La odisea de dos cuarentones que deciden recuperar su pelazo, duela lo que duela
"Un día de buen pelo uno se siente capaz de componer 'Despacito'", aseguran, y por eso van a someterse a un implante capilar y van a contar en BuenaVida sus victorias y sus penurias en esta serie que arranca así...
"No me considero calvo, simplemente soy más alto que mi pelo". Lucio Anneo Séneca
"Se fue, se fue, el perfume de sus cabellos". Laura Pausini
Hola, damas y cabelleras, perdón, caballeros, en qué estaríamos pensando...
Somos Rafael Benítez (48 años) y Javier Moya (45) —a partir de ahora Sujeto 1 y Sujeto 2— y estamos empezando a quedarnos calvos (el Sujeto 1 es, además, hincha del Atlético de Madrid, pero no está probado que eso tenga algo que ver).
Confesión a corazón abierto: ¡¡¡¡¡Lo llevamos fataaaaaaaaaaaal!!!!! [Lo del pelo a la fuga, ser rojiblanco encaja con el sentido tremendista de la vida del Sujeto 1].
“No os quejéis”, nos dicen los calvos, con cierta irritación.
“No estáis tan mal”, nos dice, animosa, la gente. Ya. Puede ser. Tienen razón. Pero estamos peor que antes. Bastante peor. Sabemos qué pelo TENÍAMOS. Qué clase, qué calidad, qué espesura.
En nuestro caso, somos un claro ídem de “se os empieza a clarear el cartón”. Nuestra antaño frondosa y espesa parte frontal se ha convertido en lo que una vez, durante una entrevista, Kiko Veneno definió —refiriéndose al expresidente bético Lopera—como "tupé inalámbrico". Y, respecto a la coronilla, nos quedan dos telediarios para lucir lo que se conoce vulgarmente como "calva de culo de mona". Qué guay.
La decadencia empezó hace unos años, progresiva e inexorablemente. En este tiempo hemos probado con ampollas carísimas, complejos vitamínicos, champús especiales, fórmulas magistrales, crecepelos de garrafón... Si llegan a ser ciertos los rumores de que un emplasto hecho a base de serrín de corteza de baobab y orines de burra enferma funcionaba hubiéramos marcado de inmediato el teléfono de la Asociación de Amigos del Burro, que para eso lo memorizamos.
Sólo nos ha faltado dormir colgados boca abajo para favorecer el flujo sanguíneo en el cuero cabelludo pero nuestras compañeras de cama no terminaron de verlo claro.
Los peluquines —el caso más entrañable y animoso de cobertura capilar junto con el peinado en cortinilla (lo de Anasagasti)— no son una opción, no.
En esto de la alopecia no somos especiales: según diversos estudios, a partir de los 25 años uno de cada cuatro hombres comienza a sufrirla, y estas cifras se duplican hasta el 50% cuando se alcanzan los 50 años. Para más INRI (signifique lo que signifique INRI), somos españoles (de Cádiz el Sujeto 1 y de Pamplona el Sujeto 2), y España ocupa el segundo lugar de calvos a nivel mundial, sólo superados en esta desmochada estadística por la República Checa. Para rematar, somos blancos (el Sujeto 2 más que el Sujeto 1, que coge colorcillo en un periquete), luego pertenecemos a la raza más propensa a la calvicie. ¡Lo tenemos todo en contra!
Sí que somos, lo reconocemos, obsesos del pelo, siempre lo hemos sido. En un día de buen pelo uno se siente capaz de atravesar los Alpes en elefante o componer el Despacito, uno está confiado, ocurrente... En un día de mal pelo uno está apocado, capitidisminuido, rindes al 50% de tu capacidad, eso es así.
Quedarse calvo no es el fin del mundo, es cierto. Un beso muy fuerte a todos los calvos, ¡respeto, tíos! Pero hemos decidido que vamos a pelear por nuestro pelo, aún estamos a tiempo, que no se diga que no lo intentamos, QUEREMOS NUESTRO PELO.
No somos especialmente presumidos, estamos a mil millas de ser metrosexuales y nuestras incipientes barrigas demuestran que el gimnasio lo pisamos poco o nada; alguna pachanga esporádica de futbito o paddel, a lo sumo. Pero el pelo es otra cosa, al pelo lo veneramos, lo respetamos, lo adoramos, lo necesitamos. Somos coquetos de pelo, oh, sí. Somos hairheads. Somos peloréxicos. Sansón es nuestro héroe clásico y Dalila, esa pérfida matamelenas, nuestra Némesis. Admiramos todo tipo de pelazos y peinados (del cepillo al Pompadour pasando por el mop top y el afro), más si los que los lucen son tipos mayores que nosotros: El Puma, Jeff Bridgets, Enrique Cerezo, Ron Wood...
Cuando estábamos a punto de embarcarnos para Estambul, la meca del implante capilar, en uno de esos aviones llenos de alopécicos en diversos grados de ruina pilosa (vuelo de ida) o de individuos cargados de ilusión y con la cabeza hecha picadillo (vuelo de vuelta); vamos, que ahí hay un remake de Con Air-Convictos del Aire, debidamente retitulado Con Hair-Convictos del pelo, y protagonizado de nuevo por Nicholas Cage, que de estropicios capilares sabe un rato, esto es un blockbuster fijo, ahí lo dejamos, si algún productor avispado lee esto que...
Perdón, que nos vamos por las ramas. Decíamos que, cuando estábamos a punto de embarcarnos para Estambul, y gracias a la magnética y carismática y talentosa directora de Buena Vida (referente periodístico en temas de salud) y a los responsables de la Clínica Millán-Vila Rovira (referentes médicos en implantes capilares), nos ha surgido la oportunidad de ponernos pelo sin salir del país y contar nuestra experiencia en un blog. Gracias a todos de todo corazón y de todo folículo.
Así que en sucesivas entregas iremos contando nuestra peripecia, poniendo el ojo tanto en los aspectos médicos del proceso como en los emocionales y abarcando todo el trayecto desde que cruzamos el umbral de la clínica hasta que nos brote una flamante y lustrosa cabellera.
Aún siendo hombres de pelo en pecho, puede que tengamos más de un pelo de tontos, y que seamos narradores de medio pelo también, pero esta oportunidad física y periodística, que nos ha llegado por los pelos y que además nos viene al pelo, no vamos a desaprovecharla: contaremos con pelos y señales, aunque sin pelos en la lengua, sin cortarnos un pelo y, por supuesto, a pelo, todo este proceso de epopeya capilar, por más que alguno se tire de los pelos; ¡pelillos a la mar! [En cualquier caso, con este párrafo hemos batido el Récord del Mundo De Lugares Comunes Sobre El Pelo En Menos Espacio, eso ya no nos lo quita nadie].
¿EN qué consiste el procedimiento? ¿Es doloroso? ¿Exige sacrificios? ¿Cuánto cuesta? ¿Se puede elegir tipo de pelambrera? ¿Se puede uno poner pelo de las axilas? ¿Qué pasa por la cabeza del peluquero se Sergio Ramos?
Las respuestas —como hasta ahora nuestros pelos— están al caer.
Canción sugerida
No se nos ha ocurrido mejor himno para arrancar esta sonora subsección que Hair, el tema principal de la película del mismo nombre (Milos Forman, 1979).
Anexo — Algunas cosas que aprendes cuando te estás quedando calvo
—Si el mundo estuviera siempre en penumbra apenas se nos notaría la incipiente calvicie. Una fuente de luz directamente aplicada a la cabellera es terrible. La luz delata. La luz no engaña. Deshágase la luz. ¡Maldito seas, Alva Edison!
—Del mismo modo, si el resto de la humanidad fuese muchísimo más bajita que nosotros —o fuésemos capaces de ir por la vida con zancos de forma operativa— tampoco nos importaría demasiado que se nos clareara el cartón. Y además molaríamos bastante.
—El viento, que altera lo que uno ha colocado primorosamente en casa, y, sobre todo, la lluvia, son enemigos del ser protocalvo. Con el pelo seco aún es posible disimular, pero en cuanto se moja... ¡ay! Por supuesto, el sudor es tu enemigo también. ¡Qué ordinariez el sudor!
—Cuando empieza la angustiosa fase de pelo a la fuga llega un momento en el que tomas terrible conciencia de que el único corte de pelo decente que puedes llevar es el pelo corto, y eso es muy aburrido.
—En cuanto empiezas a perder pelo se te instalan unos Contadores De Pelo en las córneas y vas por la vida realizando un análisis de calidad capilar a cuanto ser vivo se te pone por delante: "Qué pelazo, el jodío, ¡encima con la edad que tiene!". "Mira que echarse gomina y ponérselo de punta con ese pelo tan escaso, insensato". "Este que van tan contento, en tres años, calvo". "Quien pillara un 20% del pelo de ese caniche", y cosas por el estilo. Agotador.
—Los selfies dejan de molar. Aún más.
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