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Marisol Soengas: “Las científicas no somos unos bichos raros”

Sofía Moro
Patricia Fernández de Lis

Es una de las investigadoras más prestigiosas del mundo en la lucha contra el melanoma, el cáncer de piel más común y también el más letal. Se formó junto a la histórica científica Margarita Salas y su ejemplo le sirvió para que siempre considerase natural que una mujer ocupara cargos de responsabilidad en la ciencia. Hoy ella dirige su propio equipo en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO).

UN SOLO LABORATORIO de la Universidad Autónoma de Madrid ha dado a luz a algunas de las mejores carreras científicas de España. En concreto, de mujeres investigadoras. Por allí pasó Cristina Garmendia, ministra de Ciencia en el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y actual presidenta de la Fundación Cotec, y se formó María Blasco, la directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). Y también pertenece a esta cantera Marisol Soengas, jefa del grupo de melanoma en el CNIO y una de las investigadoras más premiadas del mundo por sus avances en la lucha contra este peligrosísimo cáncer.

Como Garmendia y Blasco, Marisol Soengas (Agolada, Pontevedra, 1968) estudió a las órdenes de Margarita Salas en su laboratorio del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa. Y como ellas, reconoce la influencia de la académica en su carrera. “Para nosotras era natural dirigir un laboratorio. Teníamos a Margarita como ejemplo”, reflexiona.

En 2018 se van a diagnosticar en el mundo unos 160.000 nuevos casos de melanoma, que es, con diferencia, el cáncer de piel más común, y también el más mortífero. El pasado octubre, Soengas fue distinguida por el Congreso Mundial del Melanoma como una de las investigadoras más influyentes en su estudio, porque su grupo ha conseguido arrojar luz sobre el complejo proceso de nacimiento y evolución de estos tumores. “Este premio me hizo especial ilusión porque reconoce la trayectoria científica de las mujeres más relevantes en el campo del melanoma”, precisa Soengas. Ella ha recibido una docena de galardones más por contribuir a definir la señal de identidad del melanoma. “Es decir, su código de barras. Cada tumor tiene unas particularidades. Y a nosotros nos interesa descubrir qué define al melanoma”.

¿Y qué lo define? El melanoma es muy interesante desde el punto de vista científico porque es el único tumor en el que el pronóstico del paciente se mide en milímetros, décimas de milímetro incluso, de profundidad. Un melanoma de un poco más de un milímetro de grosor, que es casi nada, tiene la capacidad potencial de diseminarse por el organismo y dar lugar a metástasis. Hay muchos grupos internacionales dedicados a estudiar por qué sucede esto, y lo que hemos hecho ha sido identificar los factores que se encuentran alterados en el melanoma. Hemos descubierto proteínas nuevas que nos informan sobre esa capacidad de metástasis. Y lo importante es que no solo hemos descubierto esas proteínas, sino que lo hemos validado en muestras de pacientes. Queríamos entender cómo estas células son capaces de diseminarse desde fases muy iniciales. Y lo hacen porque preparan el ambiente antes de llegar, y esa preparación del camino es muy difícil de estudiar. Tenemos que ser capaces de ver qué señales manda la célula tumoral desde la piel al pulmón, al cerebro o al hígado para llegar allí y desarrollar una metástasis. En 2017, después de muchos años de trabajo, desarrollamos unos modelos animales que llamamos MetAlert porque son los primeros que nos permiten visualizar esas carreteras de diseminación del tumor. Es único, nunca se había hecho, y tiene muchas implicaciones.

Esos ratones bioluminiscentes bautizados como Met­Alert fueron reconocidos como la investigación biomédica del año en 2017 por la revista Nature. ¿Por qué es tan relevante? Como estas células tienen esa capacidad tan temprana de desarrollar metástasis, hoy por hoy es muy difícil detectar in vivo células tumorales individuales. Lo que hemos conseguido es observar cómo activan las rutas de diseminación, es decir, las carreteras por las que circula el tumor. Cuando ves, después de muchos años, que el trabajo que has estado realizando en ratones se valida en muestras de pacientes es muy ilusionante. También es un orgullo por los investigadores que trabajan en mi grupo, porque la investigación es muy dura.

“Hemos conseguido observar las carreteras por las que circula el tumor. Cuando el trabajo de tantos años se valida en pacientes es un orgullo. La investigación es dura”

¿Por qué es dura? Porque pasa mucho tiempo hasta que ves algún tipo de resultado. En ciencia se te valora por el número de publicaciones que realizas, por los proyectos en los que trabajas y por los avances que produces. Y cuando los avances tardan, tienes que tener mucha seguridad en ti mismo y en que estás haciendo lo que debes hacer, y seguir centrado en ello.

Los investigadores básicos muchas veces terminan su carrera sin haber visto el resultado práctico de sus investigaciones. ¿Qué ocurre cuando sí lo logras? Es una satisfacción brutal, que llega en varias fases. Primero, cuando se acepta el estudio para ser publicado, y después, cuando lo presentas en congresos y tus colegas lo reciben como un avance importante. Eso compensa todo el trabajo. A mí me interesa acercarnos al paciente. Todos los proyectos de mi laboratorio tienen siempre esa orientación. Cuando una compañía que has cofundado [Bioncotech Therapeutics] consigue la aprobación del ensayo con el primer paciente… es de las cosas que te hacen casi llorar de alegría.

¿Por qué es tan peligroso el melanoma? Por la célula de partida. Los melanocitos son células cuya función es proteger a las demás. Son las responsables de la pigmentación. Cada vez que nos ponemos morenos lo hacemos porque estas células han detectado que ya hay daño en el ADN y producen melanina, que se acumula en una especie de corpúsculos [los melanosomas] que la transportan al entorno. Los melanocitos no se pueden morir. Otras células de la piel se pierden, pero los melanocitos no, y su función es sobrevivir en condiciones de estrés, de daño en el ADN provocado por exposición al sol. Así que, de partida, son ya células muy resistentes. Las células tumorales utilizan esa capacidad intrínseca y la superpotencian para sobrevivir a compuestos, a fármacos, a quimioterapia, inmunoterapia… Y precisamente porque se hallan en un entorno en el que están recibiendo radiación ultravioleta constantemente, mutan mucho. Así que, además de ser el tumor con el mayor potencial de metástasis a partir de lesiones finas, el melanoma es el campeón de las mutaciones: es el tumor con el mayor número de mutaciones por célula. Por ello, distinguir las que son peligrosas de las que no lo son supone un reto. Y hay otra cosa: estas células son como los transformers. Imagínese que tiene toda una colonia de transformers, cada uno adaptándose constantemente a lo que le rodea. Esa capacidad de adaptación es uno de los grandes desafíos de este campo.

Sofía Moro

En España mueren en torno a 700 personas al año debido al melanoma. ¿Es el sol nuestro gran enemigo? El sol es necesario porque aporta vitamina D, entre otros beneficios. El problema son las quemaduras solares, que pueden inducir mutaciones, pero no solo en los melanocitos: las arrugas se producen porque hay otras células que se alteran. Está demostrado que el sol es uno de los mayores factores de riesgo para desarrollar melanoma y otros tumores de piel. Pero no es el único. Los melanomas son muy interesantes porque, aunque la mayor parte de los melanocitos están en la piel, también tenemos melanocitos en los ojos, en las mucosas, en el oído interno, en las palmas de las manos… En zonas que nunca se ponen al sol. Hay otros factores que influyen en el desarrollo del melanoma, y ahora se realizan muchos estudios en este sentido. Hay investigaciones fascinantes que muestran que las propias bacterias del organismo podrían tener un papel en la predisposición a diferentes tipos de tumores.

En los medios hablamos constantemente de una nueva técnica, la inmunoterapia, como la gran esperanza de la lucha contra el cáncer. ¿Lo es? Sí, y es muy curioso porque la inmunoterapia se lleva estudiando desde el siglo XVIII. Se han otorgado 19 premios Nobel en este campo, el último en 2011, y se espera que haya otro pronto en el contexto del tratamiento del cáncer. La idea es conseguir que el propio sistema inmunitario reconozca el ataque a las células tumorales. Durante muchos años no funcionó. Los muchísimos ensayos clínicos con inmunoterapia en los que solo respondía bien una fracción mínima de pacientes, un 5% o 10%, representaban una de las grandes frustraciones del campo de la terapia con cáncer. La gran revolución ha sido encontrar no solo cómo activar las células que reconocen al tumor, sino desactivar los frenos que el tumor activa para protegerse. En poco tiempo hemos pasado de esos porcentajes mínimos a tener respuestas en el 40% o 50% de los pacientes. Y respuestas ya duraderas. Por eso es una gran revolución. ¿Va a ser la panacea? Pues probablemente no, porque estas células tienen una enorme capacidad de adaptación, pero lo cierto es que hoy se le puede ofrecer a un paciente una mejora muy considerable en su calidad de vida.

“Es frustrante que los gobernantes no vean ni el valor de la investigación como conocimiento ni el inmenso retorno económico que representa como inversión”

¿Llegará algún día esa panacea, el momento en que acabemos con el cáncer? Los científicos nunca vamos a responder que sí a esa pregunta, pero lo que sí se está consiguiendo es mejorar muchísimo la calidad de vida. Los pacientes responden cada vez mejor con menores efectos secundarios. Y eso significa que pueden mantenerse libres de la enfermedad durante un tiempo razonablemente largo. Hay estudios ya a 5 o 10 años. ¿Curación? Esa es una palabra mayor, pero la ventaja en el caso de los melanomas es que, como tienen muchas mutaciones, también tienen muchas proteínas alteradas, que el sistema inmune, en principio, podría reconocer. La vida media de los pacientes de melanoma metastásico hace 10 años era de un año y medio. Ahora estamos en los 5 o 10 años, y eso es un gran avance. En cualquier caso, nos interesa mucho un concepto llamado célula durmiente. En el melanoma y en otros tumores, la angustia con la que tiene que vivir un paciente es que, incluso aunque te eliminen el tumor primario y las metástasis, nunca sabes si ese tumor va a volver. Algunos responden muy bien a la terapia, se ha avanzado mucho, por ejemplo, en cáncer de mama y de pulmón, pero hay pacientes en los que el tumor reaparece en un año; en otros, en 5, y en otros, en 10. Y es porque hay células diseminadas por el cuerpo y están apagadas, dormidas. Lo primero que tenemos que entender es cómo se duermen, y después, por qué despiertan.

¿Y por qué se duermen y despiertan? Hay varias razones, y una es el propio envejecimiento. Cuando envejecemos se alteran muchos procesos, por ejemplo, el entorno de las células, que están empaquetadas como en una cápsula. Muchas empiezan a perder la capacidad de protegerse, dejan de funcionar bien, acumulan proteínas tóxicas… El sistema inmunitario tampoco funciona bien. Pero también pueden ocurrir procesos infecciosos o bacterianos, un cambio en el sistema inmune… Y otro desafío es verlas, localizarlas, es decir, encontrar marcadores que nos digan dónde están esas células durmientes.

¿Cuándo se dio usted cuenta de que quería ser científica? Si le hiciera usted esa pregunta a mi madre, le contestaría que desde siempre. Con cinco años ya le decía que quería ser científica. Y no era por el ambiente familiar, porque yo nací en una aldea de 30 vecinos. Luego nos fuimos a A Coruña, pero en mi entorno no hay físicos ni químicos, ni siquiera tradición universitaria. Sin embargo, de pequeña veía esos tubos azules burbujeando en las películas y me parecía fascinante. Mis padres me regalaron un juego de química y me pasaba horas con él. Empecé la carrera en A Coruña y cuando tuve que especializarme me enteré de que existía el Centro de Biología Molecular en Madrid, y decidí que sería mi destino. Tenía muy buenas notas y eso me permitió elegir laboratorio. Me recomendaron el de Margarita Salas, y allí me fui.

Marisol Soengas, fotografiada en las dependencias del CNIO, donde lidera el grupo de investigación de melanoma.
Marisol Soengas, fotografiada en las dependencias del CNIO, donde lidera el grupo de investigación de melanoma.Sofía Moro

¿Qué tiene ese laboratorio que ha sido el germen de tantas carreras exitosas? Una de las cualidades de ­Margarita es que sabe delegar, era capaz de encontrar a las mejores personas, los investigadores sénior que nos podían dirigir a nosotros, los estudiantes. Y luego en ese ambiente, con los mejores expedientes, cada uno de una ciudad… Eso ya te garantiza que la gente va a trabajar.

Ha contado que quiso ser científica desde muy pequeña. ¿Qué se puede hacer para alentar más vocaciones como la suya en las niñas? Muchas cosas, pero, desde luego, hay que empezar con que nosotras, las investigadoras, seamos más visibles. Las mujeres científicas no somos bichos raros. Tenemos que normalizar que una mujer puede ser científica y alcanzar puestos de responsabilidad. Y es muy importante trabajar con las escuelas y también el papel de los medios para visibilizar a las mujeres científicas que han sido olvidadas por la historia. Todo esto, esperemos, está creando un poco de interés en las niñas. Pero el problema es que las perdemos más adelante…

Hay un famoso gráfico de tijera que muestra que en el CSIC, aunque un 57,5% de mujeres comienza la carrera científica, solo el 25% llega al escalón más alto, a profesoras de investigación. El 75% son varones. ¿Qué ocurre ahí? Es increíble, pero el número de mujeres en puestos directivos en ciencia ha aumentado solo el 2% en 10 años. Y está perfectísimamente estudiado. Hay un componente económico, otro social y otro personal. A las mujeres les cuesta más tiempo llegar, hay un sesgo en la valoración de los currículos a favor de los hombres. Además, según el Global Gender Report del Foro Económico Mundial de 2017, vamos a tardar 240 años en llegar a la equiparación salarial. ¿Qué tenemos que hacer? Campañas activas para que las mujeres participen, convocatorias de proyectos especiales que animen al liderazgo femenino… Es necesario para que las mujeres den el paso.

¿Usted ha sufrido discriminación? Discriminación no, pero porque no he dado opción. Yo tenía las notas más altas, y que no se evaluase correctamente el currículo era complicado… Pero sí sufrí paternalismo con mi director de departamento en la Universidad de Michigan [donde trabajó de 2002 a 2008]. Cuando llegué allí era la única mujer y también la más joven, tenía 33 años. En una de las primeras reuniones pidió al resto de jefes que me apoyaran y protegieran, dijo esa palabra, protect, porque otros científicos podían intentar “aprovecharse” de mis técnicas y conocimiento. Después de la reunión le escribí un correo agradeciéndole su apoyo, pero diciéndole que me hiciera a mí directamente ese tipo de sugerencias porque, al hacerlas en público, me ponía en una situación de inferioridad. Y que me tenía que dejar equivocarme. A los 10 minutos me respondió diciendo que tenía razón y que no iba a volver a ocurrir.

Hablamos de alentar las vocaciones científicas, pero ¿es justo hacerlo en un país como España, donde los recortes y la burocracia han puesto al sistema al borde del colapso? ¿Qué mensaje le daría a los políticos sobre por qué es necesario invertir en ciencia? Es increíble que tengamos siquiera que plantearnos esa pregunta. Es frustrante que los gobernantes no vean ni el valor de la investigación como conocimiento, ni el inmenso retorno económico que tiene invertir en investigación. La ciencia tiene réditos económicos a través de, por ejemplo, las patentes. El cáncer es un ejemplo. No lo hemos curado y es una enfermedad que cualquiera puede sufrir, y que es importante saber que el tratamiento parte de una investigación que ha sido muy costosa y que probablemente venga de otro lugar, pero en la que han participado, muy probablemente, investigadores españoles. Hay becas y recursos, pero a muy corto plazo, y en los proyectos colaborativos europeos se nos está recortando la participación porque, para hacerlo, España debe contribuir. Científicos de otros países reciben el doble o triple de financiación porque España contribuye menos. Pero tenemos centros de investigación de primerísimo nivel. A nuestros estudiantes se los rifan fuera porque saben que están bien formados. Es muy frustrante porque estamos perdiendo todo este potencial de gente que se va, y que está bien que lo haga, pero que luego no puede volver. En cualquier caso, yo a todos los estudiantes les digo que lo intenten. Estoy segura de que, en algún momento, cambiarán las cosas y se valorará la ciencia como se debe. 

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Patricia Fernández de Lis
Es redactora jefa de 'Materia', la sección de Ciencia de EL PAÍS, de Tecnología y de Salud. Trabajó diez años como redactora de economía y tecnología en EL PAÍS antes de fundar el diario 'Público' y, en 2012, creó la web de noticias de ciencia 'Materia'. Los fines de semana colabora con RNE y escribe, cuando puede, de ciencia y tecnología.

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