Instrucciones para resucitar una firma histórica
Poiret, casa fundada en el París de la Belle Époque e inactiva desde 1929, revive ahora con la diseñadora china Yiqing Yin
El apellido Poiret remite a los tiempos históricos de la alta costura parisina. Paul Poiret nació en la capital francesa en 1879, se formó junto a maestros como Doucet y Worth y abrió su propia casa de moda en 1903. Poiret fue uno de los primeros modistos que prescindieron del corsé femenino, por lo que terminó pasando a la historia como pionero en la emancipación textil de la mujer. Influido por la estética oriental y la moda de los ballets rusos —que entonces triunfaban en París— Poiret se impuso como un nombre clave de la moda de entreguerras y logró intimar con Mariano Fortuny o con la escritora Colette, antes de cerrar su firma en 1929 tras el crack económico.
Desde entonces, Poiret era una bella durmiente que nadie se atrevía a despertar. Todo cambió en 2015, cuando Shinsagae, gigante surcoreano de la distribución, se alió con la sociedad luxemburguesa Luvanis para comprarla e insuflarle vida. Los frutos de esa iniciativa se volvieron visibles a comienzos de marzo, durante la última semana de la moda de París. La marca presentó la primera colección de su nueva era, repleta de prendas sobredimensionadas y vaporosas, en las que se distinguían plisados, tejidos dorados y espaldas de kimono, en una serie de guiños indisimulados a los referentes estéticos de su fundador.
La encargada de resucitar la marca que fundó Poiret se llama Yiqing Yi, diseñadora china de 32 años que emigró a París con su familia cuando era niña. Durante las últimas temporadas, había despuntado como uno de los talentos emergentes y ascendentes gracias a sus diseños para la marca que lleva su nombre, que en 2015 conquistó el título de “alta costura”, concedido por el Ministerio de Industria de Francia a una selecta minoría de artesanos del textil. Esta nueva encarnación de Poiret está presidida por la empresaria belga Anne Chappelle, que también lleva el timón de Haider Ackermann o Ann Demeulemeester. Debería abrir sus primeras tiendas en 2019 o 2020, en las que venderá prêt-à-porter de lujo, accesorios y zapatos. “Se trata de sumergir a una vieja maison en un baño de agua fresca”, ha dicho Chappelle. No es el primer caso de resurrección de una firma durmiente. Un caso paradigmático es Carven, que triunfó en la posguerra francesa y que se mantuvo operativa hasta 1993, cuando su fundadora —Carmen de Tommaso, más conocida como Madame Carven— se jubiló. En 2009, el joven diseñador Guillaume Henry tomó las riendas para escribir un nuevo capítulo en su historia. Henry se convirtió en el niño mimado de la prensa especializada hasta su fichaje por Nina Ricci en 2015. Y llegó a vestir a mujeres tan dispares como Beyoncé o Isabelle Huppert. También la marca que comandó la mítica Elsa Schiaparelli fue objeto de una publicitada resurrección en 2007, cuando Diego Della Valle, director general del grupo Tod’s, decidió adquirirla. Hace seis años, Schiaparelli regresó a la exclusiva Place Vendôme de París. Allí se presentó una nueva colección diseñada por Christian Lacroix, a quien después sucedieron modistos como Marco Zanino y Bertrand Guyon. Desde 2013, Schiaparelli también vuelve a desfilar en la semana de la alta costura de París.
Vionnet
Otro caso parecido es el de Vionnet, fundada por la modista francesa del mismo nombre en 1912, que permanecía inactiva desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Fue objeto de un primer revival en 2007 de la mano de la pujante diseñadora griega Sophia Kokosalaki, hasta que tomó el relevo Rodolfo Paglialunga, procedente de Prada, que consiguió vestir a estrellas como Natalie Portman, Marion Cotillard o Emma Watson. Hace cinco años, Vionnet pasó a manos de una empresaria de Kazajistán, Goga Ashkenazi, que fichó a Hussein Chalayan como director creativo y al fotógrafo Jean-Paul Goude como responsable de sus campañas publicitarias.
Aunque el más exitoso de estos experimentos es, sin duda, el de Balenciaga. La marca, fundada por el modisto vasco, desapareció del mapa comercial entre 1972 y 1986. A comienzos de la década pasada, fue adquirida por el magnate François Pinault, también propietario de Gucci y Saint Laurent. Volvió a despuntar bajo la dirección artística de Nicolas Ghesquière, hoy al frente de Louis Vuitton, al que sucedió Demna Gvasalia, convertido en mandamás de la pasarela actual con su deliberada iconoclastia. Desde 2016, las ventas se han multiplicado. Frente a este resurgimiento ejemplar, nadie recuerda la última voluntad de Cristóbal Balenciaga: antes de morir, durante unas vacaciones en Alicante, dijo que no deseaba que su marca le sobreviviera.
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