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Columna
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Distensión

Habría que abrir conversaciones de geometría variable (bilaterales y multilaterales, y tanto formales como informales) con dos únicas reglas de juego

Enrique Gil Calvo
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, charla con el president de la Generalitat, Quim Torra, junto al Rey Felipe VI.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, charla con el president de la Generalitat, Quim Torra, junto al Rey Felipe VI.LLUIS GENE (AFP)

Comienza la operación distensión, con la cumbre Sánchez-Torra de la semana próxima y la posible entrega de los políticos presos a la Generalitat. ¿Alcanzará algún éxito? ¿Detendrá la estrategia de la tensión para sustituirla por la estrategia del diálogo y la negociación? Cabe dudarlo. Desde luego, no hay que esperar milagros pues lo impide la legalidad constitucional. Pero bastaría con que se iniciase la desescalada de la tensión, a sabiendas de que la distensión se oculta más allá del horizonte. Aunque ni siquiera eso es probable.

Desde el lado catalán, los bipolares (Puigdemont, la CUP y el séquito de Torra en PDeCAT) harán todo lo posible para impedir la distensión, pues están más interesados en aprovechar el diálogo para explotarlo en sentido polarizador. Los pragmáticos, en cambio (ERC y los herederos de CDC que controlan PDeCAT), esperan obtener réditos electorales gestionando el Govern con moderación. Pero no sabemos quién se impondrá, si los halcones bipolares o las blandas palomas, aunque es probable que ganen los duros.

Desde el lado madrileño las cosas están más confusas. Hasta San Isidro no era así, pues los tres actores constitucionales (PP, PSOE y Ciudadanos) estaban unidos manteniendo hasta el final la causa del imperio de la ley. Pero desde la sentencia Gürtel y la moción de censura todo ha cambiado, pues el PP se desintegra, Ciudadanos se desvanece y el PSOE gobierna en minoría, sostenido por Podemos y los nacionalistas como si fuera un rehén con síndrome de Estocolmo. Y dada esta correlación de fuerzas ¿qué puede llegar a ocurrir?

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Lo que debería pasar está claro. Habría que abrir conversaciones de geometría variable (bilaterales y multilaterales, y tanto formales como informales) con dos únicas reglas de juego. La primera es acordar los desacuerdos para dejarlos fuera del diálogo, suspendidos sine die hasta que se recupere la confianza mutua. Y la segunda es que, en las cuestiones fundamentales, los acuerdos deben aprobarse solo por consenso. Como sucedió con el pacto constitucional, producto de un compromiso común entre PP, PSOE, PCE y CDC. Un consenso neoconstitucional que ahora debería incluir también al PNV, ERC, Podemos y Ciudadanos: los partidos de Estado con responsabilidades de gobierno. Para ello debería comenzar la discusión por los consensos hoy por hoy factibles y posibilistas, como la reforma de la financiación territorial, dejando para más adelante los imposibilistas, como el discutible referendo pactado de integración federal (preferible al polarizador referendo de secesión unilateral).

Pero conviene ser escépticos, pues existe la tentación de buscar acuerdos parciales que dejen fuera al PP y a Ciudadanos. Lo que sería un error tan trágico como el que cometió Zapatero en 2004, cuando acometió la reforma del Estatut catalán con exclusión del PP, lo que abrió la caja de Pandora de la actual deriva secesionista. ¿Y quién será el guapo que se atreva a resistir tan perversa tentación, evitando caer en ella? ¿Pedro, quizá?

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