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Columna
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Autoritarismo por defecto

España vive una crisis excepcional. Y no hay en la escena una propuesta política para superarla

Josep Ramoneda
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a las puertas del palacio de la Moncloa.
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a las puertas del palacio de la Moncloa.PIERRE-PHILIPPE MARCOU (AFP)

Contrastes: Emmanuel Macron está desplegando una ofensiva para consolidar su proyecto político en Francia y en Europa. En España, sin embargo, la política está de vacaciones. Hoy la agenda la marca el poder judicial. Y el Gobierno de Mariano Rajoy, que en el caso catalán lo ha apostado todo a los jueces, cada vez tiene menos voz propia: por un lado, se limita a acompañar la acción de la justicia y, por el otro, vive en la más estricta politiquería. El criterio principal de sus decisiones (véase el caso Cifuentes) es si benefician o perjudican a Ciudadanos. En un combate limitado, porque saben que gane quien gane la otra parte está condenada a echarle una mano.

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España vive una crisis excepcional. Y no hay en la escena una propuesta política para superarla. La acción de gobierno ha sido sustituida por la apelación a la fortaleza del Estado. Y así el Gobierno español, en fase menguante (¿quién iba a imaginar que el soberanismo catalán se llevaría por delante al PP después de años retroalimentándose?), encerrado en su desconcierto, ha perdido voz y presencia en Europa, donde el relato independentista gana terreno ante la incomprensión que genera la incapacidad de Rajoy para resolver este problema políticamente.

Es interesante recordar que Rajoy (el del sentido común como horizonte supremo y el nunca pasa nada como principio vital) llegó al poder con una radical propuesta de restauración conservadora, forjada en la calle, en las campañas contra el estatuto catalán y en las manifestaciones, jaleadas por la Iglesia católica, contra la ampliación de derechos individuales de la época del socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Cuando a llegar al poder sus arietes Alberto Ruiz Gallardón y José Ignacio Wert se lanzaron a hacer efectivo el proyecto, Rajoy, agobiado por la crisis económica que había sido la tumba del PSOE y por la imposibilidad de cumplir sus promesas populistas de campaña, comprendió —especialmente con el rechazo a su proyecto de ley del aborto— que las preocupaciones de la gente eran otras y que el país estaba mucho más avanzando en materia de moral y costumbres que los suyos. Y lo pagaron sus ministros estrella. Desde entonces, siempre ha ido remolque: de las exigencias alemanas en materia de austeridad y de la realidad, a la espera de que los nubarrones que venían de Cataluña desaparecieran solos.

Tuvo cinco años para verlas venir: ni una propuesta política. Del autoritarismo de la fallida restauración reaccionaria al traspaso de responsabilidades a la justicia, en una especie de autoritarismo por defecto, que cierra el horizonte de una salida política al conflicto catalán.

Probablemente Rajoy lo pagará. Un Gobierno que no hace política es un mal negocio. Tarde o temprano alguien tendrá que hacerla. Porque el problema catalán solo puede resolverse políticamente, salvo que se opte por vivir en el fango y salir del mundo.

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