Así es el fastuoso palacio en Florencia de Salvatore Ferragamo
El diseñador adquirió hace 80 años el Palazzo Spini Feroni, una joya del siglo XIV. Visitamos este edificio cuya historia es tan apasionante como la del zapatero prodigioso que abandonó Hollywood para empezar de cero en él
De todos los destinos que el tiempo ha deparado al Palazzo Spini Feroni, uno de los más peculiares fue el de taller de zapatero. En una pintoresca fotografía de 1937, una decena de artesanos cosen calzado bajo la atenta mirada de angelotes y alegorías proyectadas por el arquitecto Lorenzo Merlini a principios del siglo XVIII. “Mi padre decía que había que rodearse de belleza para crear cosas bellas”, explica ahora Giovanna Gentile Ferragamo en esa misma estancia, llamada Sala de l’Alcova, que hoy luce libre de estantes y mesas de trabajo, pero con sus querubines intactos.
Hija de Salvatore Ferragamo (Italia, 1898-1960), el zapatero más famoso del siglo XX y fundador de la empresa de lujo que lleva su nombre, Gentile Ferragamo ha acometido en los últimos años la restauración y puesta a punto de la primera planta del edificio que su padre adquirió en 1938, y que hoy acoge buena parte de la actividad institucional y directiva de la firma familiar.
La labor, asegura, no ha sido liviana, porque el Spini Feroni es uno de los palacios con más solera de Florencia. Sus orígenes se remontan al siglo XIV, cuando el banquero del papa Bonifacio VIII, Geri Spini, quiso hacerse un palacio en un emplazamiento que con los años se convertiría en uno de los más famosos de la ciudad: la Piazza della Trinità, frente al puente del mismo nombre, en el sitio donde, según una tradición apócrifa, Dante Alighieri se cruzó por primera vez con la malograda Beatrice que le inspiraría su Divina comedia.
Los Spini, que permanecieron en el palacio más de 300 años, eran gente orgullosa. Por eso sembraron los techos con emblemas espinosos (erizos, plantas) y por eso pidieron al pintor Ghirlandaio que, puesto a recrear un milagro atribuido a San Francisco de Asís, lo hiciera suceder frente a su palacio, inmortalizado así por los siglos de los siglos en los frescos de una capilla de la iglesia vecina.
Más tarde, cuando las vacas flacas llegaron incluso a los banqueros papales, lo vendieron. Hasta principios del siglo XIX pasó sucesivamente por las manos de las familias Guasconi, Da Bagnano y Feroni. En 1834 una dama francesa lo compró para convertirlo en un efímero hotel de lujo –el Hôtel d’Europe– donde pernoctó, por dar un nombre, el compositor Franz Liszt. El negocio, que no hubiera desentonado en una novela de E.M. Forster o Henry James, no duró mucho y en 1846 el edificio se vendió al ayuntamiento florentino, que instaló en él sus oficinas.
Con los años, sus salones acogieron un ateneo filológico, un club alpino, tiendas y talleres. Incluso Oscar Wilde pasó allí algunos días en un apartamento que alquilaba su amante, Lord Alfred Douglas. Cuando Salvatore Ferragamo lo visitó por primera vez el Spini Feroni era una amalgama de particiones y vestigios de distintas épocas y, sin embargo, era justo lo que él necesitaba para relanzar su negocio.
El crac financiero del 29 había dinamitado las conexiones comerciales de Salvatore con Estados Unidos y, en 1933, el zapatero de las divas de Hollywood se declaró en bancarrota. La culpa era del clima económico, pero también, pensaba él, una consecuencia de haber descuidado todo eso que hoy se denomina experiencia de compra. “Mi padre adquirió este palacio en 1938 con una visión muy ambiciosa”, explica ahora su hija. “Sabía que su futuro estaría ligado al calzado y que muchas personas vendrían desde otros países para encargarle zapatos a medida. Necesitaba un lugar para recibirlos. Y tenía que estar a la altura de su talento”.
Ya en los años cincuenta, un dibujo del Spini Feroni decoraba las cajas de zapatos de Ferragamo, quien lo convirtió en el símbolo de su casa y emprendió la lenta rehabilitación de la planta noble del edificio, la única que conservaba íntegro el interior barroco. Las clientas que acudían a Florencia eran atendidas personalmente por Ferragamo en una gran sala que hoy todos conocen como la Sala Consiglio, porque es donde se reúne el Consejo de Administración de la empresa y donde Giovanna Gentile Ferragamo ha decidido exponer las hormas de madera sobre las que su padre trabajaba.
“Cuando era pequeña venía cada tarde después del colegio, porque vivíamos a las afueras de Florencia, así que esperaba aquí a que mi padre terminara de trabajar y me llevara a casa”, recuerda la empresaria. “Aquel era el momento en que él se dedicaba a inventar nuevos modelos. Era fascinante observarlo”. Buena parte de la intervención realizada durante estos últimos años consiste precisamente en conseguir que la historia del edificio y la de su familia se entretejan de manera armónica.
La planta baja y el sótano acogen un museo corporativo desde 1995 –fue una de las primeras firmas de moda italiana en hacerlo–, pero también hay indicios de la obra de Ferragamo en las estancias del primer piso. Los muebles de época –algunos originales y otros adquiridos en anticuarios– conviven con fotografías históricas, bocetos, premios, esculturas y prototipos destacados siempre de forma discreta. “Este palacio tiene una historia larguísima, de varios siglos, y ha sufrido varias transformaciones”, apunta. “Por eso no es un lugar improvisado. Cada vez que alguien decide utilizar una de estas estancias, debe hacerlo con un gran respeto. Son intervenciones sutiles, no de arquitecto”.
Su trabajo ha consistido en desvelar frescos blanqueados, restaurar estucos, replicar detalles históricos y catalogar obras de arte para detener el tiempo en algún punto entre los inicios del siglo XVII, fecha de la que data la primera renovación de la planta noble y los frescos manieristas de Bernardino Poccetti, y mediados del XVIII, cuando Ranieri del Pace y Pietro Dandini llenaron los techos de pinturas alegóricas y suntuosos trampantojos.
Gentile Ferragamo ha llevado a cabo un trabajo minucioso (“una vez que empiezas, es como un virus”) que, de momento, considera concluido. “De todo lo que me enseñó mi padre, me acuerdo especialmente de que un día me dijo que nunca había que dejar nada a medias”. Ahora, el palacio agradece un respiro tras siete siglos de trajín.
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