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La atención médica en mitad del conflicto nicaragüense

La mayoría de los profesionales y voluntarios sanitarios en Nicaragua se están especializando en atender a los heridos de una violencia a la que no estaban acostumbrados

Unidad provisional de atención sanitaria en la casa parroquial de San Miguel, en Masaya.
Unidad provisional de atención sanitaria en la casa parroquial de San Miguel, en Masaya.EL PAÍS
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En un solo día, todo lo aprendido sobre atención médica en una sala de urgencias puede saltar por los aires cuando se reciben 22 heridos por arma de fuego. En un solo día.

A partir del 18 de abril, Nicaragua dejó de ser el país que se preciaba de contar con las cifras oficiales de menor violencia en la región centroamericana. Desde las primeras protestas contra una reforma en el Segura Social, suma ya más de 175 muertos y más de 1.000 heridos, muchos de ellos con secuelas de por vida. La población se organiza en barricadas y los grupos de estudiantes acampan en los recintos universitarios, mientras la represión policial y paramilitar no cesa.

Uno de los hospitales privados de Managua, (aunque también atiende a pacientes con cobertura del seguro social) recibió, en solo tres días el pasado abril, a más de 70 heridos por arma de fuego pese a que apenas cuenta con dos quirófanos de emergencia. “La mayoría eran jóvenes que participaban en las protestas. Pero, entre ellos, también se atendió a dos policías”. Lo deja claro el cirujano Julio Villanueva, consciente de que los centros sanitarios se están viendo envueltos en polémicas entre diversos sectores que les acusan de priorizar la atención a una parte de los heridos o, incluso, de negarla.

También hay acusaciones más graves sobre ciertas autoridades por decisiones deliberadas contra la ética médica. Algunas han sido recogidas por el Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (CENIDH) y también por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que visitó el país hace unas semanas y cuyo informe fue demoledor en cuanto a las amenazas a la atención médica.

Villanueva recibió alguna formación en cirugía para este tipo de traumas por armas de fuego durante su etapa de residente, pero hasta ahora solo había atendido algunos “casos esporádicos”. “No estábamos preparados. La mayoría de los médicos en activo no vivieron la guerra de los setenta ni los ochenta. La magnitud de las heridas que se están produciendo ahora es abrumadora”, asegura.

El cirujano estuvo en el equipo que atendió a uno de los primeros menores de edad que fueron víctimas de la represión: el adolescente Álvaro Conrado, un estudiante de Secundaria, que falleció por un disparo en el cuello mientras llevaba agua a unos universitarios que se refugiaban en la catedral del ataque de la policía y de grupos paramilitares. Tenía 15 años. A Álvaro se le negó previamente la entrada a otro centro más cercano (perteneciente a la red del Seguro Social). En eso se perdió un tiempo vital.

A partir del 18 de abril, Nicaragua dejó de ser el país que se preciaba de contar con las cifras oficiales de menor violencia en la región centroamericana

Frente a esta situación de sospechas que oscurece la labor sanitaria, todos los gremios médicos del país han salido al frente unánimemente, manifestando mediante comunicados públicos su compromiso en brindar atención por encima de cualquier ideología o circunstancia. Reclaman la independencia de su labor y se distancian así de cualquier decisión de sus propias autoridades que menoscabe el ejercicio del deber médico. El sistema sanitario no es ajeno al férreo control político que se ejerce en todas las instituciones del Estado.

El miedo a posibles represalias y malos entendidos ha provocado que algunos sanitarios entrevistados para este reportaje eligieran no revelar su nombre ni imagen, así como algunos heridos. Otros, en cambio, no lo han ocultado, sin ánimo de enfatizar sus historias personales, sino para recordar que existen cientos de colegas que se están jugando el tipo para responder a la altura de la emergencia.

Unidades de salud improvisadas en las barricadas

Al ver el estado en el que llegaban algunos pacientes por un mal manejo de primeros auxilios y por traslados en condiciones precarias, muchos especialistas de centros públicos y privados decidieron no esperar. Salieron a las barricadas y a los recintos universitarios donde acampan los jóvenes manifestantes para asesorarles en primeros auxilios, compartiendo el riesgo de ser atacados en cualquier momento por los vehículos de grupos armados que pasan disparando ráfagas.

Otros van a hacer turnos en consultorios improvisados, como el de la casa parroquial de San Miguel, en Masaya, a más de 20 kilómetros de Managua, una ciudad sitiada y bajo ataques constantes. Es el caso de Gabriel G., cirujano y docente, al que motivaron sus propios estudiantes para prestar ayuda en los lugares calientes, muy lejos de su consulta en un hospital privado de Managua. “No puedo quedarme quieto. Sé que corro riesgos. Pienso en mi familia, pero soy médico. Es lo que puedo ser y hacer en estos momentos”.

En Masaya, muchos sanitarios trabajan fuera de la ciudad. Una ginecóloga relata que duerme con la familia en el suelo, a cubierto de las balas perdidas. Cuando se levanta, tiene que atravesar un rosario de barricadas hasta llegar a su centro sanitario. Y el día vuelve a empezar.

Más heridos de bala que nunca

Todos los gremios médicos del país han salido al frente unánimemente, manifestando mediante comunicados públicos su compromiso en brindar atención por encima de cualquier ideología o circunstancia

Roberto M. decidió hacerse ortopedista cuando trabajó como voluntario durante el huracán Mitch, en 1998. Pero esta crisis es muy diferente. Un dato da una idea del desafío al que se enfrentan: “En esta sala de ortopedia (en un hospital público), solíamos recibir diariamente un promedio de cinco heridos por accidentes de tráfico, y apenas uno por impacto de bala; y esto último no era diario. Ahora, la cifra es exactamente la inversa: cinco heridos de bala y uno por accidente de tráfico al día”.

En el caso de los que necesitan prótesis, el tiempo vuelve a ser crucial. Cuanto más tarda en llegar la pieza, menos posibilidades tiene el paciente de recuperarse. En otros casos, no queda más remedio que la amputación. Las donaciones particulares y una red de voluntarios han conseguido hacer llegar algunas, pero los recursos son muy limitados.

Uno de esos pacientes, un muchacho con la pierna totalmente vendada, mantiene los ojos abiertos como platos de puro miedo a que entre la policía y se lo lleve. Gran parte del personal hospitalario se encuentra muy incómodo y dolido ante ese temor y se esfuerzan por dar la mejor atención posible. Es el caso del cirujano Luis Molina, que lamenta que en otro hospital público donde atiende no se reciban más heridos de bala por causa del miedo, a pesar de ser un centro con el personal más capacitado para ello.

Aún con todo, la mayoría de las fuentes reconocen que en los centros públicos se ha dado atención a los heridos por la violencia, pese a que algunos han sufrido intromisiones de policía, grupos armados, saqueos e intimidaciones.

Por su parte, algunos hospitales privados están ya en números rojos debido a la poca asistencia de pacientes, salvo los heridos por la violencia que atienden, en gran parte, de forma gratuita por parte de profesionales que, a su vez, también se enfrentan a la incertidumbre económica familiar.

La Cruz Roja frente al miedo

En estos momentos, parte del personal médico y humanitario realiza su labor bajo el riesgo de ser atacado u obstaculizado en su trabajo. Hasta mediados de junio, 11 ambulancias de la Cruz Roja (el único actor humanitario en el país, junto a bomberos voluntarios) habían sido atacadas con piedras en diferentes zonas. Las confunden con las de otros centros hospitalarios bajo sospecha de colaborar para fines indebidos, no sanitarios.

Por esa razón, como explica el presidente de la Cruz Roja en Nicaragua, Óscar Gutiérrez, los equipos de la organización están reforzando las medidas de visibilidad y protección. “El objetivo es que la población identifique bien el emblema de la organización en sus equipos móviles y conozca su actuación independiente e imparcial para que no se preste a confusión con vehículos sanitarios de otras instituciones”.

Hasta ahora han atendido a más de 1.000 heridos. Sus recursos están mermados y eso pone en riesgo la respuesta a otras emergencias por catástrofes naturales. Se espera una ayuda adicional de 200.000 euros para la atención de la crisis enviada por la Cruz Roja Española y la oficina de cooperación de la Unión Europea.

Algunos hospitales privados están ya en números rojos debido a la poca asistencia de pacientes, salvo los heridos por la violencia que atienden, en gran parte, de forma gratuita

Un cirujano para todo

El cirujano Isaías Montealegre es uno de los médicos de centros privados que se han entregado a atender la emergencia con la ayuda de redes de voluntarios. Además de reunir insumos médicos para enviar a los puestos de salud improvisados, cuida de que los pacientes sean referidos a colegas de otras especialidades o asiste personalmente a heridos de bala. “No he visto tantos en toda mi carrera”. Mientras tanto, en su consulta, donde en condiciones normales suele atender a personas con obesidad, ahora se llena con heridos de escasos recursos.

Hoy visita a Bryan, de apenas 13 años. Una bala le traspasó el cuerpo por el abdomen y le salió por la espalda. Estaba con sus compañeros de colegio en una barricada, en Masaya. Enfrente se colocaron unos antimotines, pero no se estaban produciendo enfrentamientos, por lo que Bryan se descuidó y guardó su única arma (un tirachinas) en el pantalón. Entonces, vino el disparo. Fue atendido en el hospital de su ciudad, pero al poco tiempo entró en un cuadro séptico y se optó por trasladarle al hospital privado de Managua, donde ahora se recupera positivamente.

Bryan es hijo de zapatero y conoce bien el oficio. Ayuda a su padre en los días de más demanda en Navidad, y estudia en un colegio de Masaya. Ahora espera que le quiten el suero para volver a comer. Y que “la policía no mate más niños”.

Si bien en el sistema sanitario se le da prioridad a la atención médica de emergencia, hay otro aspecto importante que recuerda Montealegre: “No tenemos el chip de referir a los pacientes y a sus familiares a la consulta de salud mental, aunque se trata de un aspecto vital porque el trauma puede ser una bala que queda dentro”.

Frente a un posible colapso del sistema sanitario

De seguir así la tendencia en las condiciones y el número de víctimas por la violencia en el país, es posible que el sistema sanitario público y privado de Nicaragua (el segundo país más pobre de América) no resista solo con la voluntad de sus profesionales sanitarios. Y no podrá lidiar con las urgencias ni con las necesidades crónicas como, por ejemplo, las de afectados por insuficiencia renal que requieren diálisis, una epidemia en este país. Se trata de un posible colapso del que alerta la Asociación Médica Mundial.

En las circunstancias actuales, como dice una gineco-obstetra, “ser médico implica cumplir no solo con un juramento y un deber, sino poner en ello todo el coraje que hay en el país para dar atención de calidad. Una forma de devolver a las víctimas el recuerdo de lo que nos hace humanos”. Y eso suena a una forma de esperanza.

Alejandra y un país que no puede quedarse solo

Alejandra V. es una estudiante de último año de la carrera de psicología que no puede quedarse quieta. Sin experiencia apenas, se dedicó con una decena de voluntarios (profesores y alumnos) a ofrecer terapias a sus propios compañeros de universidad.

A pesar de que la atención de salud mental de emergencia ha quedado relegada ante la prioridad de salvar la vida física, Alejandra realiza terapias grupales con jóvenes encapuchados o cubiertos por un pañuelo para no revelar su verdadera identidad. Lo hace dentro de uno de los recintos universitarios donde permanecen atrincherados.

"Muchos de estos estudiantes son hijos y nietos de los que defendieron la revolución sandinista durante los años ochenta", narra después de asistir al entierro de uno de esos jóvenes, asesinado frente a ese campus recientemente. "A diferencia de aquellos, son más conscientes ahora de la necesidad de cuidar de sus emociones, incluso cuando están preparando una barricada, o un cóctel molotov". Un estudiante le dijo en una terapia: "Yo no voy a acabar como mi padre, que ni siquiera puede hablar de lo que le pasó en los ochenta, cuando la guerra. Yo quiero hablar de ello ahorita mismo; no quedarme con el trauma adentro".

Una especialista en la materia, Martha Cabrera, acuñó en Nicaragua el concepto de “multiduelo” para definir el estado en el que se encuentra gran parte de la población del país tras sufrir varias catástrofes consecutivas de diversa consideración. Esta crisis suma un duelo más.

Por otro lado, hay un gran número de niños, alerta Alejandra, víctimas de la crueldad que asola Nicaragua. Algunos de los que ha podido atender presentan los síntomas propios de una guerra: problemas para conciliar el sueño, comportamientos propios de edades más tempranas, temores infundados a eventos no relacionados con el conflicto, y la necesidad imperante de compañía. “Los niños no quieren ni pueden quedarse solos un momento. Si lo hacen, el miedo aumenta”. Y eso se proyecta a todo el país, cuyo dolor siente que pasa inadvertido por la comunidad internacional y también tiene miedo a quedarse solo.

A pesar de las dificultades, mientras existan redes de personas que se desviven por encontrar cobijo a pacientes desconocidos que no pueden volver a sus hogares, o a conseguir prótesis lo antes posible; mientras haya un Montealegre que cuida de pacientes con escasos recursos; mientras haya una Alejandra que no quiere dejar a los niños solos, la posibilidad de vencer a la violencia será más real.

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