ha dejado la tragedia. Nos lucimos eufóricos cuando estamos felices, recién folladas por ese que hace tiempo que era ESE. En mayúsculas y luces de neón.
Lástima que no siempre encajemos bien la felicidad ajena. Un envidioso buscará cómo dejar de relacionarse con tal de no ser testigos del gozo ajeno; se acostumbraron a tratarse desde sus respectivos pozos. Los estados de ánimo, felicidad y hasta la envidia afectan a nuestra cama.
Es fácil que a los dieciséis lloremos cuando regresamos a casa a finales de agosto. Nuestra capacidad amatoria (y amorosa) no tiene límites. Julio y agosto han sido los dos mejores meses de toda nuestra vida y mantendrán el título hasta que se nos cruce una nueva pareja. Son los dieciséis, no podemos pedir más. Nos dinamitarán el corazón, pero poco a poco diferenciaremos entre amor y sexo porque ambos funcionan por libre en nuestro cerebro. Viviremos lo que haya que vivir y, si no podemos con ello, nada como recurrir a profesionales que puedan ayudarnos. Nunca entenderé la imperiosa necesidad de aquellos que prefieren torturarse a buscar remedio a su dolor. Lo de subestimar así las depresiones, nos pasará factura. Nuestras cargas emocionales determinan nuestra actitud ante la vida. Un bloqueo emocional afecta directamente a nuestra sexualidad. Se pasa por rachas en las que nuestra libido ni está ni se la espera y otras en las que no dejamos títere con cabeza. ¿Por qué? Francesca Román, psicóloga clínica, insiste en diferenciar la experiencia subjetiva que supone el deseo, frente a la respuesta fisiológica materializada en la erección o la lubricación vaginal. "En condiciones normales buscamos el acercamiento y la satisfacción sexual, pero cuando nos sentimos en peligro de ser dañados, activamos emociones, pensamientos y conductas asociados al otro sistema de acción, el sistema de defensa. El miedo a la ruptura actúa como mecanismo de defensa inmediato, inhibiendo el deseo. El miedo al compromiso, al vínculo, podría generar problemas de excitación. Es como si nuestra mente, nuestras emociones (el miedo, en este caso) a través de nuestro cuerpo nos protegiera". Si eso ocurre con el miedo al fracaso, asumamos lo que pueda ocurrir con el resto de sentimientos, incluidos los más mezquinos. "Por el contrario, mayores niveles de seguridad, confianza, creencias nucleares positivas, alegría y estabilidad emocional van a ser factores que propicien una mejor vida sexual, activación del deseo y tendencias de acercamiento."Ese es el consuelo que le queda al envidiado. Probablemente tenga mejor sexo que el que envidia.
Me ajusté la barra de seguridad el día que fui consciente de que mi noria emocional no me dejaría tregua. Soy una superviviente emocional. Intento no caer en las trampas emocionales de la autocompasión y, menos aún, en las garras de los celos. Pocas cosas tan gratificantes como estar rodeada de personas que tienen un sexo magnífico, y celebro siempre los que aparecen con la última y grandiosa de sus experiencias dibujada en la cara.
Siempre detesté el rictus hierático de las vírgenes.
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