Los padrinos de los olivos que salvan a un pueblo en Teruel
Los 100.000 árboles centenarios de Oliete estaban condenados a secarse, pero algunos nietos del municipio han puesto en marcha un proyecto que ha atraído a donantes de todos los puntos de España y parte del extranjero
Hay pocas enfermedades tan mortales como el olvido. Los olivos de Oliete (Teruel) estaban desapareciendo por esta causa hasta hace cuatro años. Este municipio de 300 habitantes está rodeado de ellos, pocos son los vecinos que no poseen un campo con unos cuantos. Ubicado en una de las zonas más despobladas de Europa, los 100.000 árboles de este pequeño pueblo estaban condenados a secarse, pero centenares de padrinos y madrinas llegaron para salvar estos ejemplares centenarios.
Alberto Alfonso, de 41 años, es uno de los hijos emigrados de Oliete (a Barcelona en su caso), aunque ningún año se perdía la recolección de olivas en el campo familiar. En 2013 levantó la vista y observó el abandono de las parcelas vecinas. No había nadie más trabajado a su alrededor. El 70% de los árboles estaban en ese momento en estado de abandono. “Me dijo: ‘El pueblo se muere, tenemos que hacer algo”. La que habla es Sira Plana, de 40 años, la nieta del que fue veterinario del pueblo en los años cincuenta, cuyos padres emigraron a Madrid. Así es como comenzó a gestarse Apadrina un olivo, un proyecto destinado a generar empleo, salvar este centenario ecosistema y revivir una zona en estado crítico. En toda la provincia de Teruel hay alrededor de 135.000 empadronados, solo en el último año perdió más de mil (datos del INE).
Historias de cambio
Este reportaje pertenece al proyecto Impact Journalism Day, que recoge historias sobre proyectos positivos que se están llevando a cabo en todo el mundo. Medio centenar de periódicos participa en la iniciativa de la que EL PAÍS forma parte. Consulta aquí las otras historias que hemos publicado:
El germen existía, pero ni tenían dinero para cumplir su objetivo ni eran dueños de todos los olivos a los que querían rescatar del olvido. Muchos constituían herencias de descendientes del pueblo que no tenían tiempo o a veces ganas de regresar a Oliete. “Lo resolvimos con una figura jurídica que se llama custodia del territorio. Es un acuerdo entre dos partes mediante el cual una se compromete a mantener un entorno natural perteneciente a la otra”, apunta Plana. La mayoría de los propietarios aceptaron enseguida, algunos con esperanza, otros con indiferencia. “A partir del sexto año nos comprometemos a darles un 10% de la colecta, en forma de aceite o de olivas de mesa”, añade.
Para entender de dónde vino el dinero, entran en la historia dos jóvenes ingenieros informáticos a los que Alfonso conoció en la Campus Party de Londres de 2013. La única manera de que la lucha por los olivos saliese del pueblo era a través de un clic, algo que hicieron posible Pablo García y Adrián Martín, y el hermano de este último, José Alfredo. Fotografiaron todos los árboles en peligro, los identificaron con un código QR y ofrecieron al mundo la posibilidad de apadrinarlos por 50 euros al año. A cambio, los donantes obtienen dos litros de aceite de cada cosecha. Los ingenieros crearon una web muy práctica, que se unió a una estupenda estrategia de redes y algunas apariciones en medios de comunicación. Todo ello mostró a Oliete al mundo, la utopía estaba en marcha. El primer año consiguieron 500 donantes, cerraron 2017 con 2.450, muchos de Francia y Alemania. A esto hay que sumar la búsqueda constante de subvenciones y premios que proporcionan ayudas económicas puntuales. Pronto se sumaron vecinos de Oliete, como David Pradas, de 34 años, que colaboró casi desde el principio como voluntario y a los pocos meses ya era coordinador del trabajo en el terreno. “Al principio había algunos que se reían, yo vi que esto podía funcionar”, admite.
Nicole Escolier, francesa de 68 años, es una de las madrinas. "Soy muy mediterránea, los olivos me recuerdan a mis raíces, en Argelia y en Francia, así que cuando mi marido descubrió este proyecto me regaló un apadrinamiento. Ahora ya tenemos cuatro", detalla. El matrimonio visita el pueblo al menos dos veces al año, sobre todo en la época de la cosecha, y aprovecha para conocer a otros padrinos. "Lo más importante es que salvan los árboles y además dan trabajo a gente, que buena falta hace en las zonas rurales", añade.
En este tiempo han recuperado 7.000 olivos y han generado 14 puestos de trabajo, dos de ellos para familias venidas de otros puntos de España que han aportado ocho nuevos niños al municipio. Gracias a ellos, la escuela se ha salvado del cierre. Desde finales de 2016 cuentan con una almazara propia para elaborar el aceite. La localidad llegó a tener tres y la última de ellas llevaba más de una década cerrada. Ángel Bespín, de 85 años, recuerda como desde los años cincuenta cada fin de semana se producía en el pueblo una despedida de alguna familia que se marchaba en busca de oportunidades. Él mismo vivió de forma intermitente durante medio siglo en Venezuela junto a cuatro de sus 11 hermanos. “Si esto puede frenar un poco que se vacíe el pueblo, bienvenido sea”, comenta. A su lado, su hermano, el tío Miguel —“a 26 días de cumplir 98 años”, como él mismo explica—, es una de las almas del proyecto y protagoniza un vídeo en la plataforma de la iniciativa para atraer padrinos.
La iniciativa ha supuesto un espaldarazo para un Ayuntamiento que, como muchos otros, combate la marcha de sus habitantes. Esto es lo que defiende el alcalde, Ramiro Alfonso (PSOE): "Le han dado una nueva vida al municipio, han traído familias con niños, fomentan actividades culturales...La despoblación es una de las principales preocupaciones del mundo rural y ellos han colaborado a frenarla".
Raúl García, de 34 años, y su familia llegaron de la mano de Apadrina un olivo para empezar una vida nueva, lejos de su Málaga natal. Le formaron en este nuevo trabajo en empresas locales y ahora es el encargado de la almazara. Se mueve entre los olivos como cualquier oriundo. “Nosotros estamos felices, los niños están muy contentos, ¡el mayor está aprobando inglés por primera vez!”, bromea, “pero hay que adaptarse a vivir aquí. El invierno es duro, necesitas el sol o la simple compañía de la gente y aquí a veces no la tienes”. Las botellas se llenan una a una y el etiquetado es sostenible. Solo tiene pegamento en la parte en la que se une la etiqueta, para que sea más fácil separarlo para porder reciclar el papel por un lado y la botella de vidrio por otro.
Han recuperado 7.000 olivos y han generado 14 puestos de trabajo, dos de ellos para familias venidas de otros puntos que han aportado ocho niños al municipio
Una vez superado el primer impulso, el proyecto busca ahora la sostenibilidad y la subsistencia. Han creado una línea de pequeñas botellas de aceite como regalo de boda, otra de anillos de madera de olivo, ofrecen la posibilidad a empresas de crear sus cestas de regalo a los empleados y surten de su producto a algunos restaurantes y mercados locales. Acaban de conseguir el sello de utilidad pública. A todo esto hay que añadir alianzas con empresas locales que verán la luz en los próximos meses. Sus campos también se han convertido en el destino de voluntariado de empresas como Lush, emplean a personas con algún tipo de discapacidad de forma temporal y pronto pondrán en marcha un programa de visitas escolares.
Cada mes organizan visitas de los padrinos y madrinas al pueblo. En cuatro años han recibido a más de 3.000 personas. Les llevan a ver sus árboles y les ponen nombre en su correspondiente etiqueta, organizan actividades y excursiones y les invitan a probar la gastronomía local. “Esto va más allá de una simple donación de dinero, se consigue un vínculo de verdad y que sean conscientes de la problemática de estas zonas”, recalca Sira.
Los cambios se notan poco a poco. De momento, se ven más niños que hace algunos años, vuelve a haber una pequeña fábrica de aceite, las fincas están señalizadas y en el paisaje se diferencian con nitidez las parcelas que han sido recuperadas, limpias y de un verdor más claro. Los árboles centenarios aún no han sido olvidados.
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