La Amazonía que queremos sí existe
En el Día Mundial del Medio Ambiente, la Amazonía peruana nos enseña cómo lograr un desarrollo sostenible e inclusivo
En la comunidad Villa Gonzalo, la familia Petsa del pueblo indígena wampis se dedica a sus cultivos de cacao. Pero no es uno cualquiera. Conocido como fino de aroma o nativo, este grano encuentra sus orígenes en los inmensos bosques primarios que rodean a las comunidades originarias de Condorcanqui, a más de 700 kilómetros de Lima. Con este, Petsa y otras familias de la Amazonía peruana apuestan por un mercado que cada vez considera más el medioambiente como activo para el desarrollo.
Por ello, este Día Mundial del Medio Ambiente es una oportunidad para reconocer que tanto la resiliencia —y por ende la vulnerabilidad— de las personas y el medioambiente son interdependientes. Es decir, nuestro bienestar depende, de manera directa, de un ambiente sano. Esta estrecha relación se visibiliza con mucha claridad en las comunidades de la Amazonía que dependen de bosques y ecosistemas capaces de proveer agua limpia, suelos fértiles y servicios de polinización para los cultivos destinados a su propia alimentación y el comercio.
Aunque muchas de las comunidades de Condorcanqui —consideradas entre las más vulnerables de todo el Perú— aún lidian con numerosas necesidades de desarrollo, en esta provincia se encuentran los bosques mejor conservados de todo el país, con una tercera parte de su extensión bajo protección por el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado. Esta aparente contradicción entre áreas protegidas avecindadas por comunidades con condiciones de vulnerabilidad social y económica se repite por la Amazonía peruana y en otros países que comparten la cuenca.
Entonces, ¿cómo podemos revertir el paradigma para que estas zonas y sus ecosistemas conservados sean grandes ejes del desarrollo? Y en esto ¿cómo aseguramos que la población que depende de estos sea la que más se beneficie en su esfuerzo por desarrollarse?
La experiencia de la iniciativa EBA Amazonía —implementada por el Estado peruano con el apoyo de PNUD y el Gobierno de Alemania— nos da una respuesta. En los últimos cinco años, esta iniciativa ha trabajado con un modelo de alianzas formalizadas entre organizaciones comunitarias, el Estado y actores del mercado, para fortalecer la resiliencia de los territorios. Este modelo ahora tiene el potencial de ser replicado a lo largo del país gracias a la nueva Ley Marco sobre Cambio Climático. Con esta legislación innovadora, el Perú no solo lidera la lucha climática en América Latina, sino que revaloriza la participación y los conocimientos de los pueblos indígenas para abordar los riesgos climáticos.
Esto es de suma importancia para una provincia como Condorcanqui que, a pesar de múltiples programas del Estado con mandatos de apoyar el desarrollo económico local, ha carecido de medios eficientes para llegar a la población altamente dispersa sobre un territorio de difícil acceso.
Ahí la organización comunitaria ECA Tuntanain, creada con el propósito de cogestionar una reserva comunal con más de 94.967,68 hectáreas de bosques, se ha convertido en articuladora entre el Estado, actores del mercado y las comunidades ubicadas en el territorio. El ECA ha llenado un vacío, facilitando no solo la coordinación vertical entre el Estado y las comunidades, sino también la articulación horizontal entre las intervenciones sectoriales y los Gobiernos locales.
Desde la Amazonía peruana extraemos lecciones aplicables a nuestro entorno a lo largo del Perú y América Latina
Si bien antes ha habido numerosos esfuerzos en el Perú, y por todos los trópicos de conjugar la conservación y el desarrollo a nivel comunitario, muchos han culminado en resultados que carecen de sostenibilidad en el tiempo, o que no fueron acompañados por un fortalecimiento institucional que propiciara su réplica y escalamiento.
El éxito de una intervención como EBA Amazonía está en las comunidades indígenas, en que desde su organización comunitaria sean socias del desarrollo junto con la empresa privada y el Estado. Para lograr esto, apostamos por un modelo de desarrollo con conservación que solo puede lograr sus resultados si los diversos actores de la sociedad trabajan de manera articulada.
En ese sentido, algunos mecanismos claves han sido el desarrollo de actividades económicas que fueran compatibles con la conservación de la naturaleza y con la cultura de las poblaciones locales, esto de la mano con una demanda del mercado reconocida como estrategia de sostenibilidad a largo plazo. Además, fue importante encontrarse con una población organizada, de preferencia a la escala de las potencialidades y desafíos medioambientales, y la integración de un enfoque de derechos que asegurase que las personas más vulnerables se convirtieran en agentes de su propio desarrollo.
Tanto el Estado como el mercado tienen cometidos importantes y, al mismo tiempo, las organizaciones comunitarias, sobre todo donde estos actores no estén bien representados, pueden facilitar la articulación entre ellos y las comunidades.
Desde la Amazonía peruana extraemos lecciones aplicables a nuestro entorno a lo largo del Perú y América Latina. Mediante las alianzas públicas, privadas y comunitarias podemos encontrar la receta para un desarrollo inclusivo y sostenible con el medioambiente.
James Leslie es asesor técnico de bosques y cambio climático del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en Perú.
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