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Un planeta al que no le alcanza el agua

La escasez en las zonas áridas o semiáridas provocará en 2030 el desplazamiento de entre 24 y 700 millones de personas

La escasez es un grave problema para los etíopes.
La escasez es un grave problema para los etíopes.©FAO/EDDY PATRICK DONKENG
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María es el cándido nombre de un violento huracán que devastó la isla caribeña de Puerto Rico en 2017. Durante al menos dos meses, gran parte de ese territorio en el que residían tres millones de personas se quedó sin electricidad y por lo tanto sin suministro de agua corriente. Eso llevó a algunos portorriqueños a beber de fuentes de agua no seguras como estanques o ríos y en apenas dos meses se registraron más de setenta casos de leptospirosis, una enfermedad tropical que se transmite a través de agua contaminada con orina animal

No era la primera vez que Puerto Rico se quedaba sin agua. En años recientes la mala calidad de las infraestructuras ya había provocado pérdidas e interrupciones en el suministro y, además, se habían producido fuertes sequías que habían disminuido temporalmente la disponibilidad de agua, obligando a racionarla. Por lo tanto en Puerto Rico, como en muchos otros lugares, al problema de la sequía se añadía otro más: la mala gestión de los recursos hídricos durante décadas, algo que acentúa los efectos de la climatología extrema, por ejemplo, de un huracán.

Lo que acabamos de describir son diferentes síntomas de la misma enfermedad: la escasez de agua. Se define como “la brecha entre el suministro disponible y la demanda”. Es decir, cuando no hay agua suficiente para abastecer a toda la gente que la necesita ni se pueden cubrir todas las necesidades de una sociedad, como las agrícolas o industriales. Es un fenómeno complejo que se manifiesta de diferentes maneras pero que, a grandes rasgos, tiene tres caras: la escasez física –el agua falta físicamente–, la escasez económica –cuando no hay recursos suficientes para construir infraestructuras que lleven el agua a todo un país–, y la escasez institucional –gobiernos incapaces de gestionar el agua–. Una descripción que sirve para entender que la escasez de agua puede tener muchas causas que a menudo confluyen y contra las que es difícil luchar en solitario: si se quieren conseguir resultados hace falta enfrentarse a todas al mismo tiempo.

Se prevé que en 2050, la demanda global de agua potable crezca más de un 40%, y que al menos una cuarta parte de la población del planeta vivirá en países con escasez crónica de agua potable.

La escasez de agua ya afecta a más del 40% de la población mundial

Ocurre en la Arabia Saudita, Egipto, Libia o el Yemen, lugares donde ya se extrae la mayor parte del agua aprovechable y donde los ríos y acuíferos ya están por debajo del nivel de sostenibilidad. Y en la India, donde las repetidas sequías que afectan a la cuenca del Ganges amenazan la supervivencia de más de 500 millones de personas. En Oceanía la escasez también es un hecho que impide a más del 40% de su población tener acceso a recursos de agua potable.

En general, la escasez de agua está aumentando en todo el planeta, como también aumentan la salinización, la contaminación y la degradación de los ecosistemas hídricos. En muchos grandes ríos solamente circula el 5% de los antiguos caudales, y algunos, como el río Amarillo en China, ya ni siquiera desembocan en el mar. También se ha reducido la extensión de los grandes lagos y los mares interiores y la mitad de los humedales de Europa y de la América del norte ya no existen.

Además, la disponibilidad de agua está intrínsecamente ligada a su calidad, ya que el agua contaminada no se puede utilizar. El aumento de los vertidos de aguas negras sin tratar (contaminadas por sustancias fecales y orina), combinados con las escorrentías agrícolas (el agua que no absorbe la tierra al regar) y las aguas residuales industriales tratadas de forma

inadecuada han deteriorado la calidad del agua en todo el mundo. A esta contaminación se unen otras causas y consecuencias, a menudo interrelacionadas entre sí, como son: la presión demográfica y los cambios en los tipos de dietas, la migración, la urbanización y el cambio climático. En este capítulo explicaremos cómo cada uno de estos problemas afecta a la escasez de agua y las fórmulas para combatirlos.

El ladrón del agua: la sequía

La sequía, principal causa de que haya escasez de agua, es una de las alteraciones climatológicas más devastadoras que existen y, en los últimos 40 años, ha afectado a más personas que cualquier otro fenómeno natural. Definirla es sencillo: consiste en una disminución temporal de la disponibilidad de agua debido a la falta de lluvias. Puede ocurrir en cualquier momento y en cualquier parte del mundo, tanto en países como España, donde son recurrentes, como en el Reino Unido o en los Países Bajos, más célebres por sus continuas lluvias.

Las sequías están presentes como metáfora del castigo divino en las mitologías griega y romana y en todos los textos sagrados, desde la Biblia hasta el Corán. En la antropología no faltan los ejemplos de civilizaciones primitivas que celebraban ceremonias específicas para pedir lluvia al cielo tras largas temporadas sin agua. Estos rituales reflejan la realidad de las sociedades rurales, completamente dependientes de la agricultura. De hecho, en la revista

Se prevé que en 2050, la demanda global de agua potable crezca más de un 40%, y que al menos una cuarta parte de la población del planeta vivirá en países con escasez crónica de agua potable

Scientific American proponían la hipótesis de que la agricultura maya colapsó por una sequía de más de siete años, periodo en el que se agotaron sus reservas de agua almacenadas en cenotes, pozos y lagos.

La sequía es capaz de paralizar la producción agrícola, agotar los pastizales, provocar inestabilidad en los precios de los alimentos, poner en peligro la seguridad alimentaria y, en los casos más extremos, causar hambrunas y muertes generalizadas de personas y animales. Entre sus efectos más directos, además de la pérdida de cultivos y ganado, están los incendios, la desertificación, los impactos en el transporte fluvial y en la producción de energía.

Por otro lado, las sequías también están en la raíz de conflictos y desastres humanitarios, como las crisis de las regiones del Cuerno de África (2011 y 2017) y el Sahel (2012), que amenazaron los medios de vida de millones de personas. Uno de los agravantes de la guerra civil en la República Árabe Siria fue una sequía histórica que arrancó en 2007 y se alargó hasta 2010. El conflicto de Darfur, que afectó a Chad, también estuvo alimentado, entre otras cosas, por años de sequías.

Pero, ¿por qué hay más sequías hoy en día? La asiduidad e intensidad de las sequías actuales se debe fundamentalmente al cambio climático, de cuyos efectos hablaremos también en este capítulo. Antes de que el cambio climático mostrara sus garras, las sequías no eran tan catastróficas como en la actualidad y solían formar parte del sistema climático ordinario.

Dos niños se bañan con el agua de una fuente para beber en Bután.
Dos niños se bañan con el agua de una fuente para beber en Bután.©FAO/FRANCO MATTIOLI

Así era en las tierras secas del Cuerno de África y el Sahel, acostumbradas a sobrevivir durante siglos a las sequías periódicas. Sin embargo, la mayor frecuencia y el carácter más errático de las precipitaciones, junto con la vulnerabilidad económica, social y ambiental, han hecho que las sequías tengan un impacto cada vez más permanente y destructivo, sobre todo en las poblaciones más pobres.

Las sequías no se pueden evitar pero sí se puede prevenir y paliar su impacto. Lo más común, o al menos lo que se ha hecho hasta ahora mayoritariamente, es responder a ellas de forma puntual, cuando ya es tarde y lo único que puede hacerse es tratar de evitar que la gente muera de sed o de hambre. Sin embargo, existen conocimientos y tecnologías para mitigar los efectos de las sequías antes de que sea demasiado tarde. ¿Cómo? Lo primero es conseguir que todos los países afectados por ellas gestionaran el agua y las tierras de forma conjunta. De ese modo se evitaría la pérdida extrema de humedad del suelo y, por tanto, la erosión. Una mejor gestión del agua previa a cualquier crisis también suavizaría sus efectos. En realidad no se trata de soluciones complicadas ni costosas. Se trata de trabajar con los conocimientos y la tecnología disponibles para reducir con antelación los impactos de este fenómeno metereológico extremo.

Acabamos de ver cómo las sequías –y la escasez de agua en general– provoca la pérdida de cultivos, conflictos y desastres humanitarios. Pero otra consecuencia menos evidente es el aumento de la migración de las zonas rurales a las áreas urbanas. Según advierten los expertos de las Naciones Unidas, se prevé que la escasez de agua en zonas áridas o semiáridas provocará en 2030 el desplazamiento de entre 24 y 700 millones de personas.

En América Central, gran parte de la migración a los Estados Unidos ha sido provocada por la degradación de la tierra agrícola y el aumento de las sequías, huracanes y otros eventos climáticos extremos. Y en el norte de China viven aquejados por la escasez de agua, lo que ha ocasionado enormes olas de migración interna en el país.

En ciertas partes de este canal de Guatemala los niños y las niñas nadan en las corrientes de agua del sistema de riego.
En ciertas partes de este canal de Guatemala los niños y las niñas nadan en las corrientes de agua del sistema de riego.©LUIS SANCHEZ DÍAZ

Según el informe de la FAO Estrés hídrico y migración humana, cuando las tierras dejan de ser productivas por falta de agua las personas que dependen de la agricultura no tienen otra alternativa que emigrar en busca de una vida mejor.

A la presión de la migración urbana se suma el crecimiento de la población, que como ya hemos dicho varias veces a lo largo del libro, alcanzará los casi 10.000 millones de personas en 2050. 10 Pero, ¿dónde habrá más habitantes? Se prevé que en África y en el sur de Asia ese aumento será veloz y cuantioso. En los 47 países menos adelantados del mundo (conocidos como PMA), mayoritariamente africanos, la población aumentará hasta los 2.000 millones de habitantes para 2050. Aproximadamente el doble que en 2017

De hecho, entre 2017 y 2050, el 50% del crecimiento total de la población se producirá en apenas nueve países, por este orden: la India, Nigeria, la República Democrática del Congo, el Pakistán, Etiopía, la República Unida de Tanzanía, los Estados Unidos, Uganda e Indonesia. China, actualmente el país más poblado con 1.400 millones de personas, será superado por la India en 2024. 13 En el lado contrario de la ecuación está Europa, o el Japón, con poblaciones que apenas crecen desde hace décadas.

¿Qué significan todas esas cifras? Para países como Etiopía o Uganda no son buenas noticias. En estos países, la mayoría de la población depende de la agricultura y vive en áreas rurales, donde los recursos hídricos ya están diezmados. Por lo tanto, ese aumento demográfico significará urbanización. Es decir: cuántas más personas haya, más difícil será encontrar trabajo en el campo, y millones de campesinos se desplazarán hacia las ciudades.

La producción de alimentos

El aumento del número de habitantes también trae consigo una consecuencia directa: la dificultad para alimentar a todo el mundo. Hasta ahora se ha respondido a esa necesidad de producir más alimentos con más cultivos de regadío (hemos pasado de 139 millones de hectáreas irrigadas en 1961 a 320 millones en 2012) y un uso más intensivo de fertilizantes (10 veces más hoy que en 1960) y pesticidas (el mercado alcanza los 35.000 millones de dólares anuales).

Todo esto lo que ha producido es una contaminación de las aguas subterráneas y los ríos y arroyos adyacentes a las zonas de cultivo.

Pero además de la intensificación de la agricultura para producir más, el otro gran problema viene derivado del cambio en el tipo de dieta. Cada vez consumimos más carne y más lácteos y, por ello, hemos intensificado la producción ganadera, utilizando más tierra y, sobre todo, más agua. Hoy criamos animales en menos espacio, una actividad que merma las fuentes de agua cercanas y dificulta el tratamiento de sus desechos. A menudo, los excrementos de los animales –muchas veces usados también como fertilizante orgánico– no se tratan ni almacenan debidamente, y acaban sobrecargando las aguas de nutrientes y otros contaminantes (sobre todo en la cría intensiva e industrializada).

La acuicultura, es decir la cría de peces, también ha crecido enormemente en los últimos tiempos y ya supone más de la mitad del pescado que comemos. Una buena noticia, ya que así no sobreexplotamos las especies silvestres de los mares y océanos. Pero con una contrapartida: esta creciente actividad necesita grandes cantidades de agua. Y, sobre todo cuando se realiza de forma intensiva y no se gestiona de forma sostenible, también acaba vertiendo demasiadas heces o medicamentos al agua para aumentar su rendimiento.

Además de que hemos cambiado nuestra forma de comer, también desperdiciamos más comida. Y cuántos más habitantes seamos, más desperdicios habrá. Los alimentos que se producen y luego no se consumen –nada más y nada menos que un tercio de la producción total– se van a la basura con una cuarta parte del agua utilizada para producirlos.

Lavando la ropa en Marruecos.
Lavando la ropa en Marruecos.©FAO/DJIBRIL SY

Una parte se pierde en el camino de la granja al mercado (por falta de tecnología, de medios de transporte, de técnicas de conservación...). Pero otra, no menos importante, caduca en los frigoríficos o se tira en tiendas, hoteles o restaurantes. Por esta razón, a nosotros –los consumidores– también compete gran parte del reto de reducir la comida desperdiciada.

Alimentar a la población mundial es una prioridad cuando cada día hay más personas en el planeta. Pero por esa misma razón hay que lograr una gestión eficiente y producir más con menos. Debemos se capaces de producir alimentos sin menguar los recursos de la naturaleza, en especial el agua.

La urbanización

En 2014 más de la mitad de la población vivía en zonas rurales de África y Asia. Pero ese paisaje cambiará completamente en 2050, cuando se prevé qu el 56% de los africanos y el 64% de los asiáticos viva en ciudades. Serán la India, China y Nigeria, por ese orden, los países donde más crecerá la población urbana. Y eso tendrá consecuencias directas sobre los recursos hídricos puesto que los centros urbanos, al crecer, necesitarán más agua para uso residencial e industrial. Y tendrán que saber gestionarla. Este crecimiento urbano acelerado plantea varios desafíos, entre ellos uno muy preocupante: el grandísimo aumento en la generación de aguas residuales municipales. El reciclado de aguas es tan importante que todos los países se han comprometido a mejorarlo.

Pero no todo son malas noticias, también se puede enfocar el crecimiento urbano como una oportunidad, en lugar de como un problema. Ya que en las ciudades también se puede romper con prácticas inadecuadas y adoptar enfoques innovadores y sostenibles. En Jordania, por ejemplo, acuciada por la escasez hídrica, se ha fomentado el uso de aguas residuales desde 1977, de hecho el 90% de esas aguas residuales tratadas se utiliza para el riego. Igual que en Israel, donde las aguas residuales tratadas representan el 50% de toda el agua utilizada en el riego. O en la ciudad de Windhoek (capital de Namibia), que trata hasta el 35% de las aguas residuales de la ciudad y las mezcla después con otras fuentes potables para aumentar el suministro seguro de agua. Son ejemplos de cómo se pueden resolver los problemas del agua aplicando la tecnología que tenemos al alcance y la imaginación.

Este texto es un extracto de uno de los artículos incluidos en el cuarto libro de la colección El estado del planeta, editada conjuntamente por la FAO y EL PAÍS. Cada domingo se puede conseguir en quioscos y, además, por correo electrónico y aquí en El País.

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