El científico que se convirtió en general de la lucha contra el cáncer a través de la inmunoterapia
En este laboratorio de la Universidad de Texas, centro puntero de la batalla científica contra el cáncer, James Allison ha dado forma a una nueva esperanza: la inmunoterapia. Hoy se sabe que funciona en el 20% de los casos. Y nos recibe para contar cómo logra dirigir las defensas del cuerpo contra la enfermedad.
LA PALABRA “curación” no se entiende en el universo del cáncer como en cualquier otra enfermedad. En determinados casos, el cáncer se puede llegar a controlar. A contener. A frenar su avance. Es muy raro que un especialista se atreva a usar la palabra curar. Sin embargo, a las puertas del Centro MD Anderson de la Universidad de Texas, el lema que recibe al visitante es: “Hacer que el cáncer sea historia”.
Dentro, el inmunólogo James P. Allison, de 69 años, añade los matices necesarios. “Es una afirmación atrevida. Esa es la esperanza. Quizá no todo el cáncer, pero sí creo que estamos en vías de curar algunos tipos”. Allison hace esta afirmación con la autoridad de quien ha desarrollado con éxito la inmunoterapia, una nueva vía para pacientes de algunos cánceres que hace solo una década no contaban con ninguna opción. Hasta entonces, había tres formas de combatir: mediante la cirugía, la radioterapia y la quimioterapia. La aportación de Allison, por la que ha sido galardonado este año con el Premio Fronteras del Conocimiento BBVA en la categoría de biomedicina, fue descubrir la forma de dirigir las células del sistema inmunológico contra el cáncer. Es decir, hacer que el propio cuerpo lo reconozca, lo ataque y, en algunos casos, lo haga desaparecer como haría con muchas otras enfermedades.
Su laboratorio se ubica al suroeste de Houston, en uno de los edificios del Centro Anderson, un gigantesco complejo donde trabajan alrededor de 20.000 personas. Mientras pasea entre tubos de ensayo durante una mañana reciente, tararea una canción de Muddy Waters que suele tocar con The Checkpoints, una banda de médicos que se ha hecho un nombre en el ambiente universitario de Texas. En realidad, sin la bata blanca no es tan difícil imaginárselo tocando la armónica en un garito de Austin. Se define a sí mismo con insistencia como un “científico básico”. Como alguien que en general no ve a pacientes, sino que estudia “mecanismos sin preocuparse por lo que pase”.
Allison no buscaba el descubrimiento que le cambió la vida. Su interés era el sistema inmunológico desde que un profesor de la Universidad de Texas sembrara en él la fascinación por este campo en los setenta. “No tenía la intención de descubrir nada sobre el cáncer, yo quería saber cómo funcionan las células T. Son como soldados: por sí mismas matan cosas. Pero tienen que matar las cosas correctas, ¿no? Van por todo el cuerpo y te protegen, buscan infecciones e intentan eliminarlas sin dañarte. Es un sistema increíble. Tenemos como 50 millones de células T diferentes. Cada tipo cuenta con un interruptor de activación distinto. Y van cambiando”.
En los años noventa, ya como catedrático de Inmunología en Berkeley, Allison y su equipo investigaban la manera de manipular esas células y así convertirse en una especie de mariscal de la guerra para estos soldados contra las infecciones. Buscaba ser capaz de darles órdenes a esas células T, saber cómo ven una enfermedad y cómo deciden atacarla o no. Primero descubrieron que tienen dos interruptores que deben activarse para que empiecen a funcionar contra el mal. “Mi laboratorio descubrió que había una molécula llamada CD28 que era el receptor de esas señales y que era necesaria para que la célula T se activara del todo”. Pero, por alguna razón, no atacaba el cáncer. Faltaba algo. Descubrieron que había dos interruptores para activar la célula, y uno para frenarla. Aquella molécula estaba bloqueando la acción de defensa contra el tumor. “Lo que hicimos fue aislar y desactivar esa molécula”.
La hipótesis se confirmó cuando vieron que los ratones morían porque sus linfocitos T no paraban y acababan atacando a todo el cuerpo. “El objetivo del laboratorio no era el cáncer, pero trabajábamos con tumores”, explica Allison. “Quitamos los frenos en esas células de forma que pudieran responder. Y vimos que los tumores se deshacían. Las células se volvían permanentemente inmunes a nuevos desafíos. Podías tener el tumor otra vez y no tenías que tratarlo de nuevo, simplemente se rechazaba”. Lo que sucedía es que no solo las defensas del cuerpo atacaban el tumor, sino que lo recordaban, en un mecanismo similar a una vacuna.
El hallazgo se convirtió en un proyecto de medicamento. Un tratamiento para eliminar tumores. En 2001, consiguieron que el regulador de alimentos y medicamentos de Estados Unidos (FDA) autorizase las pruebas en fase 1. En ese estadio ni siquiera se buscan resultados, simplemente se trata de demostrar que la fórmula es segura. “Una mujer recibió una dosis. Le habían dicho que estaba desahuciada, que no podían hacer nada por ella. Le pusieron una sola inyección y unos seis meses después todos sus tumores habían desaparecido. Eso fue en 2001. Yo la vi en 2011, cuando pasó su primer chequeo de los 10 años. Ahora lleva 17 años libre de cáncer sin más tratamiento, y ya hay miles de enfermos que han superado los 10 años. En 2015 se siguió a 5.000 personas que habían sido tratadas durante dos lustros y el 22% de los pacientes estaban vivos después de una década de la primera ronda de tratamiento, compuesto por cuatro dosis. El cáncer se paró. No necesitaron más tratamiento”. La mayor eficacia se muestra sobre todo en cánceres causados por elementos externos, como el melanoma (quemaduras del sol), pulmón, laringe o vejiga.
Una mujer con melanoma en fase IV —en la que el tumor se ha extendido más allá de los ganglios linfáticos— acude a unas pruebas experimentales, le ponen una inyección, el tumor desaparece y sobrevive limpia de cáncer hasta hoy, 17 años después. Hasta entonces el melanoma con metástasis era mortal, sin tratamiento posible. La esperanza de vida era de 11 meses desde el diagnóstico, recuerda Allison. ¿Ha logrado un medicamento que cure el cáncer, por arriesgado que sea usar esa palabra en esta enfermedad? “A veces me meto en líos por utilizarla. La gente asegura que no puedes decir que están curados a no ser que no haya ni una sola célula cancerosa en su cuerpo. Pero eso no se puede saber”.
Entonces es cuando Allison se da la vuelta en la silla de su despacho y señala una fotografía. Es una mujer con dos niños. Se llama Sharon Belvin, y como a la anteriormente mencionada, le diagnosticaron melanoma en fase IV. Era 2004 y tenía 22 años. Se sometió a las pruebas del medicamento experimental de Allison y el melanoma desapareció. Fue la primera paciente a la que conoció en persona, en 2006, y siguen en contacto. “Cada año, cuando iba a la revisión, tenía miedo de que el cáncer volviera, porque sus médicos sostenían que lo habían convertido en una enfermedad crónica. Al final me dijo: ‘No voy a seguir sospechando todo el tiempo. Estoy curada, voy a vivir mi vida’. Le aconsejaron que no tuviera hijos. Hoy es madre de dos niños, esos de la foto. Ahora tiene 30 años. Ella es el testimonio: dijo que estaba curada, que no iba a dejar que el miedo le condicionara la vida”. Para este científico, dentro de la prudencia, si una persona puede vivir y disfrutar de la vida como si estuviera curada, y nada indica lo contrario, está curada.
“Es verdad que muchos pacientes que están vivos a los cinco años aún tienen manchas negras en sus escáneres”, admite Allison. “Pero no puedes saber si eso es cáncer o es tejido dañado en la guerra que libra el sistema inmune al protegerse de las células cancerosas. Con esta medicina aplicada al melanoma, después de tres años prácticamente no muere nadie. Si pasan tres años, pasan diez. Y no necesitan más tratamiento”.
“La inmunoterapia mejora la cura del melanoma y quizá del cáncer de vejiga”
La patente número 7.229.628 de Estados Unidos está enmarcada en su despacho, junto a decenas de premios, reconocimientos y publicaciones sobre su trabajo. Lleva fecha de 12 de junio de 2007. James Patrick Allison figura como “inventor”. En 2011 se vendió el primer medicamento basado en el descubrimiento, el ipilimumab, cuyo nombre comercial es Yervoy. Cerca de 100.000 pacientes ya han sido tratados con esta inmunoterapia, y el porcentaje de éxito se mantiene entre el 20% y el 22% en los cánceres en los que funciona.
James Allison nació en Alice, un pueblo del sur de Texas, en 1948. Su madre murió de linfoma cuando él tenía 10 años. Uno de sus tíos murió de cáncer de pulmón. “Era muy fumador, un cowboy”, recuerda Allison, imitando la voz de aquel vaquero de Texas del que dice que parecía salido de un anuncio de tabaco. Otro de sus tíos murió de melanoma. Después, el hermano mayor de Allison tuvo cáncer de próstata. “Lo encontraron muy tarde. Duró ocho años con tratamientos muy debilitantes”.
Este agosto cumplirá 70. Hace un año le diagnosticaron cáncer de vejiga. Se está tratando con inmunoterapia y ahora mismo no tiene la enfermedad activa. Es su tercer cáncer. El primero fue uno de próstata que le detectaron en fase muy temprana. “Mi oncólogo me dijo que, dado el precedente de mi hermano, no podía correr riesgos, así que me la extirparon”. El segundo fue un melanoma en la nariz. “Tuve suerte de trabajar aquí. Los compañeros y mi esposa me dijeron: ‘Deberías examinarte ese lunar en la nariz”. Se lo extirparon. Sí, tiene suerte de vivir y trabajar en el centro número uno del cáncer del mundo. “Pero no me entienda mal, ¡no quiero una cuarta vez!”.
El laboratorio de James P. Allison en la tercera planta del Centro MD Anderson en Houston son en realidad dos estancias. Hay una mitad que es de Padmanee Sharma, su esposa. Ella es oncóloga. Juntos desarrollan desde aquí nuevos medicamentos basados en entender los mecanismos del sistema inmunológico, hallar los frenos y los aceleradores. En esta investigación está la esperanza de extender la inmunoterapia a otros tipos de cáncer. “Todos los causados por el tabaco o por quemaduras responden muy bien a la inmunoterapia. Pero aun así, la cifra sigue siendo baja”, razona Allison. “La pregunta es qué pasa con el otro 78%. Puede que se deba a diferencias entre los pacientes, pero otra posibilidad es que quizá haya otros controles que definen el comportamiento de las células T”.
Eso buscan ahora Allison y Sharma: más frenos y aceleradores. “La CTLA-4 la vimos en una observación científica que no tenía nada que ver con el cáncer. Esta molécula es un freno de las células T. Pero resulta que hay más. Otra se llama PD1, una molécula que había sido descubierta en los noventa en Japón, pero no se sabía lo que hacía. En Harvard demostraron que era otro freno de células T. De hecho, la PD1 protege el feto mientras se desarrolla. El feto tiene información genética de la madre y del padre, y el sistema inmunológico debería considerar que el ADN del padre es extraño. Pero no lo hace. Protege el embrión de ser destruido por el sistema inmune de la madre. Hay tumores que de alguna forma han cooptado ese sistema para protegerse. Se han hecho experimentos de usar las dos terapias (inhibir los dos frenos) a la vez contra el melanoma y la respuesta es del 60%. Atesoramos tres años de información basada en datos y se mantiene en el 60%. Esto es solo especulación, pero no hay razón para pensar que ese 60% no sobreviva 10 años”.
Allison es consciente de que, trasladado al público, existe un riesgo de simplificar estos éxitos y crear expectativas peligrosas. “Esta es la primera vez que vemos algo que te puede dar 10 años de vida y básicamente curar. Debido a todos los fracasos del pasado, mucha gente es escéptica. Por el otro lado, bastantes personas piensan: ‘Oh, la inmunoterapia es la cura para todo’. Tampoco eso es razonable. Creo que vamos a curar algunos cánceres, vamos a mejorar en la lucha contra el melanoma, quizá en el de vejiga. Pero otros van a ser muy difíciles de tratar. El glioblastoma y el cáncer de páncreas son excepciones que no han respondido”.
Con todo el escepticismo y los matices que se quiera, para Allison la esperanza tiene nombre, rostro e hijos. Señala de nuevo a la pared, a la foto de Sharon Belvin. “Mi esposa es oncóloga y me cuenta cómo lucha por mantener a la gente viva, cómo hay que cambiar la medicación una y otra vez, y cómo con metástasis siempre fallaba. Algunos pacientes consiguen unos años. Pero ahora, una parte de los enfermos se sientan en una silla, le ponen este medicamento y se van a casa. Yo estaba contento al ver los números, pero no hay nada como conocer a alguien que tiene una familia”.
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