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COLUMNA
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Mirarnos en el espejo

Siempre he pensado que hace más daño un político inepto que un corrupto

Francesc de Carreras
Pablo Iglesias e Irene Montero durante una rueda de prensa en la sede de Podemos.
Pablo Iglesias e Irene Montero durante una rueda de prensa en la sede de Podemos.STRINGER (REUTERS)

Los españoles criticamos mucho a los políticos y a los partidos, a su incapacidad en resolver problemas y a su rampante corrupción. Está bien, la crítica es muchas veces merecida, todo lo público debe estar sujeto a un severo escrutinio, por algo le pagamos. Ahora bien, ¿quién nos critica a nosotros, a los ciudadanos? ¿Es que nuestro nivel político es alto? ¿Criticamos lo realmente importante? Quizás tenemos alguna culpa también en esa incapacidad de los políticos que tantos nos indigna, quizás no los controlamos debidamente. Dos casos recientes me han hecho reflexionar sobre esta cuestión.

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En primer lugar, el “caso Cristina Cifuentes” que ha provocado su dimisión y salida de la política. En buena doctrina democrática, la relación entre los ciudadanos y sus representantes se basa en la confianza. Cifuentes perdió esta confianza al mentir sobre el esfuerzo empleado en aprobar su famoso máster. Después, encima, alguien le había guardado un vídeo más que comprometedor. Todo ello estaba mal, era sin duda razón suficiente para que perdiera nuestra confianza. Alguien que engaña de esta manera no la merece.

Pero, ¿es un caso grave de corrupción a una política que ha perseguido eficazmente la corrupción? ¿No será que aquel que guardó el vídeo sabía que en algún momento podía adquirir un importante valor de mercado? ¿No será este un agente de los corruptos a gran escala que había denunciado Cifuentes? Nos hemos contentado con la dimisión cuando deberíamos ser quizás más exigentes.

Cosa parecida sucede con el famoso chalé de Pablo Iglesias e Irene Montero. En sí mismo, a menos que las facilidades de crédito escondan algo ilícito, ahí no hay corrupción alguna. La pérdida de confianza se ocasiona porque hace tan solo dos o tres años Pablo había dicho que eso era propio de la casta y no de la gente, la gran distinción del populismo. La demagogia se paga y el precio ha sido y será alto.

Ahora bien, ¿es más grave esto que sus afirmaciones de hace tres o cuatro años sobre la salida de la UE y del euro, del control de los medios de comunicación o de medidas económicas que nos hubieran conducido a la ruina? Los que antes le votaban ahora le critican ferozmente. Siempre he pensado que hace más daño un político inepto que un corrupto, aunque moralmente sea más condenable este último.

Nos falta cultura política. Criticamos lo inocuo y pasamos por alto lo realmente importante. El nivel del debate en la mayoría de tertulias periodísticas, foros de internet, comentarios adicionales en medios de formato digital e, incluso, ciertos medios de comunicación, es penoso. Deseducan más que forman. Deberíamos mirarnos en el espejo. Los políticos son criticables, nosotros también.

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